La primera. La aventura romántica de Bioy Casares que fue un rotundo fracaso
En 1924 Adolfo Bioy Casares tenía diez años y vivía en una casona de la avenida Quintana, en Recoleta. Joaquín, el joven portero que trabajaba para la familia Bioy Casares, encontró al niño en la vidriera de una juguetería y le recriminó que mirara soldaditos de plomo y autos. "Adolfito —le dijo—, ya sos un hombre. No te interesan más los juguetes, ahora te interesan las mujeres". En términos psicológicos, podríamos decir que Joaquín estaba proyectando, ya que su fama de mujeriego no pasaba desapercibida. En cuanto a Bioy, sintió que se encontraba frente a un sabio gurú cargado de palabras reveladoras.
La pareja despareja comenzó a transitar la noche porteña. Para llevar a cabo la gira bolichera hacía falta producir a Adolfito. Era necesario que abandonara los pantalones cortos: el mundo masculino se dividía entre niños de pantalón corto y hombres de pantalones largos. El propio Joaquín proveyó el vestuario. Una, dos, decenas de tardes acudieron a salas de Buenos Aires, justamente cuando comenzaba el Teatro de Revista. Asistían a la sección vermouth —comenzaba a las seis y media de la tarde— de El Nacional y del Maipo, y a otros espectáculos para caballeros en el centro de la ciudad. Eran salidas a escondidas, ya que los padres de Bioy podrían desaprobarlo. Martha Casares, madre de Adolfito, terminó enterándose. El reto no fue lo suficientemente grave como para que se suspendieran las salidas. Adolfo Bioy Casares —es decir, ABC — continuó alejándose cada vez más de los juguetes.
Le gustaban todas las mujeres
Pasaron varios meses, incluido algún viaje de la familia en el medio. El adolescente Bioy —buen jugador de rugby, gran tenista— no abandonaba los paseos con Joaquín. Todas las mujeres le encantaban. Todas, todas. Hasta que un día, un espectáculo anunciaba la participación de "30 — Caras Bonitas — 30". Semejante derroche de belleza al por mayor atraía a los hombres como la miel a las moscas. Adolfo y Joaquín concurrieron al Teatro El Porteño, ubicado en Corrientes 846, entre Suipacha y Esmeralda.
Se sentaron en la primera fila y allí apareció a los ojos de Bioy una mujer que superaba al resto. Era una de las treinta caras bonitas pero Adolfito desechó a veintinueve: la rubia Haydeé Bozán -hermana de Helena y Sofía, prima de Olinda- era el premio a su asistencia, el regalo para sus fantasías, el sueño que alimentaba su juvenil energía. "Tenía un peinado liso y sin rulos, con una especie de signo de interrogación", recordaría Bioy Casares. Ella lo duplicaba en edad, y más. Pero él no conocía la palabra "imposible". Revolvió aire, mar y tierra hasta conseguir el teléfono. La llamó, le contó que era su admirador, ¡y la invitó a salir! La propuesta virtual funcionó: la diosa Bozán aceptó la invitación del galán del teléfono que cuando llamó a la bailarina tenía puestos sus reglamentarios pantalones cortos.
La primera cita
Para esta primera cita de su vida, Bioy Casares obtuvo la asistencia del portero Joaquín. Una vez más le prestó unos pantalones largos. Pero además hacían falta otros accesorios. El más importante, un auto. Adolfo era consciente de que estaba por salir con una de las codiciadas treinta caras bonitas. ¡No podía subirla a un tranvía! Lo resolvió robándole el auto a su madre, una espléndida y lujosa voiturette Lasalle. Se trataba de un automóvil pequeño, pero elegante. Adolfo Bioy Casares partió a la cita que tendría lugar a las ocho y media, a la salida de la función vermouth. La calle del teatro estaba colmada con los autos de la jauría de conquistadores que pasaban a buscar a las bailarinas. Bioy se sentía parte del grupo de elegidos. Llegó la hora. Las bonitas comenzaron a salir y se formaban las parejas. La rubia Haydeé no podía creer lo que estaba viendo. Le tocó el más pequeño, el jovencito de la jauría. Le pidió que la llevara a la casa y la cita duró lo que el viaje. Para el enamorado, el balance fue positivo, lo que confirma que a veces uno ve lo que quiere ver.
Convencido de que estaba dando los pasos correctos, continuó con el plan. La llamó una vez más, pero Haydeé no estaba en casa. Volvió a llamar, tampoco la encontró. Luego de insistir durante varios días, la mujer de la cara bonita lo atendió. Exaltado por la alegría, Adolfo Bioy Casares le habló demasiado rápido a su conquista. La respuesta del otro lado del teléfono fue: "Vocabulice, m'hijito, vocabulice". Ahí se dio cuenta Bioy de que la seducción había fallado.
Fue su primera derrota en el campo de las conquistas. Pero el pequeño guerrero tendría suficientes revanchas.
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