Dos expertos cuentan detalles de la técnica que permite conservar el cuerpo de animales y humanos con su apariencia vital por muchos años; los secretos del emblemático caso de Eva Perón
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No se dice embalsamar. Lo tienen clarísimo. Sin embargo, es casi imposible no valerse de ese término para explicar qué es lo que hacen cuando dicen que son taxidermistas. Aunque, desde hace unas semanas, que salió la serie Santa Evita, que cuenta la historia de qué pasó con el cuerpo de Eva Perón cuando intentaron conservarlo, el camino se les allanó un poco.
Endmar Sánchez tiene 27 años, es venezolana, vive en la Argentina y se recibió durante la pandemia. Hoy tiene la página de Facebook Vida Eterna Taxidermia, donde la contratan personas que quieren “embalsamar” a sus mascotas. Cada semana le llegan dos o tres clientes nuevos. En este momento, sobre las mesas de su laboratorio, en Ingeniero Budge, Lomas de Zamora, hay un cachorrito que murió al nacer y que sus dueños quieren conservar. También un par de cabezas de ciervos, encargos de cazadores que quieren su trofeo.
Pedro Viamonte tiene 86 años y un laboratorio en Ezeiza en el que se conserva un león con melena, un oso con garras, una lampalagua de boca abierta, entre otros animales. “No es ni el 1%. En toda mi vida debo haber hecho miles de ejemplares”, dice. La mayoría de los que hay en museos y escuelas en el país se hicieron allí, explica.
En su historia también figuran varias jirafas (la última se hizo hace dos años) pingüinos y hasta tres seres humanos. Es el director de la Instituto Superior de Taxidermia y Conservación, fundado en 1970, que otorga títulos oficiales y está inscripto en el Ministerio de Educación como instituto privado. Viamonte dice que es el único que existe en América del Sur y uno de los pocos que hay en el mundo. “La Argentina se volvió un referente en la materia, junto con España y los Estados Unidos”, explica.
De hecho, Viamonte es uno de los autores del Tratado de Taxidermia y Conservación, uno de los pocos textos de estudio que existen sobre el tema.
“Embalsamar es conservar en bálsamo. Se refiere a una técnica antigua que permitía secar el cuerpo, manteniendo los órganos dentro, al reemplazar la sangre por un líquido conservador que de a poco va a secarlo. Sin embargo, como va a perder el 80% de su composición, el cuerpo queda piel y huesos. Lo que le hicieron a Eva Perón se llama taxidermia que significa arreglo de piel.”, explica.
La técnica consiste en retirar la piel y colocarla sobre una escultura de yeso o parafina que tenga la forma exacta. Esto va a permitir conservar “el cuerpo” con su apariencia vital por muchos años. No se conservan los órganos, salvo que así se pida. “En algunos casos, se sacan órganos como el corazón, los secamos y colocamos en un frasco dentro de la escultura”, explica Viamonte.
¿No se usan los huesos ni otras partes del cuerpo? “No. Los huesos son porosos, necesitamos secarlos para conservarlos porque sino se pudrirían. Y para poder usar la piel, debemos montarla sobre la escultura poco después de la muerte. Hay que evitar que comience el proceso de descomposición”, explica.
En todos los años que lleva al frente de la Escuela de Taxidermia tiene una infinita colección de ejemplares, fotos con personajes como Carlos Menem, anécdotas con viejos gobernadores, historias con conductores y periodistas de todas las épocas. Incluso conserva algunos de los cheques con los que les pagaron sus trabajos y que nunca cobró. También tiene un libro en el que anota los alumnos que pasaron por sus aulas en todos estos años. Más de 13.000 dice. Endmar lo confirma mientras muestra su matrícula. “Yo soy la alumna 13.003″, dice.
Para recibirse tuvo que cursar casi tres años. Todo se prolongó con la pandemia. Muchos de los estudiantes son extranjeros. Hay unos cuantos que no terminan su formación. Según Endmar, en la práctica no son hoy tantos los taxidermistas que están trabajando en el país. “Debemos ser cinco o seis”, dice. Y ahora, Viamonte casi no toma alumnos nuevos.
No es sencillo montar un laboratorio y trabajar. Pero el mundo de las mascotas abrió las puertas a otro tipo de clientes: aquellos que quieren conservar a su amigo, más allá de sus días. “Hay mucha demanda”, dice Endmar.
La parte más difícil no es hacer los ojos, aclara (que son de vidrio). “Lo más difícil es lograr capturar la pose, la expresión con la que la familia lo recuerda. Me traen fotos, videos y hay que lograr eso. No solo la mirada, la expresión. Es un trabajo artístico, que combina carpintería, escultura, anatomía y psicología para entender a las personas que lo piden y acompañarlos en su duelo”, dice Endmar.
La gatita de Endmar
Cuando ella tenía 9 años y vivía en el municipio de Miranda, en Venezuela, vio animales conservados en un museo. Por eso, cuando murió su gatita, sintió que la extrañaba y quiso desenterrarla. Habían pasado meses y era solo huesitos. Su mamá casi se desmaya cuando vio el esqueleto armado en su habitación. “Pero yo la quiero recordar”, le dijo.
Endmar empezó a investigar cómo se podía conservar a los animales. “Mi mamá comprendió que había una intención noble detrás. Hoy, para mí el momento más temido y más reconfortante es cuando una familia viene a buscar a su mascota y llora de emoción por el reencuentro”, cuenta.
Un trabajo como este, el de conservar mascotas, puede perdurar por más de 20 años. No requiere mucho mantenimiento, más que pasarle plumero, dejarlo a la sombra y espantar las polillas. Un caniche pequeño, por ejemplo, se cobra unos 35.000 pesos. Un trofeo de caza, como la cabeza de un ciervo colorado sale 45.000 pesos. El trabajo demanda unos tres meses. Pero no siempre todo sale bien. Por ejemplo, una vez, un cliente meneaba la cabeza Endmar el día de la entrega. “Yo no lo veo”, le decía. “Me pasó una sola vez. Pero puede pasar, porque hay algo que hace único a ese animal para esa persona y es difícil de transmitir”, cuenta.
El taller de Viamonte está lleno de historias. Su taxidermia favorita es la de Jenkar, una ciervita que se trajo del sur y que la crió como una mascota. “Me seguía a todos lados, era una belleza. Pero un día se murió”, cuenta. Ahora vive en su formato eterno junto a otros ciervos, a pocos metros de un oso que Pedro solía alquilar para eventos, de varios pumas y de un león. También hay todo tipo de cabezas de antílopes y la pata de un elefante que se convirtió en taburete. El asiento tiene piel de cebra.
¿De dónde salieron todos esos animales? ¿No lo cuestionan las sociedades protectoras y los veganos? “Ahora el trabajo cambió mucho. Muchos son de otras épocas. Pero nosotros pedimos todos los certificados de cómo murió el animal. Somos conservacionistas. Lo que hacemos sirve para conservar y estudiar. Algunos animales vienen de cotos de caza. Otros, los que traen de África, son fruto de cacerías sanitarias, donde tenían que sacrificarlos por alguna razón. Así fue la jirafa que hace dos años me trajo un importante personaje de Santiago del Estero”, dice Pedro, sin más datos.
Algunos de los animales que conserva allí fueron suyos. Como el puma York, que crio en su granja como a una mascota más. “Le llevaba gallinas vivas y las desplumaba de lamerlas. No les hacía nada”, dice. Hoy tiene 14 ciervos (sí, vivos) detrás del taller. También un guacamayo que se llama Jacinto y come de su boca, y un zorrino, además de varios gatos y perros.
La historia tras la serie
¿Y con las personas? ¿Se usa la misma técnica? “Es lo mismo”, dice Pedro. Todavía no vio la serie de la que tanto le hablan, porque no tiene “la plataforma”.
“Pero le puedo decir que lo que le hicieron a Eva es taxidermia. Yo conocí al escultor. El médico español que se lo hizo se llamaba Jara, no era taxidermista, sino parafinólogo. Le armaron un laboratorio en un departamento en la CGT y allí trabajó”, explica.
El gran desafío que tenía era inmortalizar a Eva Perón en sus años de esplendor, no en el momento de su muerte. “Cuando falleció ya estaba muy consumida. Pesaba menos de 40 kilos. Pero el escultor la hizo como cuando era actriz de cine. Así la quería recordar Perón”, dice.
Cuenta que es muy probable que, cuando decidieron conservarla así, no le permitieran usar la misma medicación que para otros pacientes oncológicos. “Hay drogas que deterioran el cuerpo años después, y dañan el proceso de conservación”, explica.
¿Es posible darle la apariencia de una persona más joven y lozana? Viamonte dice que sí. Que la piel es flexible, si se la trabaja bien y pocos días después de la muerte. Y detalla cómo debieron ser los pasos del trabajo. Primero se la preparó para velarla, se la conservó, mediante cánulas. Después, en ese laboratorio se le tomaron moldes para hacer la escultura, se le separó la piel del resto del cuerpo, se le conservaron algunos órganos para incorporar dentro de la escultura.
¿Se sumerge el cuerpo en algún líquido para poder retirar la piel? Viamonte dice que no. Que eso se hace para conservar la piel húmeda y que no se descomponga. Que después vendrá la habilidad del especialista en hacer los cortes correspondientes. “La piel del ser humano es fuerte, más de lo que creemos. Y muy flexible. Se desprende como una media”, detalla.
Después, mientras se termina la escultura de yeso, se cuelga la piel para que seque, a la sombra, en un ambiente cerrado, con humedad controlada. “Así, igual que como estoy haciendo con estos ciervos”, dice y muestra los cueros tendidos como ropa recién lavada en una soga. La piel tiene que secarse pero no demasiado para que no se ponga rígida.
“A mí me contaron que Perón quiso entrar cuando el cuerpo de Eva estaba en esa etapa. El doctor Jara le dijo que no, pero no le hicieron caso. Y entró en el peor momento, cuando la piel de Eva se secaba colgada en un alambre. Se impresionó tanto que casi se desmaya. No volvió más mientras el doctor trabajaba”, asegura.
Lo que sigue después es montar la piel sobre la escultura y coserla. Y lo más difícil, lograr que conserve su apariencia. Tardará unos tres meses en secarse. En el caso de Eva se usó parafina para las facciones de la cara, explica. Quizá por eso, dice, que el cuerpo parecía que brillaba con luz propia. Todo agigantado por el mito.
¿Y el cabello? ¿Es posible conservarlo? “Esa es la parte más sencilla. Porque no se desprende y no se descompone”, explica Viamonte.
¿Y sería posible que se hubieran hecho copias del cuerpo? “Eso se decía. Yo creo que es parte del mito. Podría haber sido, por ejemplo si se hicieron varias esculturas con el mismo molde del cuerpo. El problema es que piel había una sola. Salvo que se hubiera usado la piel de otras mujeres, que tendrían que tener las mismas medidas vitales, exactas. Me parece muy poco probable”, dice Viamonte.
Cuando le tocó a Viamonte trabajar sobre cuerpos humanos, no fue sencillo. La primera vez fue para poder incluirlo en el tratado de taxidermia junto con su socio. Antes de dedicarse a la taxidermia, él se dedicaba a la construcción. Le gustaba colocar el yeso de las molduras. Por eso, quien sería después su socio lo convocó. “Además, era un loco de los animales”, cuenta.
Pero, tras años de experiencia, todavía les faltaba la experiencia en seres humanos. Ya tenían la escuela y pidieron permiso en el hospital Fiorito. Les avisaron cuando apareció un NN. “Era un fumador. Fuimos con 18 alumnos. La mitad dejaron el cigarrillo después de ver los pulmones”.
La segunda vez que hizo taxidermia a un humano fue en 1995, a pedido de una familia china que quería llevar a su abuela a su país. Se llamaba Xiuling Wang, tenía 80 años y murió de un paro respiratorio. Y la tercera, una mujer de Venezuela que falleció en un accidente.
Sin fotos
¿Hay fotos? Viamonte muestra una carpeta donde están los certificados del trabajo, los permisos diplomáticos para sacar el cuerpo de la señora china del país, el certificado médico del “embalsamamiento”. Pero lo llamativo es que no tiene fotos.
“Había unas fotógrafas que querían documentar todo. Pedimos permiso a la familia para filmar el proceso, para publicarlo como trabajo de investigación. Cuando estás delante de un trabajo así se acaban los temblores, los miedos —dice—. O lo hacés o no lo hacés. Yo estaba muy compenetrado. Llevaba un buen rato trabajando sobre la piel cuando me di vuelta, vi las tres cámaras en el suelo. No había nadie más. Se impresionaron y se fueron. Sin avisar. Yo lo hice por currículum. Lástima que al final me quedé sin el video y sin las fotos. Después me convocaron varias veces más, pero dije que no. No es muy agradable que digamos”.
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