La otra madre Teresa: un viaje de Cabo Verde a la zona más pobre de Córdoba
A los 76 años, "la monja hippie" está al frente de siete comedores infantiles en barrios marginales de Cruz del Eje; la educación y la salud de los chicos, en su agenda
CÓRDOBA.- Siete mil kilómetros separan la selva seca de Cabo Verde, en el Atlántico, frente a la costa senegalesa, de la también seca Cruz del Eje, en el noroeste de esta provincia. La madre Theresa Varela -en este caso, se escribe con "h"- nació en el país africano y cubrió la distancia con la vocación y la decisión de trabajar "con" los más pobres y no "para" ellos. Después de pasar por Lisboa, Roma, San Pablo, Curitiba y Buenos Aires, encontró en esa zona -una de las más pobres y postergadas de la provincia- su lugar. Hace 18 años que está al frente de comedores infantiles y está segura de que allí se quedará.
"Hermana", "monja" o "negra". Así la llaman los 700 chicos que de lunes a viernes comen en los siete establecimientos que la Fundación Esperanza tiene en barrios marginales de Cruz del Eje y en la zona rural. Los sábados, entre 80 y 100 chicos acuden a la "aldea", donde pasan el día, asisten a la escuela de valores y a los talleres de música, de baile y de deportes. Entre 1999 y 2002, llegó a alimentar a 1700.
Además, un médico y una odontóloga revisan a los chicos y les hacen un primer diagnóstico. Los primeros datos registran casos de desnutrición, de mala alimentación y, entre los mayores -la fundación recibe chicos de hasta 16 años-, de adicciones.
A los 76 años, con una agilidad casi juvenil y una sonrisa permanente, esta monja de hábito de jean reparte su día recorriendo los comedores, visitando familias y haciendo gestiones para conseguir las donaciones que le permiten sostener la Esperanza.
El único ingreso fijo proviene de las ferias que realizan cada semana, donde venden lo que reciben. "A los gobiernos no les pedimos nada. Pero cuando lo hemos hecho, nos han ayudado", reconoce Theresa a LA NACION. Ahora anda detrás de un teléfono satelital porque en la aldea no hay comunicación. Lo necesitan para atender emergencias. "Cuando no pudimos pagar la luz, lo dijimos, y no nos la cobraron -agrega-. Hay otras organizaciones que necesitan más."
Para los comedores compran los alimentos perecederos, los no perecederos se los donan. "Cuando llegan muchos, repartimos con otros", dice. Eso hizo, por ejemplo, con 900 kilos de harina que le mandaron hace poco.
Fanática de River y amiga de Carlos Bianchi -que junto con el conductor Jorge Guinzburg la ayudó a construir la aldea donde funciona la escuela de arte y oficios-, Theresa tomó los hábitos a los 18 años, cuando decidió que su vocación era más fuerte que su deseo de casarse y tener "muchos" hijos. Como integrante de la orden San Pedro Claver, se formó en Portugal y en Italia.
A comienzos de los ochenta llegó a Brasil para fundar la primera casa de la congregación. Allí le empezó a rondar la idea de trabajar "con" y no "para" los excluidos.
Conversa mientras pasa del comedor La Rinconada, en una de las zonas más pobres de Cruz del Eje, al San Nicolás, en un área rural donde hasta hace unos años los olivares eran fuente de trabajo. Hoy están secos y abandonados, una muestra más de los problemas que atraviesan las economías regionales.
Dice que una madre que maltrataba a una chica en plena calle y otra que lloraba porque no había conseguido limosnas para llevar a su casa fueron su punto de quiebre en Brasil. "Esos llantos me estallaban en el pecho; me quedaron adentro", recuerda. El camino no fue fácil; no quería dar un portazo y dejar el convento, así que logró que la enviaran a la Argentina a inicios de los noventa.
Enseñaba la Biblia, pero quería más que eso. Fue una charla con el entonces obispo de Córdoba, Raúl Primatesta, la que la ayudó. "Sé que fue una figura cuestionada -advierte en su característico "portuñol"-, pero conmigo fue bueno. Me aconsejó pedir permiso por un año para hacer una experiencia extracomunitaria." La hizo y la prolongó otros tres. Terminó por conseguir la autorización para dejar la vida consagrada y se instaló en Cruz del Eje.
Días largos
Para muchos es la "monja hippie" ya que su aldea está a menos de un kilómetro de San Marcos Sierras. A ella la divierte esa denominación. Si una llamada entra en su móvil, suena "Todo vuelve", de Axel. Si es un mensaje, aparece un tema de Roberto Carlos. Y para despertarse, María Martha Serra Lima.
Su día arranca a las 5; va al oratorio, desayuna jugos que hace mezclando todo lo que encuentra y se sube a su camioneta para hacer trámites. Confiesa que en los últimos tiempos la desvela la educación: "Antes estaba obsesionada por dar de comer; ahora quiero alimentar el cerebro. Atender el hambre intelectual. Una persona educada puede transformar y transformarse. Hay mucha hambre cultural".
Sus primeros comedores eran debajo de los árboles; la gente traía lo que tenía, se sumaban donaciones y cocinaban con leña -hace poco que todos tienen cocina con garrafa-. Repartían la comida. Unos plásticos eran el techo. Norma, en La Rinconada, cuenta que su mamá, ella y sus hijos se "criaron" comiendo en lo de Theresa.
"Voy a ser feliz cuando sea una desocupada", comenta la religiosa. No cree que esté cerca.
"No hay cultura del trabajo porque los chicos no la ven", agrega. Por eso, incorporó la escuela de valores. "Que vean que hay otras cosas, que el esfuerzo hace falta", apunta Theresa. Junto a ella trabajan 33 personas, incluyendo los profesores.
"No sé cómo, pero siempre nos convence de seguir; contagia energía", reconoce Hila, una de las voluntarias de San Nicolás, que está desde el comienzo de la fundación.
A Theresa, que se define como una argentina "trucha" porque no come carne ni toma mate, la sonrisa se le hace más amplia cuando cuenta que de los miles de chicos que pasaron por sus mesas hay varios que terminaron la universidad y muchos que trabajan.
Cuando se cruzan con ella en la zona la imagen es siempre la misma: se escucha el "hola, monja", acompañado de un abrazo.
Una localidad donde crece el empleo público
Nadie sabe con exactitud -como en todo el país- los datos de pobreza en Cruz del Eje, donde viven unos 70.000 habitantes. La coincidencia es que superan el 40%. Esta localidad nunca estuvo entre las más prósperas de Córdoba, pero fue empeorando. Hoy, las principales fuentes de ingreso son el empleo estatal y los planes sociales.La industria algodonera dejó de existir hace más de una década y los olivares languidecen.