La lucha de una madre y su hija tras convivir con un presunto abusador
Silvia Piceda y su hija Jazmín buscan recuperar su casa; tuvieron que escapar para evitar que la Justicia las revincule con Dalmiro Suarez
Sienten que dormían con el enemigo y, al abrir los ojos, su vida entera se fue derrumbando como por un efecto dominó. Relaciones congeladas, puestas en “stand by”. Un nuevo colegio al que amoldarse. Y una casa -su casa- dejada atrás, librada a la suerte del tiempo.
Silvia Piceda había sufrido violencia de género de parte de su papá. También en su infancia fue abusada por dos personas del círculo de su padre: un primo y un compañero de trabajo. Más adelante, se casó con un señor llamado Dalmiro Suarez quien resultó ser presunto abusador de menores (está denunciado, aunque no recibió condena judicial).
Romina, la hijastra de Suarez, fue quien, al brindar su testimonio, despertó en Silvia la sed insaciable de proteger a Jazmín, la hija de ambos. Según relato Silvia a LA NACION, Romina, al ver que la historia podía repetirse, le confesó que había sido abusada por Suarez. Una “verdad liberadora” como describe Silvia, dado que fue esa realidad la que le dio la fuerzas para tomar las riendas para cuidar –aún más activamente- de su hija.
Tres meses antes de que aparezca Romina en escena, Jazmín había tenido una serie de ataques de pánico mientras dormía en la casa de su padre. Ese testimonio ponía palabras a su temor.
Según cuenta la madre, en ese entonces, se dirigió a Suarez para decirle que ella debía proteger a su hija y él se reconoció como una amenaza: “Me dijo que sí, que la tenía que cuidar de él”. “Estoy segura de que abusó de otras. Los abusadores, abusan”, denunció su ex mujer.
Pero la cuestión de fondo es el obrar luego porque, tal como describe Silvia, Suarez aprovechó sus contactos como ex preso político para dificultar los distintos procedimientos hasta que dejó de insistir un día que Romina apareció y le dijo: “Todas las veces que jodas a la nena, voy a estar yo, te la vas a encontrar conmigo y decime a mí en la cara que no me abusaste".
Sin embargo, la denuncia penal quedó archivada y Romina nunca sintió que tuvo justicia por su caso. Silvia y Jazmín cuentan que tuvieron que luchar contra la corriente para protegerse ellas mismas al no poder contar con el amparo judicial y que fue en esa batalla que debieron abandonar su casa en la localidad platense de Abasto para rehacer su vida en la Ciudad de Buenos Aires.
Así lo explica Silvia a LA NACION para quien “la casa se pierde en el contexto de un juez de familia que no protege y me obliga a revincular a mi hija con un abusador sexual”. Se refiere al juez Hugo Adrián Rondina quien, ante los pedidos de esta madre, finalmente sacó una medida cautelar para prohibir el acercamiento de Suarez con su hija, pero lo hizo sin perimetral: toda una amenaza considerando que el supuesto agresor vivía en la casa de al lado. De hecho, frente a la misma documentación, el juzgado de Capital Federal les brindó la cautelar perimetral por tiempo indeterminado.
Este juez había solicitado que la revinculación se hiciera en la casa de la mamá de Suarez: un lugar “intoxicado", de acuerdo al testimonio de la madre. “Tanto el abusador como el sistema judicial vapulea, maltrata y no cuida a los chicos. Pero después crecen y tienen algo propio para decir”, dice Silvia con un halo de esperanza dado que ella considera que “los que quedan medianamente sanos psicológicamente para poder pararse van a empezar a reclamar y recordar lo que les hicieron”.
Y hoy Jazmín ya tiene 19 años y quiere hacer pública su experiencia. Ella cuenta que, en ese entonces, tenía 11 años y no comprendía por qué sucedían las cosas pero sí habla de una certeza: ver a su papá la inundaba de miedo e, incluso, llegó a hacerla desconfiar de los adultos en general. “Sentía que me estaba escapando, pero no entendía qué habíamos hecho mal para tener que escaparnos. Después entendí qué pasaba y que, en realidad, no estábamos mal nosotras sino que era de la otra parte y que los jueces y la policía no me estaban protegiendo”, sostiene Jazmín en diálogo con LA NACION.
“Fue muy injusto que tengamos que dejar la casa”, agrega y explica que para ella recuperar su hogar sería como un símbolo por todo el trabajo que hace su familia por este tipo de causas. Su mamá fundó, junto a su pareja Sebastián, la ONG Adultxs por los Derechos de la Infancia que busca generar consciencia sobre esta problemática y acompañar a las víctimas.
Impulsada por su propia experiencia, Jazmín quiere hoy empezar a acompañar a los menores a declarar para ayudarlos a sobrellevar “las trampas” de un sistema judicial al que considera cruel. “En el juzgado me hacían preguntas tramposas, para que pise el palito. Yo me enredaba y no sabía bien qué responder porque era muy chica”, denuncia y agrega: “Yo tenía una psicóloga que sabía mucho del tema y eso me ayudó, pero debe haber muchos chicos que pisan el palito y eso retrasa lo judicial”.
Recuerda un episodio en el juzgado en el que Suarez apareció de improviso y dos psicólogas querían convencerla para que se revincule pese a su deseo claro de mantenerse lejos de esa persona a quien desconoce como “papá”. Remarca que ese día, Romina –una vez más- fue quien entró en escena para salvarla. “Es como una hermana para mí”, dijo Jazmín.
Silvia se suma al relato de su hija para señalar que, luego de esa declaración, las peritos escribieron que estaba “ganada” por la cabeza de su madre. Según la experiencia de Silvia, que trabaja con muchos padres en la misma situación, esto es muy común dado que hay una fuerte discordancia entre las estadísticas que dicen que uno de cada cinco chicos son abusados y el obrar del sistema judicial que muchas veces descree a las madres y las tilda de “sobreprotectoras” al punto de que, en numerosas ocasiones, incluso pierden la tenencia.
Pero esa no fue la única vez que Suarez apareció. “Una vez me tuve que escapar por la puerta de atrás del colegio. Yo me estaba escapando todo el tiempo de algo de lo que no me tenía que escapar”. En esa oportunidad, fueron los docentes y autoridades de la institución los que la ayudaron pese a que, en ese momento, no conocían la historia. Silvia explica que no había contado lo que les sucedió en su afán de que Jazmín pudiera vivir “una vida normal y comenzar de cero”.
Contrario a lo que había experimentado previamente, desde la escuela cuidaron y contuvieron a Jazmín quien notó que, al conocer su lucha, muchos de sus compañeros se animaron a contarle sus propios dolores y vivencias. “Cada uno se arma como puede pero con una base de dolor común”, explica Silvia. “Hay que cambiar el paradigma para que no sea la víctima la que se sienta avergonzada. Te queda el dolor de la traición y el abuso de poder, pero compartiendo los dolores se hacen más suaves”.
Desafortunadamente, este accionar de protección hacia las víctimas que experimentó Jazmín en su colegio es la excepción a la regla y son muchas las situaciones en las que estos sufren el descrédito y el silenciamiento social. Eso mismo le pasó en La Plata, durante un festival al que había ido con sus amigos. La joven cuenta que ese evento, que debía haber sido una fiesta, se convirtió en una pesadilla cuando Suarez llegó para buscarla. “Lo ví y me angustié, no sabía qué hacer. Siempre tengo el deseo de verlo y decirle todo pero cuando aparece me asusto y me quiero ir”, describe.
Llena de temor pero valiéndose de la cautelar que llevaba consigo para protegerse fue a solicitar ayuda al personal policial que se encontraba allí. Ignorando la situación, le dijeron que solo lo echarían si élintentaba hacer algo. Lo que quiere decir que lo sacarían cuando ya fuese tarde. “Los chicos no son escuchados ni con una cautelar en la mano”, opina Silvia. Cuatro horas permaneció Jazmín escondida bajo el cuidado de sus amigos que, como ella, eran menores de edad. Chicos tapando los agujeros del mundo adulto.
Ante el llamado de su hija, Silvia y su pareja, Sebastián, se dirigieron al mismo policía con el que había hablado Jazmín y este terminó por echar a Suarez, convirtiéndose este episodio en un punto de inflexión en su lucha, ya que fue en ese momento cuando el presunto abusador firmó la cautelar dándose por notificado de la denuncia.
Jazmín imagina ese posible encuentro con Suarez en el que, pudiendo dejar el miedo detrás, le diría que “no cumplió para nada el rol de padre". Y agrega: "Tenía que cuidarme e hizo todo lo contrario. Muchas de las veces que me lo encontré me dijo que me extrañaba. Si eso fuese un poco de verdad, que me pague bien la cuota alimentaria porque es miserable lo que me pasa, que ponga a mi nombre la casa que tiene abandonada… Que si quiere remediar un poco el daño que hizo que haga esas cosas porque para mí él ya no es mi papá”.
Con los ojos empañados por la emoción que le genera escuchar a su hija, Silvia aclara que es muy común que en estos casos las madres no exijan que se les brinde lo que corresponde desde el plano económico dado que, de esta manera, corren el riesgo de que pierda credibilidad su denuncia.
Silvia agradece el sustento de una red de mujeres que le sirvió de contención para salir adelante. “Parece que lo contás y se viene un caos, pero es todo mucho mejor”, resume Jazmín, quien asegura: “Si Romina no hubiera dicho nada, no sé qué sería de mí ahora”.