La Masacre de Carmen de Patagones: cómo pasa sus días Juniors, entre internaciones y el olvido
El estreno de Implosión, una película que indaga sobre las secuelas del episodio y tiene como protagonistas a dos sobrevivientes, reaviva los interrogantes alrededor del destino del autor de la tragedia
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Desde que en la mañana del martes 28 de septiembre de 2004, hace casi diecisiete años, Rafael Juniors Solich vació en pocos segundos el cargador completo de la Browning 9 milímetros de su padre -suboficial de Prefectura Naval Argentina- dentro del aula y mató a tres de sus compañeros del primer año de la secundaria en la escuela Islas Malvinas de Carmen de Patagones, vive institucionalizado y es sometido a un tratamiento psiquiátrico con supervisión judicial permanente.
Bajo las balas de Juniors murieron Sandra Nuñez, Evangelina Miranda y Federico Ponce. En tanto, Nicolás Leonardi, Natalia Salomón, Cintia Casasola, Pablo Saldías y Rodrigo Torres sufrieron heridas de diversa magnitud.
La Justicia lo consideró inimputable ya que entonces tenía 15 años -uno por debajo de la edad que la ley determina como punible- al igual que las víctimas del ataque.
Aquel episodio, que conmocionó al país y marcó para siempre su vida, lo transformó en una figura casi fantasmal alrededor de la que, en todos estos años, se han tejido innumerables versiones respecto de su situación y paradero.
Juniors, como lo bautizó su padre por su pasión por Boca, se halla integrado a una numerosa comunidad en una clínica privada de psiquiatría -cuyo nombre se omite en el presente artículo por razones legales y de seguridad- de las afueras de la ciudad de La Plata, a casi mil kilómetros de donde ocurrieron los hechos. Se trata de uno de los centros de tratamiento de afecciones de salud mental más importantes en su rubro en la provincia de Buenos Aires.
El autor de la masacre escolar recibe un tipo de programa integral de atención con el que se busca abordar la patología que lo aqueja y que, según los especialistas que lo han diagnosticado, se trata de una enfermedad crónica. Además, el joven, hoy de 31 años, se encuentra bajo seguimiento constante del Juzgado de Familia N° 4 de La Plata.
Juniors, sin destino
El múltiple crimen dentro de la escuela de Patagones no tenía antecedentes en el país y dejó al descubierto la ausencia de dispositivos para prever este tipo de hechos así como severas fallas en el abordaje de la situación posterior.
Sin contar con un lugar y profesionales preparados para el caso, Juniors fue alojado durante los primeros días en las comisarías de Patagones y Bahía Blanca. Luego pasó tres meses en dependencias de la Prefectura en Ingeniero White, hasta tanto las autoridades bonaerenses decidían qué hacer con él.
La jueza de Menores a cargo del caso, Alicia Ramallo, a quien Solich le confió que “desde séptimo grado pensaba hacer algo así”, había sugerido llevarlo a una comunidad terapéutica o un lugar para recibir una asistencia adecuada. Debido a la falta de vacantes, el joven fue trasladado al Instituto El Dique, un centro de máxima seguridad de internación de menores en conflicto con la ley penal. El encierro y la convivencia con el resto de los chicos allí detenidos se volvió difícil y Juniors protagonizó al menos un intento de autoagresión provocándose heridas cortantes en sus brazos.
Tras aquel incidente, en junio de 2005, el joven fue trasladado a la clínica Santa Clara en el partido bonaerense de San Martín. Allí ingresó sin contar con un diagnóstico certero. Durante su estadía en el lugar, recibió atención psicológica y se le prescribió dar continuidad a un plan psicofarmacológico que había iniciado durante su estadía en El Dique.
Uno de los tantos informes que consta en el expediente judicial al que accedió LA NACIÓN, -y que también puede leerse en el libro Juniors, la historia silenciada del autor de la primera masacre escolar de Latinoamérica, escrito por los autores de esta nota- remarca la “falta total de remordimiento o culpa por lo protagonizado en Carmen de Patagones”, razón por la cual los especialistas no descartaron que a largo plazo y sin riesgo inminente de castigo “reitere alguna conducta antisocial o grave de transgresión a las normas morales”.
Desde un primer momento, los numerosos profesionales que intermitentemente lo trataron señalaron la importancia de dar continuidad al tratamiento y reconstituir el lazo familiar. El diagnóstico de la afección que padecía Juniors fue centro de controversias permanentes. Para un grupo de profesionales el joven sufría de esquizofrenia mientras que, desde otra biblioteca, se hablaba de un “trastorno de personalidad con rasgos psicopáticos”.
En 2005 se presentó un primer pedido para permitirle salir a pasar las fiestas de fin de año con sus parientes. Al principio la jueza solo permitió la realización de paseos breves por las inmediaciones de la clínica con una custodia, luego, desde agosto 2007, accedió a la visita a la casa de los padres y así, poco a poco, el tiempo en la calle se fue ampliando, a partir de la buena conducta y el cumplimiento de todos los requisitos observados por el paciente.
Cuando Juniors cumplió la mayoría de edad, la jueza Ramallo dejó de actuar y todo quedó en manos del Juzgado de Familia N° 4 de La Plata, a cargo de Silvia Mendilaharzo (expediente N° 1503/10), con la intervención de la asesora en salud mental Guillermina Saracho. En este nuevo período el autor de la masacre escolar fue trasladado a la clínica de La Plata donde hoy permanece.
Si bien durante algunos años gozó de un amplio régimen de salidas transitorias gracias al que pasaba más tiempo en su casa que en la clínica, Juniors no logró integrarse abiertamente a la sociedad. No pudo terminar la secundaria ni conseguir un empleo formal. Sí logró vincularse sentimentalmente con una joven y fue padre de un varón, fruto del amor de esa pareja.
“El matapibes”
Desde el primer momento, la inicial protección y reserva judicial derivada de la edad tanto del agresor como de sus víctimas, sumada a la necesidad de las autoridades de echar al olvido el traumático caso, sumió al episodio y a su protagonista en un cono de sombras que, con el tiempo, se fue haciendo más y más espeso.
Abochornado y por miedo a represalias, el padre del múltiple homicida llegó a pedir formalmente un cambio de identidad para toda la familia, pero le fue denegada. Si bien, durante todos estos años se ha mantenido un silencio compacto tanto judicial como gubernamental y administrativo sobre la situación de Juniors y las alternativas de su tratamiento, con el paso del tiempo, su figura fue adquiriendo un halo de misterio rodeado por incógnitas alimentadas en versiones -algunas disparatadas- sobre su destino que lo fueron convirtiendo casi en un espectro que atormenta a los sobrevivientes y sus familiares.
En los propios lugares donde fue internado se observa, con distintas variantes, ese mismo fenómeno. Cuando estuvo en El Dique lo apodaron el “matapibes” y gozaba de un respeto generalizado entre la población intramuros; un prestigio otorgado por la magnitud de la matanza que había protagonizado.
En enero último uno de sus compañeros de habitación en la clínica donde permanece internado dijo que descubrió en un cuaderno de su propiedad que Juniors había planeado un ataque dentro del neuropsiquiátrico. Laureano Mac Lean se lo contó a su madre, Stella Maris Gómez, y ella, temerosa por lo que pudiera ocurrir, informó sobre los dichos de su hijo a las autoridades del lugar, pero también decidió hacer una denuncia en tribunales.
La fiscal que llevó adelante la investigación (IPP 1726/21), Virginia Bravo, informó que no se pudo reunir evidencia que indicara la existencia de una tentativa semejante y, semanas atrás, decidió mandar la causa al archivo, decisión que fue refrendada por la Fiscalía General. No obstante eso, la mamá de Laureano confirmó a LA NACIÓN que exigirá que se reabra el caso.
El incidente sirvió para confirmar que Juniors permanece en el neuropsiquiátrico platense. En diálogo con este medio, directivos del centro de salud minimizaron lo denunciado por Mac Lean e indicaron que se trató de un malentendido y que por su amplia experiencia no existió riesgo alguno para la población ni para el personal de la institución. Las fuentes consultadas confiaron que el joven recibe tratamiento y se encuentra plenamente integrado a la comunidad terapéutica. También informaron que realiza salidas controladas y que, en general su situación es estable.
Implosión, un film que se pregunta “por qué”
La angustiosa incertidumbre que crece alrededor de la figura de Juniors se convirtió en el disparador de la película “Implosión” que, con una propuesta audaz que combina ficción con realidad, indaga de un modo muy particular sobre las secuelas de aquella tragedia.
Los protagonistas del film dirigido por Javier Van de Couter son dos de los chicos que aquella mañana de 2004 fueron alcanzados por las balas: Rodrigo Torres y Pablo Saldías, quienes esta semana -el martes 23- estuvieron presentes en el Bafici, en el estreno en el que volverá a proyectarse este jueves en el Espacio Cultural Carlos Gardel y que el 8 de abril próximo se presentará en salas de todo el país.
Ambos enfrentaron y superaron heridas muy graves: a Rodrigo tuvieron que recomponerle varios órganos: hígado, intestinos, bazo y riñón; Pablo sufrió la fractura de nueve costillas, lesiones en el pulmón derecho, el bazo y perdió un riñón.
En la película también participan otras dos alumnas de entonces: Cintia Casasola y Cintia Pisciotto, que aparecen fugazmente en una escena filmada en la propia escuela donde ocurrió el hecho.
Según la trama, Rodrigo y Pablo, impulsados por sus dolores y el rumor de que Juniors visitó secretamente a su abuela en Patagones, emprenden un viaje empujados por la necesidad de saber qué pasó con él e indagar en un mundo para ellos insondable en la realidad: conocer sus razones, saber si se siente arrepentido y descubrir su realidad actual. En esa búsqueda se juega la historia del film.
Nacido en Patagones y con vínculos con las familias de varios de los chicos que fueron víctimas, Van de Couter se propuso inicialmente filmar un documental para contribuir con la memoria sobre lo ocurrido. No obstante, hace unos cinco años, comenzó a pergeñar otra idea. En lugar de reconstruir la masacre escolar, decidió profundizar en lo que le pasaba a los sobrevivientes de aquella traumática experiencia y llevar la acción hacia adelante.
Así se acercó a Torres y a Saldías y empezó una relación que terminó por incluirlos como protagonistas. El primero tiene una postura abierta, que contempla la posibilidad de perdonar y escuchar las razones de Juniors. El segundo, en cambio, no quiere saber nada de ello. Y entonces ambos se proponen ir por él: necesitan hallarlo y preguntarle cara a cara por qué hizo lo que hizo.
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