La inagotable aventura de leer
El acto de leer es para mí tan natural como el de dormir, comer o respirar. Es común que lea diferentes libros, no al mismo tiempo, claro está, pero sí en los mismos días. En este momento, estoy leyendo De este lado, Crónicas de nuestro tiempo , de Mario Goloboff, una antología de sus notas publicadas en diarios y revistas, que por su evidente calidad vale la pena releer. También he ingresado en La casa del dios oculto , un formidable libro de relatos de Luis Gusmán, y camino por El mapa y el territorio , la última novela de Michel Houellebecq, un autor al que no sé si le tengo simpatía, pero que siempre es un goce leerlo.
Dicen que leer es crecer, sin dudas. Pero por sobre todas las cosas es un regocijo. Jamás se me ocurriría imponerle a alguien la lectura de un cuento o de una novela, y menos aún a un chico. Borges alguna vez dijo que leyó La Divina Comedia como un libro de aventuras. Tal vez ésa sea la clave: explicarle al joven lector que sólo basta con ir tras los pasos de Tom Sawyer y de Huckleberry Finn, o embarcarse junto al capitán Silver hacia la isla del tesoro o entrar con Alicia en el país de las maravillas, para ingresar en un mundo mágico y fascinante. Mark Twain, Stevenson y Lewis Carroll se encargarán del resto. Por fortuna, la lista es vastísima. Cualquier tarde ese chico descubrirá que los libros ya son parte de su vida y con alegría comprenderá que no puede prescindir de ellos, aunque sólo sea por la inagotable aventura de leer.
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