La muerte de Cristian conmovió al país
El dramático rescate duró 32 horas
SAN NICOLAS.- Tenía cinco años, una carita redonda, un cuerpo menudo y estuvo tirado en el fondo de un pozo de más de 18 metros, encerrado por una pared redonda de menos de 40 centímetros de diámetro y tapado por barro, tierra y pasto, durante más de 32 horas.
Nadie sabe cuándo murió, pero San Nicolás y también la Argentina toda quedarán impregnados de un dolor y una impotencia que más de una vez se intentó sortear sin ninguna suerte.
Es que desde este pueblo, las ganas de que Cristian Quiroz volviese vivo a la superficie se convirtieron en algo de todos.
Pero allí, al fondo, lo llevó alguien que dejó destapado un túnel hacia el horror, a sólo medio metro de una senda peatonal en la que Cristian cayó sin defensa, cuando anteayer volvía de sus primeros días en el preescolar hablando con su madre de papeles glasé de colores y de otras cosas que debían comprar.
Entonces, anoche, la gente estaba desesperada, porque después de un día y medio nadie pudo sacar a Cristian del abismo, aunque quizá ya lo hubiese hecho Dios. Pasó mucho tiempo allí abajo y ayer por la tarde, el padre Gustavo Salce llevó junto al pozo la imagen de la Virgen del Rosario de San Nicolás.
Algunos creyentes esperaron el milagro, otros, con resignación también cristiana, entendieron que lo mejor era que no siguiese sufriendo o que no haya sufrido.
Pero la gente necesitaba estar allí, en ese gran lote o potrero sembrado de soja y con una esquina triste, en donde estaban los pozos.
Permanecieron en el lugar todo el tiempo, esperando dar un grito de alegría y decepcionándose cuando el guinche de la roldana bajaba y subía de la oscuridad sin traer otra cosa que un valiente bombero asfixiado diciéndole a la gente que todavía faltaba.
Lo incomprensible
En un costado del pozo, su familia aguardaba en llanto. Madre, padre, tíos y abuelos contrastaban con sus dos hermanas, de 4 y 6 años. Es que ellas no entendían mucho, creían que él era un héroe de la televisión y que en cualquier momento saldría riendo del siniestro agujero.
Es que además de ser la muerte que otros propusieron, fue la más terrible para el chico y sus padres.
Estos últimos porque creyeron, lloraron y todavía no comprenden. ¿Cómo iba Cristian a entender que un alegre mediodía de sol terminaría en el peor de los encierros, solo con la oscuridad, la gran enemiga de algunos chicos, enterrado en el miedo?
"Es como si a uno le pisaran la cabeza. Falta aire y no hay luz", decía Marcelo Alvarez, un bombero que bajo varias veces a romper la pared de tierra y tosca que separaba a Cristian del mundo.
Al lado del pozo en donde murió el niño, la gente que fue a rescatarlo hizo otro. Fue con la idea de no desmoronar el de Cristian, con la intención de traerlo vivo.
Anteayer, a las seis, la niebla cubría esta ciudad y un grupo de ocho mujeres rezaba el rosario. Jorge Tamer, el jefe del escuadrón subía y bajaba por el estrecha perforación de barro con la persistencia de quien cree firmemente en el triunfo.
No se derrumbó, aunque el tiempo le decía lo contrario.
Con dos martillos neumáticos, una linterna en su frente y muchas más ganas, intentaba horadar la tosca. A las herramientas había que empaparlas con gasoil, porque si no se atascaban en el barro.
Arriba, la tía de Cristian sólo repetía: "Por Dios bendito, ¿dónde estará este chico?"
Un hilo de esperanza
El sol levantaba la neblina y todo parecía aclararse. Fue entonces cuando "monitorearon" el pozo con una cámara de video especial que llegó al fondo. A Cristian ni se lo veía.
Carlos Arata, el médico de los chicos que tuvo como su última misión observar el cuerpo, le dijo a La Nación : "Creemos que cayó de pie y eso puede salvarlo. Si golpeó primero con la cabeza, es imposible".
Tenía razón, pero no fue suficiente. Cristian, físicamente muy menudo, pudo haber llegado al fondo en una caída libre. Y eso, de la forma que fuese, se convertía en irreparable.
A poco de encontrarse definitivamente con la verdad estaba anoche su padre, Oscar Orlando Quiroz. Lloraba y cuando podía atendía a su mujer o al monitor que no le mostraba al hijo, sino una cubierta de barro que de vez en cuando algún bicho creaba la ilusión de que Cristian estaba vivo.
Habló con el intendente, Juan Antonio Corral, quien le pidió perdón por no haberlo saludado antes. Dialogaron de la muerte, también de alguna responsabilidad.
Quiroz sólo manejó su idioma simple, el de obrero de un corralón, y ante el discurso del político preguntó una y otra vez dónde había quedado la tapa del túnel. No tuvo una buena respuesta, es que la tapa nunca estuvo y, lo que es peor, muchos nunca supieron que había un pozo de la muerte.
"No sé qué decirle"
Se le preguntó por las palabras del intendente y sólo dijo con cara de darle todo igual: "Ya no se qué decirle. Aquí lo único que hubo fue una chapa toda oxidada que ni siquiera alcanzaba a tapar el hueco. Por allí se cayó mi hijo. Seguro que Cristian no tenía la culpa, ¿no le parece?" Otra vez se había hecho de noche. De a poco se iba diciendo que a Cristian Quiroz ya lo habían encontrado. Después... ya no se decía el nombre, se hablaba del cuerpo.
El jefe de bomberos, Tamer, no resignaba la bronca; el médico Arata sólo daba algún que otro abrazo, y el cura Salce trataba de colmar la congoja del pueblo que aún seguía. Ya sin aplausos, pero seguía.
La tensión se trasladó a pocas cuadras de allí, al hospital General de Agudos San Felipe, hasta donde fue llevado el niño cuando lograron sacarlo del pozo.
Durante algo más de una hora fue sometido a tareas de reanimación que resultaron inútiles. El director del nosocomio, Ismael Pasaglia, dijo lo que nadie en esta ciudad y en todo el país quería escuchar. "Se lo llevaron a la morgue judicial para practicarle la autopsia. Hicimos todo lo posible. No pudo ser". No hicieron falta más palabras.
Una pena infinita
La cadena de oración por la vida de Cristian que había acompañado desde ayer la vigilia de familiares, amigos y de la ciudad toda no terminó ni siquiera cuando se conoció lo irreparable: fue entonces que los fieles desearon al pequeño un lugar de privilegio junto a María del Rosario de San Nicolás.
Las luces de la TV comenzaron a apagarse. Al gentío le costaba entender que todo había terminado y que cada quien debía volver a su casa. La vida debía continuar.
Ardidos los ojos por tanto llanto y secas las gargantas de tanto implorar, el pueblo de San Nicolás se llevó su dolor en silencio. Como si cargara una pena que parece infinita.
Cristian, aun muerto, había salido de la oscuridad, de la presión, del dolor y de la fobia que sólo puede producir un pozo como ésos y que fue confesada por más de un socorrista.
Se lo llevaron a la morgue de San Nicolás. Una vecina dijo: "No volverá a estar encerrado jamás".
Espectacular despliegue en el salvamento
SAN NICOLAS (De nuestros enviados especiales).- En el barrio La Loma nunca se había visto un batallón de máquinas tan poderosas como de avanzada tecnología. Llegaron a medida que la vida de Cristian Quiroz era el bien más preciado.
El despliegue de hombres y de herramientas fue inesperado en ese "potrero", como inesperada fue la caída del chico en un pozo que casi todos desconocían. De manera desordenada más de 400 hombres, entre bomberos, gente de Defensa Civil, policías y empleados de empresas privadas pusieron en marcha un operativo que comenzó con la llegada de cuatro autobombas.
Luego apareció una ambulancia, a la que se le sumaron otras dos camionetas con modernos artefactos. Dos palas cargadoras Caterpillar iniciaron la remoción de tierra, acompañadas por otras dos, John Deere, y una gigantesca retroexcavadora que estiraba "brazadas" de 12 metros de profundidad.
La empresa Techint envió una pluma Grove de 50 metros de alto, que fue utilizada para cambiar de lugar cosas que ni entre decenas de hombres hubiesen podido. Un camión especial de Siderar limpió de tierra los túneles, al tiempo que cinco generadores eléctricos le daban luz a la noche y fuerza al martillo neumático para abrirse paso hacia el lugar en donde estaba Cristian.
Un camión trajo la carga de aire comprimido para inyectar en el subsuelo: se necesitaron más de 70 tubos de oxígeno para recuperar a los bomberos que trabajaban en el pozo.
Una cámara muy especial
Aguas de la Provincia aportó una camioneta equipada con monitores y desde la que se desplegó una cámara con luz propia -cuya emisión fue captada por la TV- que permitió ver, a unos 15 metros de profundidad, las entrañas del pozo, por lo que se convirtió en la "vedette" del rescate. El aparato es usado para la revisión de conductos y cañerías.
También se sumó un helicóptero sanitario para solucionar cualquier internación, por más lejana que sea.
Recuerdos de un héroe precoz
SAN SALVADOR DE JUJUY.- Para Juan José Ocampo, el niño que hace más de tres años salvó heroicamente a una pequeña de ocho meses de ahogarse en un profundo pozo ciego, la vida continúa.
Hoy, con 11 años, estudia computación en un bachillerato especializado, se pelea con sus hermanitos por los lápices, tiene una barra de ocho amigos en el barrio Campo Verde, situado a 2 kilómetros de esta capital, y juega de defensa en un equipo de básquet, que dirige el profesor de educación física de la municipalidad local, Juan Vallejo.
Recuerda perfectamente aquel día de octubre de 1994 cuando con poco más de 9 años, su padre, Asunción Ocampo, un modesto albañil, lo hizo descender con una soga por una estrecha abertura hasta el fondo de un pozo ciego donde,por un descuido de la abuela, había caído Patricia Karina Mamani, una vecinita.
No se olvida de que fue elegido para esa tarea por su contextura diminuta y que sintió "un poco de miedo". A veces visita a la pequeña Karina, ahora una rozagante niña de 4 años.
Juan José relató a La Nación que en aquel episodio, la beba estaba totalmente mojada por las heces del fondo del pozo y que tuvo que aferrarla a una especie de arnés para poder subirla, poco a poco, impidiendo que se resbale.
Después de la hazaña, Juan José siguió con su vida sencilla de chico de barrio, a pesar de la medalla de oro que le otorgó la Legislatura local por su acción, de la beca que recibió del gobierno de la provincia para continuar sus estudios y del viaje que hizo a Buenos Aires para participar en un famoso programa de televisión del mediodía, del que ya casi ni se acuerda.
Sin embargo, su madre, Marta Amador de Ocampo, recuerda muy bien que el entonces titular del Consejo del Menor, Atilio Alvarez, le prometió una beca que nunca llegó: "Y bueno, así son las cosas", dice con resignación.
Mientras sigue discutiendo con sus hermanitos Jimena, de 11 años, y Eduardo, de 9, por los útiles escolares, Juan José prepara su camisa y una corbata y le explica a este cronista que se tiene que ir al colegio. Se despide y se aleja rápidamente para tomar el colectivo que toca bocina y ya no quiere esperarlo en la esquina de la casa.
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