La joya oculta de Colombia: un circuito por ríos con delfines rosados, aves multicolor, bosques y pueblos del 1800
La provincia de Casanare recién empieza a promocionarse turísticamente; invita a sumergirse en la cultura llanera, atardeceres dorados sobre el agua y algunos de los paisajes menos conocidos del país
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CASANARE, Colombia.– Cartagena, Bogotá, Medellín, Santa Marta, Tayrona. Los primeros nombres del clásico circuito turístico colombiano se repiten desde hace décadas. El itinerario incluye playas caribeñas, fortalezas y grandes ciudades. Pero la riqueza natural y cultural de Colombia es todavía más amplia, y abarca destinos que aún se encuentran fuera del radar de los visitantes internacionales, e incluso también de los locales.
Es el caso de Casanare. Este departamento colombiano de ríos serpenteantes, delfines rosados, pueblos del 1800 y bosques subtropicales recién comienza a abrirse al turismo. Sucede que se ubica en la región de la Orinoquía, cuyo acceso turístico por ruta era impensado hace una década por la presencia de grupos guerrilleros y paramilitares que obstaculizaban la circulación.
Liberada, la zona comenzó en los últimos años a desplegar sus atractivos en busca de inversiones y, sobre todo, de miradas: en los pueblos más antiguos son los mismos vecinos quienes empiezan, junto a las intendencias, a organizarse para guiar a los turistas, que comienzan a llegar cada vez con mayor frecuencia.
En esta provincia ubicada al norte de la amazonia colombiana, confluyen extensas sabanas subtropicales y tupidos bosques de ribera con ríos de aguas que son turbias y amarronadas en invierno y cristalinas en verano. ¿Sus principales atractivos? Los parques naturales, emprendimientos privados de miles de hectáreas donde se pueden realizar safaris –como es el caso de la Reserva Natural Palmarito de la Fundación Palmarito, un imperdible de la zona– y acceso libre y gratuito. Allí conviven aves, caimanes, capibaras, ciervos, osos palmeros e incluso, dicen los guardaparques, esquivos pumas y panteras negras.
En Palmarito se da durante el segundo semestre del año un fenómeno particular. En tres árboles ubicados junto a un humedal convive una comunidad de aves compuesta por cuatro especies diferentes: corocoras rojas, espátulas rosadas, garzas blancas y garzas negras. Por las tardes realizan un circuito que se presenta ante los ojos de los visitantes como un espectáculo. Con una frecuencia de pocos minutos, las aves sueltan vuelo de manera sincronizada de una copa a la siguiente, creando un despliegue de colores, aleteos y chirridos.
El avistamiento de aves es la actividad que atrae a la mayor parte de los turistas que visitan la zona. Y no es casualidad: según datos gubernamentales, el departamento del Casanare alberga al 20% de las aves de Colombia.
Estas garzas y corocoras nos regalan esta maravillosa postal a puertas de Navidad.
— WWF Latinoamérica (@WWF_LAC) December 21, 2020
Pero en realidad, la naturaleza es bella siempre y para que esta belleza no desaparezca, te invitamos a que en esta época del año consumamos de forma responsable y pensando en la salud del🌎. pic.twitter.com/kIfngoXWpf
LA NACION visitó la región junto a un grupo de periodistas de distintos países, invitados por Pro Colombia, el ente gubernamental que hoy apuesta a integrar turísticamente a “la Colombia profunda”, con programas de inversión oficiales en infraestructura (autopistas y caminos internos) y la promoción de las inversiones turísticas privadas.
Cómo llegar: Yopal, la cuna de la cultura llanera
La mejor opción hoy para llegar a Casanare es viajar en avión desde Bogotá hasta Yopal, capital de este departamento. Conocido como el corazón de la cultura vaqueana o llanera, con una gastronomía que mezcla los pescados locales y la carne de res con las clásicas arepas, el aguacate o palta y los patacones –y música folclórica a todo volumen en los locales y bodegones–, Yopal es la puerta de entrada a la región.
Al destino final se deberá seguir por ruta, preferentemente en camioneta, dado que, salvo las arterias principales, gran parte de los caminos no están asfaltados y las lluvias pueden complicar la circulación durante las temporadas húmedas.
En el caso de LA NACION, el camino hacia el municipio de Orocué fue de tres horas. A medida que la comitiva se adentraba en la sabana colombiana, el paisaje serrano que rodea a la ciudad capital se iba allanando y los arrozales abrieron paso a las pequeñas y grandes fincas ganaderas. A diferencia de los campos pampeanos, los de aquí son subtropicales y, por lo tanto, se caracterizan por su vegetación: se multiplican palmeras, ambays e infinidad de arbustos, bajo cuyas sombras descansan las vacas del sol de mediodía, que en estas latitudes siempre es intenso.
En la zona, conocida entre los colombianos como “tierra caliente”, todas las temporadas son cálidas y las temperaturas pueden superar los 30 grados. La diferencia entre las estaciones es que el invierno es húmedo y el verano, seco.
Las fincas de Orocué son las principales promotoras del turismo local. Algunas destinaron parte de sus tierras ribereñas a abrir reservas naturales o iniciativas turísticas, que en la mayoría de los casos tienen bungalows con vistas privilegiadas al río.
Los emprendimientos turísticos todavía son pocos, pero ya hay variedad: existen versiones low cost y también de la más alta categoría, con chefs y piletas privadas. Algunos se encuentran en la vera del correntoso río Cravo Sur, mientras que los más cercanos al pueblo de Orocué lindan con el río Meta, hogar de los delfines de agua dulce.
El avistaje de estos animales, también conocidos como delfines rosados, es uno de los mayores atractivos de la zona. Para lograr verlos se recomienda estar en el río, en algún tipo de embarcación, al amanecer. Ese momento del día también es el mejor para el avistamiento de aves, actividad que hoy congrega a la mayoría de los turistas que visitan la zona. Llegan principalmente europeos, estadounidenses y también un puñado de latinos, detallan los guías turísticos.
Muchas de las fincas donde se hospedan tienen, además de actividades de avistamiento, proyectos en coordinación con las reservas naturales de la zona, como es el caso del Savanna Lodge, que tiene piletones donde crían tortugas locales durante sus primeros meses de vida, con el objetivo de ayudar a recuperar la especie, que se encuentra amenazada. Cada semana, junto a los turistas, los empleados liberan a una camada de aproximadamente diez al río, una experiencia que los visitantes suelen encontrar emocionante y que, según los guías, ayuda a crear conciencia sobre la necesidad de cuidar el entorno.
En los ríos Meta y Cravo Sur conviven, además de delfines rosados y tortugas, anguilas eléctricas y pirañas, por lo que sumergirse, pese a que los locales lo hacen, no es lo más recomendado.
Orocué, escenario de La Vorágine
Pero la naturaleza no es el único atractivo turístico de la zona. En la región funciona también un circuito literario, que gira en torno a una de las obras más emblemáticas de la cultura colombiana: La Vorágine, de José Eustasio Rivera (1888-1928). El autor colombiano se hospedó durante dos años en el pueblo de Orocué, donde entonces funcionaba un puerto que era la principal puerta de entrada a Colombia de los buques europeos. Rivera no solo escribió allí, sobre la vera del río, su principal obra literaria, sino que a la vez utilizó el pueblo como escenario de la novela. Los vecinos afirman también que el escritor se inspiró para su obra en algunos de los personajes y locales del lugar. Destacan una tienda ubicada sobre la calle principal, donde hasta el día de hoy se siguen vendiendo insumos navales.
Hoy los menos de 5000 habitantes de este pueblo colonial intentan reactivar la llegada del turismo nacional e internacional a través del slogan “Orocué, la cuna de La Vorágine”. La ruta literaria que crearon pasa por el muelle donde el escritor solía pasar las tardes escribiendo, hasta la casa colonial donde se hospedó durante dos años, hoy convertida en casa museo.
De esta manera no solo se promocionan: también le sacan el polvo al principal orgullo del pueblo, que también había caído en el olvido. Hasta hace poco, gran parte de sus habitantes más jóvenes desconocían la existencia de esta obra literaria, que es famosa en el mundo hispano. En los últimos años su memoria fue enaltecida en Orocué y pasó a ser de lectura obligatoria en las escuelas locales.
Orocué, cuyo nombre significa en la lengua viva indígena yaruro “lugar de descanso”, fue quedando en el olvido a lo largo de su historia. “A Orocué llegaban barcos de gran calado de Europa con mercadería. Acá descargaban y después partían barcos de menor tamaño hacia Bogotá. El comercio y la circulación del río cayeron a partir de 1930, cuando el gobierno nacional, por decreto, le dio la prelación al río Magdalena, el principal río que atraviesa Colombia. Barranquilla pasó a ser el puerto principal”, detalló un guía turístico y vecino.
Hoy por el río casi no transitan barcos, solo buques colectivos y lanchas de los pobladores. Por las calles circulan motos, mototaxis con altoparlantes con folklore a todo volumen y chicos en bicicleta. En el pueblo todavía funciona un histórico internado de niños, donde estudian y viven los hijos de campesinos de las afueras de Orocué.
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