La mejor forma de enseñarle a un bebé a caminar es... ¡No enseñarle!
A veces las madres y padres nos ponemos ansiosos y morimos de ganas de ver a nuestros hijos pasar a la siguiente etapa o conquistar algún logro, cuando en realidad ellos no tienen ningún apuro. Cada bebé como individuo tiene sus propios tiempos y si no gatea o no camina todavía, no quiere decir que haya algo mal, simplemente que por ahora se siente bien descubriendo el mundo así y no está listo para pasar a lo siguiente. Pero pronto seguro lo logrará.
Sobre esto hablan Liliana Gruss y Francis Rosemberg, dos fonoaudiólogas y psicomotricistas que, inspiradas por el método del movimiento libre la pediatra húngara Emmi Pikler, escribieron el libro Bebés en movimiento, El desarrollo postural en imágenes. En él muestran fotos de las posturas y desplazamientos espontáneos de los bebés y las van analizando, demostrando la naturalidad y armonía con que los bebés van evolucionando hasta lograr ponerse de pie y caminar por sí mismos, sin necesidad de enseñanzas, ya que al ser respetados sus tiempos y valoradas sus iniciativas, crecen seguros, tranquilos y capaces para lograrlo.
Destaco a continuación algunas claves de mi entrevista a ambas expertas, acerca del desarrollo postural y el movimiento de los bebés para tener en cuenta:
- La intervención del adulto "estimulando" o provocando posturas que el bebé no domina, interfiere en la secuencia y entorpece las adquisiciones. El control del cuerpo en el espacio, el dominio del equilibrio, son vivencias muy íntimas; nadie desde el afuera puede determinar cuál es el momento para colocar al niño en tal o cual posición. María Montessori decía que toda ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo.
- Hay que partir desde un comienzo de la postura sobre la espalda, en la que está garantizada la mayor superficie de apoyo y, por lo tanto, el equilibrio y la seguridad corporal, y permitirle al bebé ejercitar todos sus movimientos con libertad, facilitará que cada niño construya por sí mismo la secuencia de posturas y desplazamientos que lo llevarán de la horizontalidad a la verticalidad.
- Dejarlos aprender solos influye positivamente en la confianza y autoestima de nuestros hijos. Esta vivencia de control del propio cuerpo, del equilibrio, del ejercicio de las propias iniciativas, tiene gran incidencia en el desarrollo emocional de los niños. El vínculo cálido y seguro con sus padres y con los adultos responsables de su cuidado, adultos que le permiten actuar, que disfrutan con lo que el bebé es capaz de hacer, con lo que sabe y puede en cada etapa por la que va transitando, permite que el niño se desarrolle seguro de sí mismo, con la seguridad emocional que le dan la contención y el respeto por sus logros.
- Todos los bebés atraviesan las mismas etapas pero a distintos tiempos: esto sucede en una secuencia que va desde la posición sobre la espalda a poder pararse y caminar. Hay niños más precoces y otros más tardíos. Lo importante no es cuándo los niños hacen lo que hacen, sino cómo lo hacen: con seguridad, confianza, dueños de su propio cuerpo, o dependiendo de que alguien lo ponga, lo saque, lo acomode... Los ritmos son diferentes: la marcha se da generalmente entre los nueve y los dieciocho meses. Los que caminan a los nueve, son los precoces; los que lo hacen a los dieciocho son los tardíos. El promedio de los niños suele comenzar a caminar alrededor de los dieciséis y no a los doce meses como indican muchas tablas de desarrollo.
- Si el desarrollo autónomo es respetado y no se interfiere colocando al niño en posturas que aún no domina, todos los niños gatean, se sientan, se paran y caminan. Gatean sentados aquellos niños que fueron colocados en posición de sentado antes de adquirirla por sí mismos. Reptar es un desplazamiento correcto que se adquiere antes del gateo, antes de que las piernas y los brazos logren sostener el tronco alejado del piso. Es posible que en un principio el desplazamiento se produzca hacia atrás, ya que hay empuje desde los antebrazos antes de que el niño organice el punto de fuerza en los dedos de los pies. A partir de la experiencia, los niños irán organizando sus desplazamientos hasta lograr el reptado hacia adelante.
- Hablar de autonomía del niño pequeño, es reconocerlo como un ser de acción y no sólo de reacción desde las etapas más tempranas. Como un interlocutor válido en el vínculo adulto-niño. ¿Acaso no se transforma la casa, nuestras rutinas cotidianas y la vida entera cuando llega un bebé al hogar? ¿No nos ponemos felices si abre la boca alegremente para comer el puré que le ofrecemos y no nos angustiamos si la cierra y frunce el entrecejo o da vuelta la cara negándose a comer? Hablar de autonomía es considerarlo persona desde el nacimiento. Es poder observarlo y descubrir que sólo es torpe si le imponemos posturas a las que no ha llegado por su cuenta. Que es armonioso en sus movimientos cuando gira y pasa de estar panza arriba a panza abajo; que tiene iniciativas propias cuando explora los objetos tomándolos en sus manos, observándolos, cuando chupa, sacude, frota, tira y vuelve a tomar... Hablar de autonomía es tomar la decisión de respetarlo en sus tiempos y en sus ritmos, en sus deseos y necesidades, sin intentar imponer los nuestros.
- Si bien hay que dejar que los niños “hagan” por su cuenta, esto no quiere decir que el adulto se desentienda de él. Todo lo contrario. Conocerlo profundamente, saber cuáles son las necesidades de cada uno, tomar en serio la actividad de cada bebé, le permite al adulto referente organizar el espacio adecuado, un medio tranquilo, distendido y seguro, rico en elementos seleccionados en función de sus intereses y sus posibilidades, en cada etapa madurativa por la que va transitando.
- Hay puntos en común entre la filosofía de María Montessori y los principios de la Dra. Emmi Pikler. Ambas buscan organizar un lugar en el que los niños puedan hacer las cosas por sí mismos – vivir su propia vida – sin ayuda inmediata de los adultos. De esta manera, el niño se hace consciente de su propio poder, es decir de su poder hacer. También hay algunas diferencias, ya que Montessori se dedicó a la “educación” de los niños y a desarrollar planes de aprendizaje individualizado, pensando en las formas más naturales y espontáneas de adquisición de conocimientos, a partir de las edades de la escolarización. Emmi Pikler se dedicó a las etapas más tempranas del desarrollo infantil, desde el nacimiento hasta el ingreso en la etapa escolar. Es decir a la constitución subjetiva más temprana. Sus principios se asientan sobre la calidad de los cuidados cotidianos, y sobre la libertad del movimiento en los bebés, y no sobre los aprendizajes de índole escolar.
- Algunos de los errores comunes que cometemos los papás: a veces los adultos caemos en la tentación de acelerar o querer saltear etapas. Cuando el bebé está madurativamente preparado para jugar boca arriba, mover libremente brazos y piernas, girar la cabeza, nosotros pensamos que es mejor ponerlo boca abajo (posición en la queda aplastado contra el colchón, sin poder mover su cuerpo ni elevar la cabeza, ya que ésta es muy pesada). Cuando está ejercitando este giro para ponerse boca abajo, consideremos necesario sentarlo. Entonces le colocamos almohadones para sostenerlo (pero igual se cae para un costado, ya que su columna no está madura para permanecer erguida). Y cuando comienza a sostenerse sentado, lo paramos. Y apenas él comienza a pararse por sí mismo, lo hacemos caminar. Siempre apurando sus tiempos. Como si lo que el bebé propone, no importara. Porque nuestras expectativas siempre están más allá de lo que él puede en el aquí y ahora. Así es muy difícil construir la autoestima, la confianza en sí mismo, la posibilidad de tener iniciativa...