La maestra que vive en un paraje deshabitado para poder darles clases a sus dos alumnos
Mónica Tortone, de 49 años, viaja todos los lunes desde su casa en General Pico, La Pampa, hasta la escuela del paraje El Balde, en el partido bonaerense de Rivadavia
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“Como docentes tenemos que garantizar la presencialidad en el espacio físico del aula”, afirma Mónica Tortone, de 49 años, que todos los lunes recorre 120 kilómetros desde General Pico, en La Pampa, donde vive, hasta la escuela del paraje El Balde, en el Partido de Rivadavia, en la provincia de Buenos Aires. En su trayecto por caminos solitarios, ve el amanecer cruzando pequeños pueblos perdidos hasta llegar al Meridiano V (límite entre ambas provincias) y dar presente en la escuela de Roosevelt, donde está a cargo del jardín, para finalmente al mediodía recibir a sus dos alumnos en El Balde, donde es titular desde hace 14 años. “Durante toda la semana soy la única habitante del paraje”, sostiene la docente.
“El 2020 fue un año muy duro, sin la presencialidad”, sostiene. Desde el comienzo de la pandemia, en el paraje, y en la zona aledaña, no hubo casos de Covid. “A pesar de eso, nuestra sala está preparada para los protocolos”, agrega. “Los niños han implementado el tapabocas y el alcohol en gel”, afirma.
El Balde es un paraje donde sólo está la escuela y las instalaciones de un viejo club rural. Alrededor de esto, un mar de pastizal. Algunos caminos de tierra señalan rumbos que se pierden en la profundidad de un mapa olvidado. Está a 60 kilómetros de América, ciudad cabecera del Distrito, 20 km del Meridiano V y 560 de la Ciudad de Buenos Aires. “No hay mucha gente por estos caminos”, sostiene Tortone. La población rural del paraje es imprecisa, no hay datos claros en la frontera. Las familias de la primaría y el jardín se ven en la escuela. “Es el punto de encuentro”, afirma Tortone.
Su travesía hasta llegar a este rincón indómito requiere de un buen manejo de los caminos rurales. Sale antes del amanecer de General Pico, el campo con su rocío y las primeras luces la encuentran en Agustoni, una localidad de 230 habitantes recostada en el Meridiano V, de cara a la provincia de Buenos Aires. Su recorrido la lleva hasta Roosevelt, donde detiene su marcha para trabajar en la escuela de allí, y recién completa su viaje hasta El Balde, descarga las provisiones para toda la semana y da clases a sus dos alumnas.
“Cuando llueve tengo que buscar un camino alternativo”, explica. Desde Agustoni debe tomar el camino del Meridiano V (es una calle de tierra recta) hasta Mira Pampa (provincia de Buenos Aires), de allí a Roosevelt y finalmente hasta El Balde. “Me cruzo con animales, lo importante es seguir la huella”, afirma. ¿Qué sucede si le pasa algo durante el trayecto? “La mayor parte del viaje no hay señal”, sostiene. Días pasados se le enroscó un rollo de alambre suelto en una de las cubiertas. Debió bajar y meter mano. “Esperé, no pasó nadie y finalmente lo desenrosqué”, afirma. “Seguí viaje”, agrega.
“Durante toda la semana vivo sola en la escuela”, dice Tortone. La localidad más cercana es Roosevelt, a 17 kilómetros. Sus dos alumnos llegan al mediodía y se retiran a las 17 horas. La matrícula de las escuelas rurales es variable y cambian en forma anual. Las familias en el universo rural suelen mudarse en busca de trabajo. Muchas se van, pero también otras llegan. En 2019 tenía cinco alumnos; desde el 2020, dos y según sus previsiones, el 2022 volverá a los cinco. Los viernes por la tarde debe desandar sus pasos, y regresar a General Pico, luego de viajar otros 120 kilómetros.
Es titular del Jardín de Infantes de El Balde desde 2007, pero comenzó a trabajar allí en 1998. “Hemos establecido una relación muy fuerte con las familias”, sostiene. “Ayudan siempre, por ejemplo para la merienda”, asegura.
Vivir en la frontera
“Están muy informados, aunque los niños no preguntan por el Covid”, confirma. Vivir en la frontera es un modo de vida disociado de los centros urbanos. La televisión satelital, para los que tienen, y la radio en mayor medida, son los medios de comunicación que se posicionan como únicos puentes entre esta realidad desprovista de restricciones y la urbanidad. Muchos de los niños que viven en El Balde han salido poco o nunca de sus casas, tierra adentro en el campo.
“Valoran mucho la escuela, esperan que sea el lunes”, confirma Tortone. “Para ellos la presencialidad es muy importante”, destaca la docente. Pone el foco en la construcción de la confianza con el alumno, imposible de construir desde la virtualidad. En El Balde, el acceso a internet es por lo menos deficitario. “Por suerte, las familias están muy comprometidas con la educación de sus hijos”, completa Tortone.
“Muchas veces nos quedamos hablando después de la hora de partida- La escuela nos encuentra, es nuestro punto de comunicación”, resume. En estos territorios alejados, el establecimiento escolar además de prestar una invaluable función formadora, es el centro de sociabilización por excelencia. Sus alumnos, los padres y la escuela, forman una comunidad sólida.
La vida de la docente en El Balde es solitaria. Después de terminar con su trabajo en el aula dedica un par de horas para preparar la clase del día siguiente. Terminado esto, sale a correr. “Es una actividad que sumé en cuarentena”, afirma. En General Pico comenzó a hacer running, y en el campo, la sensación es de completa libertad. Sale sola a correr por los caminos rurales. “Cuando hay luna llena es increíble, parece de día, o las noches sin luna, corres viendo todas las estrellas”, describe su sentido de belleza.
No tiene televisión. “No me gusta”, afirma. Una casa en el edificio de la escuela es su hogar durante toda la semana. Tiene internet, por lo que puede comunicarse con su familia en General Pico, y con los padres de sus alumnos y vecinos de los campos. “Estamos muy comunicados, y están pendientes por si necesito algo”, afirma. La comida la prepara los domingos, y trae viandas. “Muchas veces prefiero estar disfrutando los silencios”, completa. “Esta escuela y este paraje, son mi lugar en el mundo”, concluye.
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