La increíble historia de una mujer de 72 años que vuela en parapente y se convirtió en campeona argentina
Josefina Menéndez Behety es abuela de 14 nietos; en la madurez cambió de vida: dejó Buenos Aires y se radicó en La Cumbre para poder dedicarse a volar
Ya lo decía el escritor norteamericano William Faulkner: “Siempre sueña y apunta más alto de lo que sabes que puedes lograr”. Y ése parece haber sido el motor de Josefina Menéndez Behety, quien a los 72 años es campeona nacional de vuelo en parapente, actividad que inició ya madura, hace 21 años atrás. Todo un ejemplo de constancia, valor y querencia por la vida. “Soy una vieja que vuela”, dice con la picardía propia de quien se sabe joven y en impecables condiciones físicas, buscando el piropo del receptor que no tarda en llegar.
Madre de cinco hijos, que tuvieron 14 nietos, Josefina dejó Buenos Aires y se radicó en La Cumbre, provincia de Córdoba, para estar más cerca de las escuelas y de las plataformas de despegue de parapentes. No es de las que dudan o se amedrentan por los cambios. Sabido es que, cuando el deseo pisa fuerte, no hay límites para cumplirlos. Ella es fiel ejemplo de esto. “Al que quiera hacer algo que le gusta mucho le diría que la vida es corta, que la aproveche como pueda y quiera”, dice con una naturalidad que entusiasma. Ella no sabe de barreras ni impedimentos. Extiende los límites de las posibilidades que otorga la vida y explora las potencialidades que se pueden descubrir a cualquier edad.
- ¿Cómo es que comenzó a volar a los 51 años?
-Yo esquiaba todos los años en Bariloche. Mi hija, también esquiadora, probó un vuelo en parapente y quedó enloquecida. Sabiendo que a mí me gustan los deportes y los desafíos, me sugirió que probara. Así que le hice caso y volé. Los instructores eran de La Cumbre y siguen siendo mis maestros en la actualidad. Quedé tan maravillada con aquella experiencia en Bariloche que, al año siguiente, fui a La Cumbre a veranear para poder empezar a volar.
- Aquel primer vuelo cerca del Cerro Catedral estará grabado por siempre en sus retinas...
-¡Inolvidable! Fue en tándem, como se acostumbra cuando uno no sabe volar y no tiene los permisos. El instructor va con vos, detrás. Así que yo tenía una visión lindísima de Bariloche y las montañas todas nevadas.
-La mejor invitación a seguir volando...
-¡No me quería bajar! Pero, a pesar de estar con ropa de esquí, comencé a tener frío. Ese fue mi primer contacto con este deporte.
Josefina, además, es una experta jugadora de golf. Y una apasionada de la decoración y la ambientación, tarea que desarrolló en Buenos Aires con su segundo marido, que también es un ex. Hoy, el cemento ya es un recuerdo y disfruta de las apacibles calles de La Cumbre, los tiempos de provincia y los paisajes de las sierras que se recortan cerca de su casa.
-¿Vuela por la sensación de libertad que se genera en cada experiencia, por el desafío físico, para vencer a la temporalidad?
-Cuando hay una pasión, no hay límites. A mí me fascina el aire y volar. A esta altura del partido uno puede reconocerse, ver su trayectoria, el camino que dejó. Uno se da cuenta de lo que es. Cuando se es chico, no se sabe bien qué pasiones se tienen. Ahora, a mis 72 años, me doy cuenta de que el aire ha sido siempre una pasión familiar: mi papá ha sido el fundador de Austral, mis dos hermanos son pilotos. Estuvimos toda la vida rodeados de aviones.
-¿Qué sucede con las limitaciones físicas a los 72 años?
-Mi límite es cargar la vela. Cuando aterrizo lejos de la base, se complica el regreso a pie. ¡He caminado hasta más de un kilómetro! Mi mochila pesa unos 17 kilos, no es poco.
-Alguna vez, ¿le duele algo?
-Me cuesta entrar en calor. Pero una vez que lo logro, todo bien. El precalentamiento es armar el equipo, acarrear la vela, cargar el auto. Me duelen las tabas antes de arrancar, pero una vez que empecé, ya me olvidé del dolor.
-¿Qué es la edad y el paso del tiempo para usted?
-Creo mucho en la genética. Mi hermana es mayor que yo y cabalga. Mi hermano sigue corriendo en autos de carrera. Otro hermano juega al golf. Es de familia. Así que no tengo mucho parámetro del tiempo.
-¿Cómo acciona el miedo en su temperamento?
-Jamás tuve miedo. Volar en parapente me da la misma sensación que andar a caballo: hay que estar alerta, con los comandos listos para accionar. Arriba puede haber golpes de aire o imprevistos que solucionar.
Josefina es campeona argentina de parapente. La escuela Bola Loma de Tucumán, o en Cuchi Corral, Córdoba, donde enseñan sus instructores, son sus lugares favoritos para desplegar su pasión. En Famatina, La Rioja, se consagró como campeona y, por esa razón, también regresa una y otra vez. Los cielos del norte conocen la destreza de esta mujer que, paradójicamente, tiene los pies muy sobre la tierra: “No hay que improvisar. No me creo un genio. Le doy toda la importancia a la seguridad”, dice con un hablar enfático y elegante que le ha permitido, también, relacionarse con el mundo. Es que, cada temporada, sus velas la llevan a surcar los aires de Europa.
“En el aire, no se siente omnipotencia, se siente libertad. No hay miedo, pero sí adrenalina. Es un shock que te hace sentir bárbaro, aunque no te podés distraer. Volar en parapente es como meditar: hay que sacarse todo de la cabeza y estar pendiente solo de lo relativo al vuelo”, explica.
-¿Ha cumplido todos los sueños que se propuso en su vida?
-Vivo la vida que quiero vivir. Eso es importante. Cuando uno quiero algo mucho, se da. La ley de la atracción. Y no hay que tener miedo. El miedo atrae. Por eso hay que vivir, entregarse a la vida.
-¿Así fue siempre?
-¡Qué se yo cómo fue mi vida! Mi hijo mayor tiene 52 años y el menor, 38. Los he criado a los cinco. ¡Mi vida era un opio! Durante años llevé la típica vida de la familia, colegio, trabajo… ¡Pero también me encantaba!
-¿Soñadora y dispersa?
-Ahora soy más dispersa que antes, por vieja.
-Sin embargo, siempre se enfocó en sus objetivos...
-Iba haciendo las cosas a medida que aparecían. La vida me fue llevando.
-¿Es creyente?
-¡Muy creyente! Tengo mi ángel de la guarda siempre conmigo. Y tengo miles de experiencias para contar al respecto.
-Cuénteme alguna para despedirnos...
-Un día estaba en Famatina volando. Empecé a subir y llegué bastante alto. Cuando intento aterrizar, decido, impulsada por mis colegas e instructores, hacerlo en la rampa de salida. Era la primera vez en mi vida que iba a aterrizar en rampa. Por radio me iban guiando, pero entendí mal una indicación, así que tomé un rumbo peligroso. Cuando pensé que no llegaría a la rampa, aterricé justo. Tan pegado al final que mi vela quedó colgando. Ahí estuvo, una vez más, mi ángel de la guarda.
Josefina se prepara para partir a Europa en los próximos días. No hay fronteras que le impidan desplegar su pasión. Ni cielos que no conozcan las destrezas con las velas de esta mujer que a los 72 años es un ejemplo de vitalidad. Una guerrera del tiempo que desafía los límites de eso que ella aún no conoce y algunos le dicen vejez.
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