“La reacción de alguien hostigado y acorralado”: radiografía del hastío social que derivó en un voto disruptivo
Los testimonios dan cuenta del hartazgo y el enojo con las políticas que llevaron a la población al límite de la subsistencia en lo económico y en materia de seguridad; “que explote todo”, el grito del desencanto
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“Estamos hartos. Enojados. Esto no da para más. El dólar por las nubes, te matan en la puerta de tu casa por un celular. A nadie le importa nada”, dice Nicolás Mancini, 29 años, padre de Malena, de 3, y empleado de una casa de repuestos en Wilde. Alcanza con preguntarle por qué cree que las elecciones tuvieron un resultado que sorprendió para que inicie un relato parecido a la sinfonía de los desencantados, esa que nadie escuchó y fue mucho más masiva de lo que se creía. Porque los argumentos son similares a los que se escuchan en otros ámbitos, en entornos sociales muy distintos: “La inflación te saca las ganas, no te deja proyectar. La plata no alcanza nunca y cada vez vale menos. El que no se va del país ni siquiera puede alquilar. El que no gana en dólares está frito”, resume Martina Liste, de 29 años, licenciada en marketing, que trabaja en una consultora.
“Todo es muy violento. Los políticos nos mienten en la cara. No les importa nada de nosotros. No me importa si la Gendarmería me tiene que revisar de arriba abajo cada vez que entro al barrio. Quiero llegar vivo a casa, todos los días”, resume Santiago Ramírez, vecino de Lanús, que trabaja en una metalúrgica, a pocas cuadras de donde hace casi una semana mataron a Morena Domínguez. Lo mismo pide Alejandro, 33 años, que barre en el centro de trasbordo de Retiro. “Yo vivo en provincia y ahí está todo muy jodido, te roban en todos lados, te matan por un celular, la vida de los demás ya no vale nada para estas personas”, lamenta, y opina que la inseguridad es una de las razones por las cuales la sociedad hoy está muy enojada.
Alcanza con hablar con los vecinos para escuchar argumentos que se repiten y no sin razón: “Más planes sociales es más inflación”, “La inseguridad no deja vivir”, “Se roban todo”, “Nadie piensa en la gente”, “Todos mienten. Dan asco”, “Somos cada vez más pobres”.
Habría que sacarle una radiografía al hastío social, una foto superpuesta a la suma de hartazgos de las distintas clases sociales que parecen haber encontrado un punto en común y, a la vez, haber calado más hondo que nunca. ¿Cómo piensan los votantes que este domingo optaron por Javier Milei? ¿Qué condensa ese voto?
José María Romero es exjugador de fútbol y ahora se dedica a formar a jóvenes jugadores del mismo deporte. “La droga y el alcohol están arruinando a toda una generación”, asegura, mientras transita por la terminal Retiro de la línea Mitre. “Siento mucha tristeza por el país. Hay un hartazgo general y eso se siente, se puede ver. Yo estoy triste con lo que está pasando en la Argentina, no logró entender tampoco qué es lo que sucede”, expresó Mónica, de 56 años, que caminaba por la estación ferroviaria. “No alcanza la plata para llegar a fin de mes. Yo tengo un trabajo en negro y me cuesta mucho poder mantener a mi familia. Tengo cinco chicos y les tengo que dar de comer todos los días. Al mediodía almorzamos una comida más abundante y a la noche, algo liviano: un té y un sandwichito, quizás”, contó Héctor Daniel Rodríguez, de 49 años, que vive en Florencio Varela. “Todo está muy caro. Me cuesta llegar a fin de mes –reiteró, y sumó–. Hay personas que están muy enojadas”.
Esteban y María Romera tienen 77 y 75 años, viven en Martínez. Dicen que algo tiene que cambiar, que con la corrupción y la inseguridad ya no se puede más. Desde hace años no salen más a la noche por miedo a los robos. Sabrina López tiene 26 años y reside en Belgrano junto a sus padres: “Estamos cansados de que cada cuatro años venga un gobierno con nuevas propuestas y se vaya sin cumplir al menos una. Es muy triste. Todos mis amigos están armando sus vidas en el exterior y no por placer, sino porque no ven un futuro acá”, describe. “La gente que dice no entender por qué ganó Milei no comprende que estamos todos cansados de la misma corrupción de siempre”, apunta Ricardo, que es empleado, mientras espera el tren.
Los especialistas señalan, con el diario del lunes, que el descontento, el hastío social, era mayor de lo que se creyó. Incluso entre quienes están por debajo de la línea de la pobreza, que ya alcanza al 40% de la población. ¿Por qué el peronismo en esta elección ya no les resultó una promesa? ¿Por qué en cambio le creen a ese hombre que prometió en su discurso ganador acabar con el “curro de la justicia social”?
Crujen las bases mismas de la democracia y la garantía de que con ella se come, se cura y se educa, como prometía Raúl Alfonsín. Los cimientos que nos definen como nación se ponen en duda, con un electorado que no parece leer la letra chica de lo que votó. La educación y la salud públicas y gratuitas empalidecen como valores, porque así como están no logran traducirse en una mejora real en la calidad de vida. O al menos así se percibe. Es, en muchos casos, el retroceso al nivel de subsistencia, dicen los especialistas. De elegir desde las vísceras, un voto que tiene mucho del hambre, pero también de las ganas que se quedaron a mitad de camino.
“No supimos dimensionar el hastío social. Pensamos que era hasta los tobillos, hasta las rodillas. Y hasta ahí, las formulas populistas o de ajuste podían funcionar. Pero el hastío era mucho más, hasta el cuello, hasta la garganta. La sensación de que esto no da para más nos deja muy al borde del abismo. El hastío es la suma de muchos pequeños hartazgos, que son acumulativos y que en un momento eclosionan. No es Milei. Es lo que nos llevó hasta Milei. Eso es lo que no vimos venir”, relata el psiquiatra y ensayista José Eduardo Abadi. “No son sus ideas libertarias. Es el hecho de que mucha gente entienda que esa es la respuesta a sus reclamos, no atendidos por otros políticos”, añade.
¿Qué vio Milei que los demás no? ¿Qué vieron los votantes en Milei?
La vida en pausa
El electorado de Milei se reparte entre los desencantados de todo el país, en todos los géneros, en todas las clases sociales. ¿Quiénes más se sienten hartos? Los que alquilan y no saben cuánto van a pagar al mes siguiente. Los que no llegan, no a fin de mes, sino al día 10 y sienten que el aumento de precios les respira en la nuca. Los que quieren soñar con algo mejor, pero no pueden comprarse ya no una casa, sino siquiera un auto, porque no hay acceso al crédito. Los que no pueden comprar dólares. Los que tuvieron que endeudarse en dólares, con préstamos familiares, y ahora no saben cómo lo van a pagar. Los jóvenes que no ven un futuro y se quieren ir del país. Los padres de los hijos que se quieren ir. Y la lista sigue.
“Nací y me crié en una familia de clase media trabajadora en Luján. La marca más fuerte de mi papá es trabajar y ahorrar para los hijos. La marca más fuerte de mi mamá es mandarme a trabajar para aprender que la pala es más pesada que el libro. Estudié en escuelas y universidades públicas y privadas. De chico, criticaba a los que se iban del país por la crisis del 2001, incluso a mi familia”, cuenta Pablo R., que tiene 38 años y trabaja en una empresa, en logística. “En los últimos 15 años me maté trabajando, fiel a mis modelos familiares, y cada vez mi poder adquisitivo es peor. Sufrí hostigamiento sindical, vi como de a poco la política abandonaba valores que me habían formado. Me convertí casi en un anarquista silencioso. Votaba por obligación, pero en blanco. Entonces, hace un tiempo empecé a prestarle atención a un loco que pensaba como yo, que la política es parte del problema. Me desilusioné cuando se hizo político, pero después de empezar a leer economía y preguntarme si lo que propone es posible, decidí darle un voto como un outsider de la política. El tiempo me dirá si me equivoco”, detalla.
Hace dos meses, un informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la Universidad Católica Argentina (UCA), señaló que uno de cada cuatro argentinos siente malestar psicológico y que en los sectores más vulnerables el malestar alcanzó al 40%. “Sobre un escenario local recesivo, con alta inflación y desfavorable en materia de empleo que produjo la pérdida de ingresos y menor consumo de los hogares, se produjo un incremento de trabajos informales y del subempleo inestable. Todo esto empeoró las condiciones del bienestar, de la salud, de los proyectos personales, desmejorando la mirada hacia las instituciones democráticas”, señala el informe.
El indicador “disconformidad con el funcionamiento de la democracia” se incrementó de la mano de un aumento del malestar general de la población por las constantes crisis sociopolíticas, indica el informe. “La gente siente que las tradicionales promesas de la democracia dejaron de dar respuesta a sus demandas reales. En la crisis del salario devaluado, hay hospitales públicos, pero no hay médicos, ya que se van a trabajar a otro lugar donde les paguen más y eso puede significar esperar doce horas en una guardia para ser atendido. O tener que faltar al trabajo y que se descuenten los días, porque los maestros están de paro en reclamo de mejoras salariales. Entonces esos valores absolutos como la gratuidad de la educación y la salud se vuelven relativos. La identidad nacional de lo que significa ser argentino entra en crisis”, explica Solange Solange Rodríguez Espinola, investigadora del observatorio y coordinadora del informe. “En otros segmentos, cada vez más personas ponen en pausa proyectos individuales o familiares por la situación. Esto genera mucho malestar”, explica.
“Hay cansancio, hay hastío. Este voto tiene mucho de grito, de basta. Las cuestiones más básicas se volvieron un dilema. ¿Cómo hace una mamá que tiene 1000 pesos para darles de comer a tres hijos hasta que termine la semana? Es desesperante”, agrega Rodríguez Espinola.
En las redes sociales, los seguidores de Milei le piden casi en un clamor casi mesiánico: “Salvamos de esta”. Es que la inflación no solo golpea las economías familiares, también es un tormento, una preocupación constante que rumia en la cabeza de los argentinos, que genera mucha frustración, que les borra la idea de futuro.
“La inflación genera mucha frustración. Ves cómo se te va la plata y es una sangría que no lográs detener. Es mucha plata menos en el sueldo medio cada mes. Ya no llegamos a lo que llegábamos el mes pasado. Esto provoca impotencia”, asegura el especialista en consumo Guillermo Oliveto. “Lo que veníamos viendo era una sociedad encriptada, que venía de atravesar un trauma, que por eso no hablaba y habló en las urnas. Este voto expresa una idea de decepción crónica. La sociedad siente mucho dolor y abandono. Y una carencia de liderazgo que deriva en una enorme crisis de sentido. Esto es un ‘Así no va más’. Es un voto catártico. Es resetear el sistema: ‘Que explote todo, no sé qué puede pasar, pero que pase, porque ya estoy mal’. Milei no expresa solo enojo. Es una caja negra de sentimientos. A su manera y de forma muy particular, logró establecer un horizonte de esperanza, de expectativa de estar mejor. Entonces la sociedad dijo ‘Reseteemos. ¿Cómo resulta eso? Ni idea, pero probemos’. Esto podía verse antes de la elección. Lo que no se estaba dimensionando era el nivel de riesgo que la sociedad estaba dispuesta a correr. Había una bomba y la gente dijo ‘Bueno, vamos a estallarla’. Si sentís que no hay futuro, te sentís hasta gratificado de haber podido expresar ese sentimiento atragantado. Este voto incluye la pandemia, la inseguridad, la inflación, los alquileres, el dólar, la devaluación”, dice Oliveto.
¿Cómo entender que la población que está debajo de la línea de la pobreza vea en sus promesas de campaña el pasaporte a un estar mejor? “Creo que se están subestimando las consecuencias. Nadie leyó la letra chica. Atrae a electores de todos los segmentos porque cada uno escucha lo que quiere. Esto porque la sociedad está al borde del quiebre emocional. El humor social es el de una persona en estado de depresión. Y Milei supo captar eso”, agrega.
“El hastío está ligado al hartazgo. Y este es un concepto que hay que pensarlo en términos acumulativos. Es la acumulación de pequeños hartazgos que terminan configurando una explosión, que es un gran ‘Basta’. Es la reacción de alguien hostigado y acorralado. Es una conducta disruptiva. Se expresa el agotamiento. El electorado le dijo no a la venta de ilusiones del oficialismo, a la falta de empatía de Juntos por el Cambio. Y lo que ganó fue el combo que reúne enojo, bronca y una porción de expectativa de algo distinto. No quedó analizada la factibilidad de lo que dice”, aporta Abadi.
“Esto muestra la enorme distancia que hay entre representantes y representados. Entre votos en blanco, impugnados y ausentismo se sumó un 37%. Si lo sumamos a los votos de Milei, el 70% de la población no responde a nadie. Esto fue un ‘Que se vayan todos’. No creo que sea solo hastío, es un enorme enojo”, asegura Martín Wainstein, profesor de psicología social de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y director de la Fundación Bateson de Buenos Aires. “A nivel de la dirigencia, no hay un registro del impacto de las carencias de la gente. Lo que modifica las conductas de la gente es la ventana que hay entre la expectativa y la realidad. Esta es una sociedad que tuvo como valor la casa propia. El que hoy tiene 70 años la hizo, pero el joven no tiene la alternativa, ni comprando ni alquilando. La única chance es heredarla o robarla. Esto es Milei. Ahí está la ventana. Los sectores políticos, todos, son viejos desde el punto de vista intelectual. No entienden cómo piensan sus electores. De la misma forma que es una generación que llega a nuestros consultorios y no entienden cómo piensan sus hijos. No tienen ni idea”, concluye.
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