La odisea de un grupo de científicos en la estepa patagónica para conservar al macá tobiano
Recorren un ambiente hostil, relevan las amenazas y diseñan proyectos
"Ir a las lagunas de altura donde habita el macá tobiano es siempre una aventura. No importa qué laguna, en qué meseta o cómo se acceda. Los vientos helados son un desafío. Pero el premio es supremo cuando se llega a la laguna y se encuentran macás, más aún si son colonias. Es una sensación brutal, sin comparación", dice Ignacio Roesler. Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), es el biólogo que mejor conoce al ave emblema de la provincia de Santa Cruz: el macá tobiano (Podiceps gallardoi), una especie críticamente amenazada de extinción, a la que se dedica desde hace más de 10 años.
La estepa patagónica es un ecosistema único en el mundo; cubre alrededor de 600.000 km2, aproximadamente el 20% del territorio argentino. Recibe menos de 300 milímetros de lluvia al año en promedio y la afectan fuertes y constantes vientos.
A pesar de la aridez, los ríos que fluyen desde los Andes al océano Atlántico y la nieve alimentan importantes espejos de agua dulce. Hay más de 45.000 lagos y lagunas que se forman en mesetas basálticas, a 600 metros sobre el nivel del mar. Estos cuerpos de agua son el hábitat de varias especies que únicamente habitan en estos ecosistemas amenazados.
Existen evidencias del impacto de la crisis climática en la Patagonia. Desde los años 40, se elevó la temperatura máxima en verano unos 3°C y se registra una alta variación interanual en el régimen de precipitaciones, lo que condujo a un retraimiento de los glaciares y del flujo de los ríos. Las proyecciones indican que probablemente las nevadas también disminuirán en las montañas y el aumento de temperatura causará la sequía definitiva de varias cuencas.
El proyecto Macá Tobiano de Aves Argentinas y Ambiente Sur, en colaboración con el Conicet, la Universidad de Buenos Aires, el Instituto Patagónico para el Estudio de Ecosistemas Continentales (Cenpat) y de la Universidad del Comahue, estudia estos ecosistemas para entender las principales amenazas y elaborar proyectos de conservación.
La familia de los macás incluye 22 especies de aves acuáticas buceadoras. Habitan principalmente en ambientes de agua dulce, pero algunas migran al mar durante el invierno. Son muy vulnerables hacia los cambios de origen antropogénico en sus hábitats, probablemente por su alta especialización en ambientes muy particulares.
Contra reloj
El trabajo para conservar al macá es duro y contra reloj. Roesler, de 38 años, lo describe así: "El viento, normalmente de 30 km/h, a veces es de 50 o 70 km/h y se hace sentir. Nos empuja, nos frena, nos deja sordos, nos llena los ojos de lágrimas... Pero buscamos el lugarcito en la barda basáltica para protegernos del viento y así lograr hacer un buen censo".
Y agrega: "Las amenazas que sufren estas aves actúan de forma sinérgica. La mayor es el cambio climático global, que es la que impacta reduciendo los ambientes y los restringe a utilizar pocas lagunas, ya que las ubicadas hacia el este se están secando". La introducción de las truchas arco iris; la depredación por el visón americano, una especie exótica introducida; el ataque a huevos y pichones que realizan las gaviotas asociadas a los basurales a cielo abierto; la construcción de represas sobre el río Santa Cruz, que puede afectar al estuario donde pasan el invierno; la construcción de líneas de alta tensión con las que podrían colisionar y la ocurrencia de períodos de extrema sequía son todos factores que atentan contra su supervivencia.
"Hoy, lo común es llegar a las lagunas y encontrarlas secas o casi secas, con apenas un grupo de patos crestones, algunos flamencos, algunas gallaretas y unos cuantos playeros y chorlos corriendo en las playas barrosas. La esperanza de encontrar tobianos nos hace recorrer cientos de kilómetros a pie y otros miles en vehículos. Pero hay un premio, ya sea una colonia de estas aves o un atardecer como los que solo ocurren en la Patagonia", comenta Ignacio, al que todos conocen por su apodo, Kini.
El cambio climático y sus consecuencias parecen imparables, pero el equipo de científicos, voluntarios, instituciones y demás implicados no se desaniman. "Nuestras estrategias de conservación apuntan a minimizar los factores que son manejables: las especies invasoras, la restauración de hábitat, la educación ambiental y, en última instancia, la cría en cautiverio. Si advertimos que ya no quedan lagunas o la población se reduce a un mínimo crítico, será una herramienta más para evitar la extinción final, pero es una estrategia a largo plazo", explica.
Hay optimismo, ya que luego de 10 años de arduo trabajo en equipo para mantener los últimos espacios remanentes y buenos para los macás, su población no solo no se redujo, sino que se incrementa a una tasa del 1% anual. "Para una especie en peligro crítico es realmente un éxito, pero requiere de sostener estas acciones continuamente o todo este trabajo no servirá de nada", concluye Roesler.
El trabajo de conservación ambiental también beneficia a otras especies del ecosistema amenazadas, como la gallineta chica y el chorlo ceniciento.
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