La misteriosa desaparición de Martita Stutz, el caso que marcó la historia policial cordobesa
CORDOBA.- Era el sábado 19 de noviembre de 1938 cuando Martita, de 9 años, llegó a su casa después de su último día de clase en la escuela Alejandro Carbó. Se sacó el guardavolpo y pidió una moneda para ir a comprar la revista Billiken. Nunca más apareció. Desde entonces, el destino de Marta Ofelia Stutz se convirtió en un misterio que nadie pudo olvidar.
La incertidumbre consumió a su familia. Sus padres y sus dos hermanos menores fueron “tragados” por la tristeza y los sospechosos terminaron rehaciendo sus vidas en otras provincias sin que nadie más los buscara.
“Martita es como un fantasma; no quedó nadie detenido, no hubo condenados –dice a LA NACION Esteban Dómina, autor del libro “La misteriosa desaparición de Martita Stutz-. Probablemente no se convirtió en una ‘santita’ popular porque era clase media, pero la historia es, en sí misma, una especie de novela”.
Cuando la desaparición de Martita se hizo pública, conmocionó a Córdoba y, a medida que pasaban los días, al país. Los Stutz eran una familia típica de la clase media de aquellos años; papá oficinista, mamá ama de casa, los chicos en el colegio.
La nena salió de su casa al kiosco cercano, frente a la escuela Yrigoyen, donde había bastante gente porque se inauguraba una obra en ejecución. El kiosquero –el lugar cerró hace pocos años- aseguró que la vio cruzar la calle y caminar en dirección a su casa. Pero nunca llegó.
“La búsqueda fue intensa, con los medios que había a disposición, que no eran sofisticados, pero la investigación se hizo con torpeza, fue rudimentaria”, describe Dómina. El caso rápidamente trascendió los límites de Córdoba. Sin pistas, la policía estaba “desconcertada”.
Pasaron varios meses hasta que una prostituta apuntó contra Antonio Suárez Zabala, un hombre sin antecedentes, casado, padre de dos hijos, que trabajaba para un laboratorio médico. La joven afirmó que había escuchado que “pedía chicas”. Así nació la historia del “vampiro de Córdoba”.
Antonio era hermano de Francisco Suárez Zabala, el farmacéutico inventor del Geniol en sociedad con un perfumista de apellido Dubarry. Hubo versiones que sostenían que él ayudó a que el cuerpo de Martita fuera trasladado a una estancia en Bragado (Buenos Aires). Allí, en Montelen, la niña aparecería luego como un “fantasma”, según diversos relatos.
En esa nueva etapa del caso hay ribetes que Dómina no duda de rotular como “alocados”. Las líneas de investigación llevan a José Barrientos, un guarda de tren, “con su mujer ligada a las ‘casas de citas’. Los datos dicen que llevaron a su casa a Martita, ya muerta, y que entregaron el cuerpo a un vecino -Humberto Vidoni- dueño de unos hornos de cal en La Calera, donde la habrían incinerado.
“Mono”, el sabueso entrenado que la Policía trajo desde Buenos Aires, encontró un colchón enterrado en el patio de los Barrientos. Ellos y Suárez Zabala fueron presos.
Los puntos oscuros de la investigación
“La gente se agolpaba ante las pizarras de los diarios donde se publicaban las noticias, el caso se devoraba”, apunta Dómina. Como se habló de que una “mujer rubia” tomó de la mano a Martita cerca de su casa, ese color de pelo se convirtió –por un tiempo- en un “estigma”. Era “la perversa, la malvada que la entregó; ninguna quería ser rubia”, asegura el escritor.
El radical Amadeo Sabattini gobernaba Córdoba en esa época. Por los problemas en la investigación, la oposición demócrata logró interpelar a su ministro de Gobierno.
En tanto, otro hecho ensució aún más la causa: Vidoni, el dueño de los hornos de cal, fue torturado por la policía hasta morir, lo que desembocó en la renuncia del jefe de la fuerza, Argentino Auchter, quien en 1945 fue candidato a gobernador del peronismo.
“Sabattini sufrió un desgaste –avanza Dómina-, como a nivel nacional gobernaban los conservadores; hasta se llegó a plantear la posibilidad de intervenir la provincia”. Dedoro Roca, el impulsor de la reforma universitaria cordobesa, se convirtió en el defensor del principal sospechoso, Suárez Zabala, que ni bajo tortura confesó.
En 1941 fue condenado a 17 años de prisión por proxeneta. Dos años después, el caso –por apelación de la defensa- llegó a la Cámara, que lo dejó libre por falta de pruebas. Entre Mendoza y Chile se perdió su rastro.
“Los camaristas votaron divididos; Antonio de la Rúa –padre del ex Presidente, Fernando- se inclinó por que era culpable. Pero las pruebas era débiles, todas testimoniales. Y sin el cuerpo, era difícil”.
El caso Stutz marcó a Córdoba durante años. “Los mayores recuerdan que sus mamás no los dejaban salir solos, les pedían no hablar con extraños, no aceptar caramelos. La familia, consumida por el dolor, bajó la persiana. El hermano menor murió hace pocos años; su hermana vive pero nunca quiso hablar”, concluye Dómina.
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