La pelota dobla en la altura de Iruya
Con imágenes y texto, Diego Lima nos relata una jornada de fútbol en uno de los pueblos más pintorescos de Salta
Si uno googlea “lugares increíbles de la Argentina”, es muy probable que Iruya se encuentre en esos listados de 100, 50, 10 poblados y paisajes imperdibles de nuestro país.
En Jujuy, por la Ruta 9 - unos pocos kilómetros al norte de Humahuaca -, se encuentra uno de los caminos que llevan al pueblo. Camino de ripio, cornisa y curvas, muchas curvas. Desde el filo de la montaña que divide las provincias de Jujuy y Salta, se pueden ver sembradíos de papa andina, una de las principales actividades comerciales del lugar. Del lado salteño, al fondo del valle, está Iruya.
Desde marzo a julio se juega allí un campeonato de fútbol amateur. Primera, reserva y veteranos, son algunas de las categorías que compiten de 23 comunas en total que pertenecen al departamento del mismo nombre.
El 31 de julio, durante las finales, gran parte del pueblo está ahí. Paisanos, algunos turistas, una artista que dibuja sentada sobre las tablas del puente colgante que cruza por sobre el Río Iruya y divide dos barrios de la localidad.
Del otro lado de la pasarela, más turistas, un grupo de changos que improvisan con una guitarra, un burro que recorre las calles empedradas y arriba, aves. ¿Cóndores?¿Jotes? Los 2750 metros de altura y las pendientes empinadas, hacen que el corazón lata más rápido y los pensamientos se nublen.
Las paredes coloniales de colores pastel, como los de las montañas que rodean el caserío, tienen también pintadas con los símbolos de los clubes barriales locales y de dos de los grandes de la provincia, Club Atlético Central Norte y Gimnasia y Tiro de Salta.
Es mediodía y juegan su final los veteranos, los mayores de 35 años. De verde, Casa Grande. De rojo y negro, Club Atlético Independiente del Norte, de San Isidro. El once de los rojos llama la atención, no es del lugar, es de Congo, la República Democrática del Congo. Se llama Didier y domina la pelota casi como un profesional en un campo que no tiene ni un centímetro de pasto. Todo es tierra, tierra muy clara, tan clara que con el sol del mediodía, encandila.
Por fuera del alambrado y sobre gradas de piedra, las hinchadas. Chicas con camisetas de fútbol y paisanos con grandes sombreros, se mezclan. Un changuito con la diez del Barça, la de Leo, se sienta, se para, se acerca al alambrado, va y viene, como si estuviera precalentando.
Gol de los rojos. La pelota dobla. Doblará hacia la red, luego, cuatro veces más. Al final del partido, el festejo. Los rojos son campeones y los jugadores se rocían con cerveza. El capitán, Miguel Cruz, arma una ronda. Él, en el centro, ensaya un canto como un haka maorí:
-Huisca, Huisca
-Huisca bomba, contesta el resto.
-Ajiajip, Ajiajip.
-Jap!!
-San Isidro, ¡carajo!
¿Qué significa? “Nada, lo inventamos”.
Y bailan.
Edición fotográfica, Dante Cosenza
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