Se trata de una pequeña aldea marítima al norte del Golfo San Matías, sin señal telefónica, ni gas natural y sin agua potable
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LA LOBERÍA, Río Negro.— Solitarios y silenciosos, seis habitantes comparten el secreto mejor guardado de la costa rionegrina: el de tener la playa con el cielo más diáfano, elegida por astrónomos y fotógrafos pero también por amantes de la aventura y de las costas alejadas, vírgenes y aisladas. La Lobería es una pequeña aldea marítima al norte del Golfo San Matías, sin señal telefónica, ni gas natural y sin agua potable. Una única y precaria conexión de internet solo se usa en caso de emergencia. Existe una red de electricidad trifásica, y no cuenta con alumbrado público. Por la noche, la oscuridad es absoluta. “Queremos cuidar la esencia del lugar, elegimos poder seguir viendo cielos maravillosos”, afirma Estefanía Chiosso Llorca, a cargo del único camping.
“Es un paraíso: se forman grandes piletones naturales de agua cristalina, es una playa ideal para llevar niños”, sostiene Sergio Rodríguez, subsecretario de Turismo de la Municipalidad de Viedma. Al pequeño poblado se llega por la ruta 1 costera, que bordea el Mar Argentino. Está a 60 kilómetros de Viedma, por asfalto, luego de pasar el Faro Río Negro, el más antiguo del país y Playa Bonita, otro balneario de soledad extrema. Es fácil reconocerlo, un puñado de casas sueñan con ser el pueblo perfecto. “Todas las semanas el agua llega a través de un camión cisterna desde Viedma”, afirma Rodriguez. “Es un recurso valiosísimo, lo cuidamos mucho”, agrega Estefanía.
Altos acantilados elevan a La Lobería hasta ubicarlo en un balcón privilegiado donde se puede ver ese pequeño mar de aguas cálidas e híper azules —el Golfo San Matías— dentro del Argentino. “Casi todas las casas tienen canaletas para recolectar agua de lluvia”, afirma Estefanía.
La señales de vida distinguen a esta costa: es la que buscan los viajeros que llegan desde lejos. “Ciclistas, motoqueros y aventureros de todo el país”, describe Estefanía el perfil de los visitantes.
El camping, que tiene siete parcelas con dormis, departamentos y espacio para motorhomes, está a 200 metros de la escalera que baja al mar. Un comedor, Lo de Beto, ofrece la chance de comer frente a paredes vidriadas con vista total al mar. “Muchos vienen porque sienten una energía especial para meditar”, afirma Estefanía.
El menú es simple: pescados y mariscos. No hace falta ir muy lejos para buscarlos. Apenas unos metros.
La playa centra la atención. Amplia y diversa, con sectores de arena fina, canto rodado y otros con restinga. Enseguida se nota la presencia de una gran colonia de loros barranqueros.
“Es un lugar muy tranquilo”, dice Rodríguez. La evidencia está a la vista. Más de 15 kilómetros de costa y muy pocas pisadas humanas. “Vienen aquellas personas que necesitan el contacto directo con la naturaleza”, suma Estefanía.
Simples, sencillas, las actividades se basan en la contemplación del mar, caminatas y explorar rincones aún vírgenes. Por la noche, la belleza se amplifica.
“Podés ver un cielo perfecto, sin contaminación alguna. La atmósfera se halla totalmente limpia”, asegura Facundo Albacete, astrónomo, vecino de Viedma pero asiduo caminante de La Lobería. Trabaja con en un grupo internacional que recibe y analiza datos de satélites de la NASA.
“A simple vista el ojo puede diferenciar objetos muy lejanos”, asegura. Con su vista clavada en el cielo y el mar, reflexiona: “La mejor manera de entender nuestra esencia humana es en lugares como este. La pandemia nos dio un mensaje: somos demasiados y, si nos dispersamos, se va a notar menos; hay que elegir lugares solitarios”, afirma.
“Mirar el cielo de La Lobería te hace sentir que el tiempo vale, en la ciudad no tenés idea de su valor. Acá se para y te dice: este segundo estás vivo”, afirma.
Sus observaciones lo han llevado a concretar encuentros con astrónomos de todo el mundo. La Lobería atrae a científicos, pero también los obliga a despegarse de la rigidez de la ciencia. “El mar te captura, esta playa te atrapa”, asegura. A lo lejos, una mujer está sentada en una reposera frente al mar. Es la única presencia humana en la extensa playa. “Cuando ves los acantilados y el mar, te sentís pequeño y te corresponde la humildad”, afirma.
El astroturismo es una idea que concentra intereses. “Estamos trabajando en un proyecto para hacer una plaza seca para poder contemplar el cielo”, asegura Rodríguez. “Emociona ver el cielo de La Lobería”, reafirma Albacete.
“Es un momento de meditación”, confiesa Marcelo Minichelli al describir su pasión: quedarse por las noches solo a sacar fotos del cielo de esta costa camuflada por la oscuridad, habitada por una pequeña comunidad de seres humanos. “Es una conexión muy íntima”, cuenta.
Nació en Viedma y vive en El Cóndor, la primera de las playas de la ruta 1, pero de niño y adolescente visitaba La Lobería. “Me crié en esta playa cuando ni siquiera había casas”, dice. Sigue de cerca el paso de la Estación Espacial Internacional mediante una app. “Cuando la veo pienso en esos once hombres que están allí arriba, me dan ganas de estar con ellos”, confiesa.
Según la inclinación de los paneles solares de la nave con respecto al sol, su paso por La Lobería es más o menos brillante. “Me hace sentir más humilde, me despega del ego”, sintetiza Minichelli.
Lo agreste de la playa logra postales idílicas: las olas, muy suaves, acarician la costa y proyectan un sonido adormecedor en los altos acantilados. Además de los loros, el petrel gigante del sur domina el cielo junto a las palomas antárticas. La fauna es otro de los puntos que hacen de La Lobería, más que una playa bonita. A solo tres kilómetros está la El Área Natural Protegida La Lobería Punta Bermeja que conserva a una de las mayores colonias de lobos marinos de un pelo del país y del continente. Su población es de 6000 a 7000 animales.
“Es posible observarlos todos el año”, afirma el biólogo Mauricio Failla, miembro de Proyecto Patagonia Noreste, un colectivo independiente y autogestionado de científicos e investigadores que estudian la rica biodiversidad del estuario de Río Negro y del Golfo San Matías. “Tiene cierta independencia del Mar Argentino, aunque esté conectado”, afirma.
La costa salvaje es el escenario ideal que eligen diferentes especies. “Los gigantescos elefantes marinos del sur, las orcas que llegan en busca de lobos, las ballenas francas australes que nos visitan en invierno y primavera, y los dos delfines más raros y amenazados de nuestro país: la Franciscana y la Tonina”, señala Failla.
La Lobería, para el biólogo, es cada vez más visitado porque los turistas tienen “mucho por recorrer con toda la privacidad de sentirse casi solos en medio de la costa patagónica, y lo quieren hacer de un modo simple y contemplativo”.
“Todos quedan sorprendidos por los cielos estrellados, que invitan al silencio y a la contemplación, dos cosas que no abundan en otros lugares”, afirma Estefanía. Su pareja, Nicolás Luna, es uno de los habitantes estables. Tienen una buena historia: él dejó su casa en Viedma y se fue a vivir a La Lobería; ella es docente de inglés los días hábiles en aquella ciudad y, los fines de semana, se reencuentran en la soledad lobense. Hace pocos meses se hicieron cargo del camping junto a un amigo; también tienen el Hostel Konke, que refiere al nombre que le pusieron a una orca que se acercó a la costa a presentar su cría. Nicolás es cocinero, y montaron un food truck en el predio donde sirven recetas de autor con productos del terruño.
“Este lugar no es para cualquiera”, anticipa Estefanía. Remarca la energía que se siente. “Es especial”, confiesa. En la soledad absoluta y bajo un manto celeste diáfano, muchos aseguran ver luces y objetos extraños. Los rumores se oyen en toda la costa del Golfo. Los avistamientos son comunes.
“Existe un portal a otra dimensión”, afirma, categórico, el exguardafauna de la Reserva de Punta Bermeja, Edgardo Intrieri. “Sé dónde está, pero prefiero no dar la ubicación”, sostiene, aunque da algunas pistas: las aves. Cuando el supuesto portal está activo, lo rodean. Vivió 12 años en el puesto costero de la Reserva. “Vi seres que salían del mar”, confiesa, y dice haber tenido contacto cara a cara con uno de ellos. “No tienen malas intenciones, pero por ese portal se trasladan varias civilizaciones extraterrestres, algunas son malas anticipa. Pero nunca me hicieron nada malo”, manifiesta.
¿Qué ve él y aquellos que se quedan por las noches? “Luces que se mueven, frenan, dan círculos, avanzan y retroceden por el cielo”, dice.
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