La psicodelia impacta en el Bellas Artes
La mayor muestra de arte cinético desde los tiempos del mítico Di Tella reúne 70 obras de artistas argentinos, como Le Parc y Polesello
Imagine al mayor templo de las artes plásticas sumido en la penumbra, con sus paredes pintadas de negro. Luego, imagine la activación mancomunada de 70 portentosas obras cinéticas que hicieron historia en los años 60. Aquellas "situaciones visuales nuevas" que mediante simples o complejos engranajes producen movimiento, se desplazan, tienen luces, aguas danzantes, despiden fulgores y formas geométricas multicolores. Piense también en obras inmóviles –lienzos y objetos– pensadas para "marear" al ojo y engañar la percepción. El viejo "ardid" del arte óptico.
Quien recorra los 1000 metros del anexo del Museo Nacional de Bellas Artes asistirá a la más deslumbrante sinfonía cinética de producción nacional: una danza de destellos psicodélicos y de frecuencias lumínicas programadas como no se veía desde la época del Instituto Di Tella.
"Real/ Virtual. Arte cinético argentino en los años 60", es el título del imperdible envío, que se inaugura hoy, a las 19, y que el público podrá visitar hasta el 19 de agosto con entrada libre y gratuita. Curada por María José Herrera, esta apuesta fuerte y costosa, solventada por la Asociación de Amigos del MNBA, invita a una aproximación lúdica con el arte, a un tipo de contemplación que, alejado de lo intelectual, estimula la fantasía, desafía la imaginación del espectador y lo incluye como partícipe necesario. De paso, recrea la efervescencia en la inventiva de los años 60. Toda una época signada por la indagación experimental, aliada del desarrollo industrial y los nuevos materiales, como el acrílico. Y que tuvo en ese agitador cultural que fue Jorge Romero Brest al principal impulsor de las artes visuales en el país.
En parte gracias a él, que dirigió el museo de 1955 a 1963 y fue un "vector" para las vanguardias, hoy el Bellas Artes cuenta con un patrimonio importante de obras cinéticas, que se expande con los préstamos de otras instituciones y colecciones.
Las 70 obras revelan con afán historiográfico el abanico de gramáticas abonadas al cinetismo, a partir de sus más conspicuos exponentes: los artistas instalados en París Boto y Vardánega; los aglutinados en el Groupe de Recherche d’Art Visuel (GRAV), Le Parc, García Rossi y Sobrino, y los que descollaron aquí con esas poéticas: Brizzi, Tomasello, Polesello, Kosice con su hidrocinetismo, Bedel, Silva, Espinosa, Dadive, Demarco, Rodríguez, Durante, Bangardini, Benveniste, Gamarra, Fioravanti y la dupla de Guisiano y Schneider.
En su faz dual, el guión curatorial también les habla a los estudiosos del arte y contribuye a su historiografía a partir de un libro-catálogo de 350 páginas que indaga en el surgimiento y legitimación del cinetismo como vanguardia festejada por el público general. Pero para ambos públicos la muestra supone también un recorrido por obras consagradas, surgidas de los diferentes premios que estimularon las exploraciones ópticas-cinéticas.
"El Bellas Artes cumplió un rol fundamental en la difusión del cinetismo –acota Herrera–. Se venía de la abstracción geométrica, con el arte concreto y Madí, cuando Romero Brest, que quería dar a conocer los valores de la modernidad internacional, trajo una muestra del artista francés Víctor Vasarely. Esta fue determinante para los artistas por el uso de la metodología serial y geométrica, que en fuertes contrastes de blancos y negros acentuaban las leyes de la óptica."
Hay, al menos, cuatro puntos altos que ayer, durante la presentación a la prensa especializada, ganaron en adhesión: las obras históricas de los "franceses" se situaron en la pole position. En algunos casos, anticipan los grafismos digitales que se ven hoy en las computadoras.
Las obras cautivan por el ingenio de sus mecanismos y sus indómitos efectos y entramados ópticos, ya sea dentro de cajas lumínicas o a partir de proyecciones sobre la pared. Los diminutos resortes con espejos en sus extremos para irradiar la luz –instalación de Le Parc– son un buen ejemplo. Lo secundan el "plasma", de ajedrez multicolor de García Rossi y las secuencias lumínicas temporales en las cajas de Vardánega y de Boto.
Otro núcleo remite al futuro y lo que hoy se cifra como pura entelequia: el agua en movimiento iluminada por el neón y encerrada en gotas pentahédricas o el mural de sendas tapas acrílicas con la que Kosice logra atrapar a la lluvia.
Otra instalación imperdible es el Premio del Salón Nacional de 1968, Generador de imágenes, que consagró a Eduardo Giusiano y Jorge Schneider. Mediante un espejo cóncavo y filtros de colores desplazables, la dupla logró dibujar sobre la pared grafismos y formas etéreas sin parangón.
Otro baluarte es la instalación Lux 2, de Nicolás Schöffer, uno de los máximos exponentes del luminocinetismo internacional. Y aquí otra vez aparece el aporte de Romero Brest, quien primero la vislumbró en la Bienal de San Pablo en 1961. Tres años más tarde, ingresó como patrimonio del Bellas Artes.