La población mundial alcanzaría su pico antes de fin de siglo, ¿y después qué?
Con las tasas de natalidad actuales de la mayoría de los países, habrá menos gente; la pérdida de potencial humano puede amenazar el camino hacia una vida mejor
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NUEVA YORK.– Hoy, la mayor parte de la población mundial habita en países donde nacen dos o menos niños por cada dos adultos. Si todos los norteamericanos actuales atravesaran su vida reproductiva y tuvieran hijos a un ritmo promedio, eso representaría alrededor de 1,66 nacimientos por madre. En Europa, esa cifra es de 1,5; en el este de Asia, de 1,2; y en América Latina, de 1,9 hijos por mujer. En pocas palabras, cualquier promedio mundial que represente menos de dos nacimientos por cada dos adultos implica un encogimiento poblacional, y a la larga, cada nueva generación va siendo menos numerosa que la anterior. Si la tasa de natalidad del mundo fuera la que actualmente tiene Estados Unidos, entonces la población global caería de un pico de alrededor de 10.000 millones a menos de 2000 millones en apenas 300 años, o incluso en 10 generaciones. Y si las familias siguen siendo poco numerosas, el declive continuaría…
¿Qué pasaría en consecuencia? El crecimiento demográfico de la humanidad de los últimos 200 años fue de la mano de grandes avances en la calidad de vida y en la salud: vidas más largas, niños más sanos, mejor educación, semanas laborales más cortas y muchas otras mejoras. Nuestra era de progreso empezó hace poco, con el descubrimiento de los antibióticos, la invención de la iluminación eléctrica, las videollamadas con los parientes y la posibilidad de erradicar la enfermedad del gusano de Guinea. En este corto período de tiempo, la humanidad creció y se agrandó. Los economistas que estudian el crecimiento y el progreso no creen que sea coincidencia: las innovaciones y los descubrimientos son hechos por personas. En un mundo con menos gente, la pérdida de tanto potencial humano puede amenazar la continuidad del camino de la humanidad hacia una vida mejor.
Cuando se pone el foco en las bajas tasas de natalidad, siempre hay chances de que alguien se preocupe por lo que eso implica para la competencia internacional, la inmigración o los desafíos fiscales de los gobiernos ante el envejecimiento poblacional de las próximas décadas. Pero esas son consideraciones menores: un mundo despoblado es un gran cambio que nos afecta a todos. Es un tema que excede las cuestiones geopolíticas o los presupuestos de los gobiernos, y va mucho más allá de la preocupación nacionalista sobre qué país o cultura podría lograr una disminución de su población un poco más lenta que la de sus vecinos.
Una tasa de fertilidad constante por debajo del nivel de reemplazo implica decenas de miles de millones de vidas no vividas durante los próximos siglos, vidas que podrían haber sido maravillosas incluso para nuestros estándares.
Quizás esa pérdida no nos preocupe. Es tentadora la idea de recibir la despoblación como una bendición para el medio ambiente. Pero el ritmo de despoblación será demasiado lento para nuestros problemas más acuciantes, y no nos salva de tener que tomar medidas urgentes en materia de clima, uso de la tierra, la biodiversidad, la contaminación y otros desafíos ambientales. Si en la década de 2080 la población alcanza los 10.000 millones y luego comienza a disminuir, después de 2100 seguiría por encima de los 8000 millones actuales. Medida en generaciones, la disminución de la población se produciría rápidamente, pero igual llegaría demasiado tarde para ser más que un papel secundario en el esfuerzo por salvar el planeta. El trabajo para descarbonizar nuestras economías y reformar el uso de la tierra y el sistema alimentario debe acelerarse ahora, no comenzar en el próximo siglo.
Este no es un llamado a reformular inmediatamente nuestras sociedades y economías al servicio de las tasas de natalidad. Es un llamado a iniciar el debate ahora, para que nuestra respuesta a las bajas tasas de natalidad sea una decisión que se tome sobre la base de las mejores ideas de todos. Patear la pelota para adelante solo hará que las decisiones que deban tomar las generaciones futuras sean todavía más difíciles. En una sociedad donde los mayores superen en número a los jóvenes, será todavía más difícil aplicar políticas que prioricen a los niños.
Si nos dejamos estar, algún día los elementos menos inclusivos, menos compasivos y menos tolerantes de nuestras sociedades podrían enarbolar la crisis de la despoblación y explotarla como parte de su agenda política de desigualdad, nacionalismo, exclusión o control. Prestarle atención al tema ahora abre la oportunidad de trazar un camino que preserve la libertad, comparta la carga, promueva la equidad de género, valore el trabajo de cuidados y evite los desastres que ocurren cuando los gobiernos intentan imponer su voluntad en materia de reproducción.
O tal vez no necesitemos preocuparnos en absoluto, si suponemos que las tasas de fertilidad se corregirán por sí solas y volverán a dos nacimientos por cada dos adultos. Pero los datos muestran que no es así. Los nacimientos no se recuperarán automáticamente por el simple hecho de que sea conveniente para mejorar los niveles de vida, compartir los trabajos de cuidados o financiar programas de seguro social. Sabemos que las tasas de fertilidad pueden permanecer por debajo del nivel de reemplazo porque es así: en Brasil y Chile han estado por debajo del nivel de reemplazo durante unos 20 años, en Tailandia durante 30 años, y en Canadá, Alemania y Japón desde hace medio siglo.
De hecho, en ninguno de los países donde la tasa de fertilidad ha caído muy por debajo de dos volvieron a superarla. La despoblación podría continuar, generación tras generación, mientras la gente siga mirando a su alrededor y llegue a la conclusión de que quiere tener pocos hijos, o ninguno.
La humanidad tampoco cuenta con alguna región o subgrupo que la sostenga a largo plazo. Las tasas de natalidad están cayendo incluso en el África subsahariana, que tiene la tasa actual promedio más alta, a medida que en la región mejoran la educación y las oportunidades económicas. Israel es el raro ejemplo de país rico que actualmente tiene tasas de fertilidad superiores al reemplazo. Pero allí también ha ido cayendo a lo largo de las décadas, de 4,5 en 1950 a 3,0 en la actualidad. Es posible que Israel no esté por encima de 2,1 durante muchas generaciones más.
La razón principal por la que las tasas de natalidad son bajas es simple: la gente hoy quiere familias más pequeñas que en el pasado. Y esto se aplica y se confirma en diferentes culturas y economías de todo el mundo. Es lo que tanto mujeres como hombres informan en las encuestas.
La humanidad está construyendo un mundo mejor, más libre y con más oportunidades para todos, especialmente para las mujeres. Ese progreso merece el festejo de todos y el esfuerzo de todos. Pero ese progreso también significa que, para muchos, el deseo de formar una familia choque con otros objetivos importantes, como la carrera profesional, proyectos o mantener otras relaciones. Ninguna sociedad ha resuelto ese dilema. Es un sacrificio y un equilibrio que afecta profundamente a los padres de todo el mundo. Para algunos padres, es un problema. Para otros, implica tener menos hijos de lo que esperaban. Y para muchos, implica ambas cosas.
Un mundo con descenso poblacional y tasas de natalidad bajas y sostenidas puede ver amenazada su libertad reproductiva, por ejemplo, con límites al derecho a abortar. Algunos afirmarán sin pestañear que restringir las opciones reproductivas es una forma de frenar el descenso demográfico a largo plazo. De hecho, algunos ya lo hacen.
No es así. Las bajas tasas de natalidad no son motivo para revertir el progreso hacia un mundo más libre, diverso e igualitario. Restringir los derechos reproductivos –negando la libertad básica de elegir ser padres o no ser padres– perjudicaría a muchas personas y sería un grave error, independientemente de que haya o no un fenómeno de despoblación. Para colmo, no impediría que la población se siguiera reduciendo: lo sabemos porque las tasas de fertilidad están por debajo de dos tanto en lugares donde el aborto es legal y gratuito como donde está restringido. Quienes quieran elaborar políticas públicas para responder a la despoblación global deberían empezar por preguntarse qué quiere la gente y cómo ayudarla a lograrlo, en vez de pensar qué derecho podrían quitarle.
La humanidad necesita un debate compasivo, fáctico y justo sobre cómo compartir la carga de dar nacimiento a las próximas generaciones. Y la mejor manera de encarar ese debate es empezar a prestarle atención al tema ahora.
Por Dean Spears
(Traducción de Jaime Arrambide)
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