No fue sino hasta hace unos 10.000 años que se disparó el desarrollo que nos llevó de las herramientas de piedra a pisar la Luna en un abrir y cerrar de ojos
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Las preguntas del nombre de la obra de arte de Paul Gauguin “¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?” son interrogantes que todos quisiéramos responder sabiamente.
Y arqueólogos como Colin Renfrew, quien escogió esa obra para introducir una conferencia hace unos años, se dedican a tratar de resolver la primera, como él mismo señaló.
No estaba ahí, sin embargo, para dar respuestas.
Todo lo contrario: había ido a hablar de una gran incógnita que sigue desconcertando tanto a expertos como a mentes sencillamente curiosas.
Se trata de la paradoja sapiente, como la llamó al formularla en un ensayo publicado en 1996 en el libro “Modelling the early human mind”.
Renfrew es reconocido por ser uno de los científicos que más ha contribuido a formular una teoría del desarrollo humano global.
Eso inevitablemente va entretejido con el desarrollo de la mente antigua, uno de los temas más desafiantes de la arqueología.
Porque no estamos hablando de la Antigua Grecia o del Antiguo Egipto, sino del homo sapiens prehistórico.
Suena muy lejano pero recordemos que homo sapiens es la especie a la que pertenecemos todos los seres humanos modernos.
Es más, gracias a estudios de ADN, sabemos que los homo sapiens de hace 60.000 años (y quizás hasta de hace 150.000 o más) eran genética e intelectualmente iguales a nosotros.
Es decir que tenían el mismo potencial intelectual de Albert Einstein y creativo de Leonardo da Vinci (así como lo tenemos vos y yo).
No obstante, durante unos 50.000 años, esos humanos parecen haber tenido una existencia sin grandes cambios, con miles de generaciones viviendo como cazadores-recolectores doquiera se encontraran.
No fue sino hasta hace unos 10.000 años que se disparó el desarrollo que nos llevó de las herramientas de piedra a pisar la Luna en un abrir y cerrar de ojos.
Y ahí está la cuestión:
¿Por qué tardó tanto fraguar lo que conocemos como civilización?
¿Por qué nos quedamos atrapados en la prehistoria?
A grandes rasgos
Aunque no hay un consenso entre los arqueólogos sobre cuándo empezó la prehistoria, sí lo hay sobre su fin.
La prehistoria es el período de la historia humana antes de la escritura, nuestra tecnología básica de almacenamiento de información.
Siendo así, su fecha de caducidad varía dependiendo del lugar.
El idioma escrito más antiguo que conocemos es el sumerio, atestiguado por primera vez alrededor del año 3100 a.C. en el sur de Mesopotamia.
Eso es hace poco, si tienes en cuenta que nuestros antepasados contaban con el nivel de inteligencia necesario para realizar ese y los demás avances tecnológicos y sociales principales de la historia desde decenas de miles de años antes.
Sin embargo no se trata sólo de la escritura... y, para ser justos, no es que el homo sapiens de los primeros 50 milenios no hubieran dado algunos pasos camino a la civilización.
Por ejemplo, ya desde hace unos 1,7 millones de años, los primates homínidos habían dado uno importante al transformar algo para convertirlo en una herramienta: utensilios de piedra.
Pero el homo sapiens ideó nuevas técnicas para fabricar esas herramientas, las hizo más complejas y variadas, e introdujo otro material, el hueso.
Por otro lado, por primera vez creó una gama de cuentas, colgantes y adornos personales.
Aunque no parecen a primera vista ser algo que cambia el mundo, son la primera evidencia que tenemos de que los humanos se fijaban en su propia imagen, un punto interesante de desarrollo.
Y luego está el arte.
En la Cueva de Blombos en Sudáfrica se encontró algo que podría ser considerado como arte o al menos como decoración: piezas de ocre grabadas hace unos 80.000 años que se argumenta representan las primeras formas de representación abstracta o simbólica registradas hasta ahora.
También está el alucinante hombre león de la Cueva Stadel, Baden-Württemberg, Alemania, esculpido en marfil de mamut hace 40.000 años, así como las venus paleolíticas, estatuillas femeninas de hueso, marfil, piedra, terracota o madera, que datan de hace unos 20.000 años.
Y, por supuesto, el arte rupestre de hace unos 30 o 40.000 años, del que hay algunos ejemplos en Australia y Namibia, pero sobre todo en Francia y España, como el de la cueva de Altamira, que conserva uno de los ciclos pictóricos y artísticos más importantes de la prehistoria.
Lo que pasa es que, a pesar de estas indiscutibles maravillas (y otras que seguro quedaron por fuera), en conjunto lo logrado durante todos esos milenios en los que el homo sapiens ya era lo que siguió siendo palidece al compararlo con lo que empezó a ocurrir hace 10.000 años.
Aceleración
De repente, no sabemos por qué motivo, apareció algo como Göbekli Tepe, el más antiguo sitio monumental conocido de la historia.
Está en Turquía y es complejo de estructuras megalíticas redondas, ovaladas y rectangulares levantado entre 9600 y 8200 a.C.
Era un centro de congregación, algo completamente nuevo en la experiencia humana.
Y lugares similares aparecieron en diferentes partes del mundo, como Stonehenge en Inglaterra y el anillo de Brodgar en Escocia, cuando pasaban por experiencias similares a las que habían pasado los homo sapiens de Medio Oriente.
Es decir, cuando estaban en el umbral de la revolución neolítica, la primera transformación radical de la forma de vida de la humanidad, que pasó de nómada a sedentaria con la domesticación de plantas y animales.
El primer lugar en el que ocurrió fue en el Creciente Fértil (territorios del Levante Mediterráneo y Mesopotamia) alrededor de 9000 a.C. pero se replicó en todas las regiones del mundo en procesos que, hasta donde sabemos, fueron independientes, con los asiáticos inventando la agricultura para cultivar arroz, por ejemplo, y los americanos, por sí solos, para cultivar maíz.
Con la agricultura y ganadería vinieron también los primeros grandes asentamientos, con Çatalhöyük, el más antiguo conocido, que existió entre alrededor 7500-6200 a.C.
Pronto surgieron las primeras ciudades en Mesopotamia, incluidas Eridu, Uruk y Ur, luego en Egipto, India y poco después en China.
Como ves, tras miles de años de avances esporádicos, súbitamente el homo sapiens se embarcó en una trayectoria de desarrollo a paso acelerado.
Empezaron a aparecer objetos que indudablemente representaban deidades.
Y, mucho antes que la escritura, sellos que servían para llevar algún tipo de registros.
Una serie de cosas nuevas comenzaron a suceder muy rápidamente en diferentes partes del mundo, como el inicio de la metalurgia.
En la Necrópolis de Varna, hoy en Bulgaria, no sólo se encontró cobre sino el primer oro trabajado del mundo, las muestras más tempranas del concepto de la riqueza.
Y es que alrededor de 4000 a.C. se habían desarrollado sistemas de intercambio basados en nociones de valor, trayendo el desarrollo de unidades de medida, un nexo crucial que es el comienzo de un mundo mercantil.
¡Ah, y el arte!
En esos 10.000 años hubo una explosión de ese arte rupestre que en los anteriores 50.000 años vimos restringido principalmente a un área de Europa.
Y en todos los asentamientos floreció la escultura, monumental o diminuta, en variedad de materiales, así como la pintura y la música.
Hasta que llegó la escritura a ponerle punto final a esa prehistoria, pero no al ritmo de desarrollo.
Eso es lo interesante: si ese homo sapiens de hace 60.000 años, bañadito y peinadito, se sentara al lado tuyo hoy no se diferenciaría de ningún otro ser humano.
Y, como demostró 50.000 años más tarde, era perfectamente capaz de empezar a transitar el camino hacia las revoluciones agrícola, científica, industrial y digital, además de cualquiera de los conceptos simbólicos que caracterizan a los humanos.
Entonces, ¿por qué tardó tanto en avivar el paso?
Desde que Renfrew la formuló, la paradoja sapiente se ha consolidado como uno de los grandes enigmas de la existencia humana, y varios neurocientíficos y arqueólogos han arrojado hipótesis atractivas, pero aún no existe una solución aceptada.
El origen de la humanidad sigue siendo una de las incertidumbres más difíciles e intrigantes en el campo de la ciencia.
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