La mirada de los expertos: masculinidad dominante, presión grupal y goce sádico detrás de la violación en Palermo
Las conductas de los seis jóvenes detenidos revelan que los mandatos de la violencia machista siguen manifestándose
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Fue una violación grupal, seis varones en un ataque sexual contra una mujer de 20 años. A plena luz del día, dentro de un auto estacionado en la calle en el barrio de Palermo, en un acto ultrajante y premeditado. Los detenidos, de entre 20 y 24 años, forman parte de una generación que hizo su paso por el colegio secundario bajo la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI); una de las generaciones, quizá, más tolerantes en cuestiones de orientación sexual y religiosa. Pero no son, paradójicamente, hitos vinculantes. Porque sus conductas revelan las lógicas propias que articulan la masculinidad dominante, esos mandatos de la violencia machista que siguen manifestándose con una frecuencia pavorosa.
“Es un acto aberrante que siempre ha existido, tal vez en esta época logre mayor visibilidad –dice Mónica Cruppi, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA)–. Sea cual fuere la época, hay cierto grupo que actúa con desmesura en contra de una persona indefensa, y así obtiene un goce sádico y perverso. Al otro no se lo registra como un semejante, como prójimo ni como víctima, sino como un objeto a ser usado, humillado, torturado”, se explaya la autora del libro Vivir en posmodernidad. Y agrega: “La víctima en estado de indefensión se constituye un objeto erótico desubjetivado. Es decir, no se lo considera sujeto, sino cosa con la que no se tiene empatía”.
Para la escritora Gabriela Larralde, autora de Una poética del género: Guía de lecturas para abordar la Ley de Educación Sexual Integral, la realidad muestra una vez más que no alcanza con educar niñas empoderadas. “Ni alcanza con hablar de diversidad en las infancias. Hay un faltante respecto al trabajo que debemos hacer con los niños varones, cuando aún son niños –refuerza Larralde–. En la implementación de la ESI esto se ve. La temática menos desarrollada es la que tiene que ver con las masculinidades. Esto se da porque la ley trabaja sobre una sociedad, no en abstracto. Y todo el trabajo que las mujeres y disidencias hemos hecho durante los últimos años a nivel masivo, no lo han hecho los varones. Es necesario poner el foco en cómo estamos educando a los varones. No podemos seguir criando niños que se vuelven violadores”.
Con total impunidad y omnipotencia
Laura Quiñones Urquiza es especialista en criminología forense y autora del libro Lo que cuenta la escena del crimen (Ediciones B), y explica que las agresiones sexuales grupales se mueven por jerarquías y escalan con el frenesí. En coincidencia con el caso actual, Quiñones Urquiza señala que, muchas veces, quien debuta con esta violencia criminal suele no tener antecedentes penales, pero sí conductas antisociales manifestadas con anterioridad, que fueron pasadas por alto o no reveladas. “Escuché algunos planteos en los medios que decían que este grupo de jóvenes, producto del alcohol o las drogas, no sabía lo que hacía. Nadie puede decir que no se es consciente de lo que se hace cuando hay dos individuos que actúan de campana, o que incluso están dispuestos a luchar contra los testigos que trataban de defender a la víctima. No creo que no estuvieran en las condiciones de diferenciar el bien del mal, y que no comprendieran la criminalidad de sus actos”, detalla.
Como socióloga e investigadora del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), Eleonor Faur plantea diversos interrogantes. “Primero, ¿cómo es posible que seis jóvenes de poco más de 20 años violen a una chica de su edad, a plena luz del día y en una época en la que hay una sensibilidad feminista tan extendida?”, cuestiona Faur, que también da clases en la Universidad Nacional de San Martín, donde estudiarían dos de los detenidos.
“Por una parte, el hecho nos muestra el error de dar por sentado que todos los jóvenes son igualitarios en términos de género o, más bien, que estar permeado por cierta sensibilidad de época no los transforma en sujetos incapaces de tener actitudes violentas –argumenta Faur–. También podríamos preguntarnos si cada uno de los seis jóvenes hubiera violado de no estar con los otros cinco. Aquí surge uno de los temas complejos de la construcción social de las masculinidades: la necesidad de aceptación por parte de los pares varones, la complicidad machista”.
Lo ocurrido, continúa Faur, indica la cantidad de capas que se superponen en las subjetividades masculinas y en las dinámicas de grupos de pares. “También dejan claro la profundidad de la cultura patriarcal en la sociedad, porque desarmar este sistema supone romper jerarquías simbólicas y materiales. Quebrar la noción tan extendida entre varones de distintas generaciones que se arrogan el derecho a disponer de los cuerpos de las mujeres, es mucho más que modificar gestos o formas de hablar”, sostiene.
La psicóloga Ximena Tobías, directora de Movimiento Anti Bullying Argentina (MABA), se cuestiona hasta qué punto uno es consciente de las consecuencias como individuo cuando la responsabilidad se diluye ante la presión grupal. ¿Es que la identidad que brinda esa pertenencia es tan valorada que la consciencia deja de funcionar y produce una abdicación de la responsabilidad más básica?
Del aula a la calle
La experta hace un paralelismo de la violencia del caso con lo que sucede muchas veces en la escuela. “La víctima no pudo ni gritar. No le quedaban fuerzas. Apenas pudo defenderse, y además será doblemente traumatizada y victimizada cuando su precaria forma de resistirse sea evaluada para que sirva como prueba. Es una dinámica grupal repetida que comparte algunos rasgos con el bullying: hay una clara diferencia de poder, la víctima está imposibilitada de defenderse y hay perpetradores y reforzadores pasivos –enumera Tobías–. ¿Cómo se explica que en una situación grupal se haga más sencillo diluir la responsabilidad individual ante la presión del grupo?”.
Otro tema para reflexionar, según Faur, se enlaza con la intervención de la pareja de comerciantes, que considera un punto relevante. “Además de avisar a la policía, rescataron a la joven. Superar el silencio de quienes son testigos de situaciones de violencia es un elemento de enorme trascendencia y, quizás, esta situación responde a la expansión de información y lecturas en clave de género, que colocó el movimiento Ni Una Menos para entender las violencias machistas”, concluye la socióloga.
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