La primera gran empresaria
Con Amalita se va seguramente la primera gran empresaria de la Argentina; posiblemente la única. Una mujer involucrada en la producción, visionaria e innovadora; pero a la vez comprometida con la sociedad toda, con el empleo, con toda causa noble, con diversas ONG. Las más de las veces actuó silenciosamente, cumpliendo el precepto evangélico de que su mano izquierda no supiera lo que hacía la derecha.
Amalita fue una mujer inquieta y atenta, que estuvo en el día a día de sus empresas, pero también ocupada generosamente de otras necesidades fundamentales de la sociedad, como son la educación y la cultura, a las que quiso verdaderamente "para todos". Allí queda, por caso, el museo con su colección de arte para que pueda ser apreciado por todos los argentinos y visitantes que lo deseen.
Fue una mujer valiente, bien dispuesta para las causas del empresariado y del desarrollo nacional. Junto con ella y otros empresarios (Sebastián Bagó, Enrique Ruete, Jaime Campos, por caso) trabajamos para unir la Fundación Invertir y el Consejo Empresario Argentino en lo que hoy es AEA, que surgió en el año 2002 como una expresión cabal del gran empresariado nacional.
Durante varias décadas, Amalita fue una gran embajadora de la Argentina en el más amplio sentido de la palabra. Con su distinción, sabiduría y alto prestigio internacional muchas veces contribuyó a la definición de decisiones de inversión externa en el país y a divulgar causas nacionales entre líderes mundiales de negocios y otros ámbitos.
También entre sus virtudes evidenció su enorme capacidad de comprensión cuando la sinrazón intentó su menoscabo. Amalita, por cierto, no ha pasado por este mundo inadvertida. Su señorío y conocimiento, su generosidad, su inmensa capacidad y amenidad para el diálogo y la tertulia, seguramente han dejado huella entre tantos que la hemos conocido y querido bien.
El autor es empresario