La impunidad de Marino: el hermano marista que durante 62 años abusó sexualmente de chicos en colegios de toda España
Las acusaciones, que suman ya 15 víctimas, señalan a este clérigo que se valía de su papel de “psicólogo” de la orden para agredir a los alumnos
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MADRID.– “La sombra de Marino es alargada, en el espacio y en el tiempo”. Con esta reflexión, el guipuzcoano F. R. intenta resumir la vida de Marino González, el hermano marista al que acusa de abusar de él en 1985, cuando tenía 16 años. Hasta hace un par de meses, cuando leyó un reportaje de El País, no conocía el apellido de su agresor, ni tampoco el reguero de víctimas que ha ido dejando durante sus décadas como religioso: al menos 15, repartidas por seis colegios de la orden y en diferentes fechas, desde finales de los años 50 hasta 2021. Cinco de ellas son nuevos casos de personas que, al igual que F. R., han escrito a este diario en el último mes.
Todas ellas describen a este clérigo como “el psicólogo” que iba por los centros maristas del centro de España haciendo test y masajes de relajación a los alumnos. Pero no solo eso, algunas relatan que Marino también captaba a menores fuera de las aulas y los llevaba a casas particulares, como una que tenía en Albillos, localidad burgalesa de 220 habitantes, de donde era oriundo, para abusar de ellos.
F. P. cuenta que conoció a Marino en la casa de un compañero de clase, en el pueblo de Gipuzkoa en el que ambos vivían y estudiaban, donde el marista estaba pasando unos días. Allí, cuenta que este se interesó por sus estudios, su futuro universitario y sus preocupaciones. “Me propuso pasar unos días [ese verano] en una casa de Burgos para realizar una serie de test psicotécnicos y poder orientar mejor mi carrera universitaria. El caso es que, sin saber muy bien donde me metía, acepté”. Ya en Albillos, y a solas, relata que Marino le hizo una batería de test. “En el lote llegaron los abusos. Conmigo aprovechó mi inseguridad con el sexo para hacer pseudoterapia y efectuar tocamientos. Incluso me pidió que le tocara a él, cosa que hice a pesar de mi asco y repulsa”, cuenta. Solo fue una noche.
El marista también le sugirió pasar unos días en unos encuentros juveniles que se celebraban en Burgos, a los que asistían decenas de jóvenes de los colegios maristas de varias provincias de España. “Dormíamos en el suelo, al lado unos de otros, en sitios asignados. Marino se colocó a mi izquierda y alguna noche continuó con los tocamientos, hasta que cuando yo era consciente adoptaba una postura que se lo impedía”, narra. F. R. volvió a su casa y, a pesar de que estos abusos fueron duros para él, dice que no le han causado un gran trauma: “En aquel momento yo no estaba preparado para entender qué estaba pasando. Ni siquiera imaginé que no era el único afectado por los abusos de este señor. Ahora, me indigna pensar en la impunidad con la que viven estos pederastas que han hecho y siguen haciendo”.
La orden se niega a responder cuántas denuncias ha recibido contra el hermano Marino, si le abrieron un proceso canónico, tal y como marcan las normas de la Iglesia, si ha sido apartado o continúa viviendo, enclaustrado, en la misma residencia que hace dos años, cuando fue denunciado por abusos. Fuentes próximas al religioso afirman que sigue viviendo allí y que tenía programado un viaje vacacional este agosto a Albillos.
Los maristas tampoco responden a las preguntas sobre el único caso de Marino que no ha prescrito, el de 2021, en un pinar de la localidad madrileña de El Escorial. El padre de la víctima, de 13 años, lo denunció ese año en los tribunales y presentó un vídeo que muestra cómo Marino González, hoy con más de 80 años, daba masajes a otro menor. La causa fue archivada por falta de pruebas, pero el padre piensa volver a las autoridades para que reabran el caso, tras conocer que Marino está acusado por más víctimas.
Por el momento, las acusaciones de pederastia contra Marino se concentran en los colegios madrileños de San José del Parque y de Chamberí, en el Juniorado Mayor Hispanoamericano Marista de Peñafiel (Valladolid), en el colegio marista de Toledo, en el de Guadalajara, en el de Talavera de la Reina (Toledo), en el pinar madrileño del Tomillar, en dos viviendas particulares de Madrid y en su casa familiar de Albillos.
F. R. no fue el único niño que sufrió los abusos de Marino fuera de los colegios maristas. José Luis, ahora con 41 años, era uno de ellos. Marino era un amigo de su familia y se ofreció a ayudarle para las pruebas de admisión de la Universidad Pontificia de Comillas, para los cursos de ICADE-ICAI, en la que Marino presumía de tener contactos. José Luis, que vivía en Madrid, ya estaba finalizando el último curso de COU, en 1999, y el hermano Marino ya le había llevado, un par de fines de semana, a los colegios maristas de Chamberí y San José del Parque. “Un día vino a mi casa y me engañó. Me dijo que estaba muy nervioso y que necesitaba relajarme para que me fuera bien en la universidad. En mi habitación me hizo uno de sus masajes. Y abusó de mí: rozó sus genitales con los míos. Fue horrible. Me ha condicionado toda mi vida y me ha acarreado problemas con mi forma de entender el sexo y, a su vez, con mis relaciones de pareja que, hoy en día, sigo sin poder arreglar”, cuenta afectado.
Marino, añade esta víctima, también minó la confianza que tenía en sí mismo. “Me decía que no era bueno en los estudios y que le necesitaría para entrar en el ICADE. Que, sin él, no podría hacer nada”, dice, y revela que lo más duro fue cuando lo contó a su familia. “Miraron para otro lado y no me apoyaron. Creo que es lo más doloroso de este asunto y, al igual que los abusos, lo que más traumas psicológicos me ha causado”, cuenta.
Para José Luis, hablar sobre ello sigue siendo desgarrador, pero se siente en la necesidad de sacar a la luz su caso: “He leído el testimonio del padre que ha denunciado a Marino por abusar de su hijo. Un caso que no ha prescrito. Por eso cuento mi historia, porque pienso que puede ayudar a que su hijo busque justicia y a que los abusos sufridos no le afecten como a mí”.
Este fue el mismo sentimiento que llevó a Paco, nombre ficticio, a escribir a EL PAÍS. Paco coincidió con Marino en el colegio de Chamberí en 1959, cuando este era su tutor y el encargado del coro del centro. “Era todopoderoso y decidía quién entraba, quién podía ir de excusiones para cantar fuera del colegio. Si tenías suerte de que te cogiera como niño cantor, pues era genial”, relata. En ese ambiente, describe este antiguo estudiante, el religioso se dedicaba a abusar de los pequeños. “Los tocamientos del hermano Marino, durante ese año y los siguientes, eran frecuentes con varios chicos de nuestro curso, pero, sobre todo, con un chico del coro. Recuerdo, perfectamente, como le apartaba del resto, lo llevaba a un sitio donde había pocos alumnos y le metía las manos dentro de los pantalones para tocarle sus partes íntimas”.
El resto de niños, cuenta Paco, no entendía lo que estaba pasando. Dice que él nunca sufrió a Marino, pero “era una práctica reiterativa y de conocimiento de todos, tanto de los alumnos como de los otros hermanos de maristas”. Este caso de abusos es el más antiguo que se conoce de Marino, lo que refleja que este clérigo está acusado de agredir sexualmente a menores durante 62 años.
“Pasaba temporadas recorriendo todos los colegios”
La reciente publicación sobre el hermano Marino ha provocado que salgan a la luz acusaciones de pederastia en otros colegios de la orden por donde pasó, como el de Talavera de la Reina. Así lo cuenta un estudiante que prefiere guardar el anonimato y al que Marino le dio clase durante el curso de 1977 y 1978: “Ese curso fui nombrado delegado y me enfrenté mucho a él porque era una persona que maltrataba a la gente”. Este alumno se reveló públicamente en varias ocasiones y Marino, cuenta, le invitó a abandonar el colegio.
Dos años después, ya en la universidad, un excompañero del centro le dijo que el clérigo quería hablar con él. Quedó con Marino en un piso en el barrio madrileño de Chamberí, según el religioso de unos familiares suyos que se habían ido de vacaciones. “Comenzó a hablarme sobre sexualidad y comenzó a explicarme algo sobre los puntos erógenos. Me dijo que me pusiera contra la pared y que me quitase la camisa. Luego me empezó a tocar con unas pinzas. Me pidió que me bajase los pantalones. Iba bajando las pinzas y me preguntaba si sentía una o dos puntas. Yo iba respondiendo una, dos, una... Cuando llegó por debajo de la cintura esperé a sentir el siguiente movimiento”. En ese momento, Marino le pidió que abriera los ojos y que le indicara donde pensaba que le pondría las pinzas. “Yo le dije: ‘Más vale hermano que no hizo lo que me estaba temiendo. Siempre pensé que usted era un pervertido. Hoy ya no me queda duda alguna. Más vale que no se ha atrevido”. Tras decirle eso, cuenta que se abrochó la camisa, se subió los pantalones y salió del piso pegando un portazo y bajando las escaleras de dos en dos.
Marino aprovechaba ese papel de “psicólogo” para visitar muchos de los centros educativos de la orden, por lo que reconstruir cronológicamente sus destinos es complejo. Los maristas se niegan a ofrecer esos datos. Un alumno del colegio marista de Guadalajara, que coincidió con el clérigo entre 1966 y 1975, explica que la dirección del colegio les dio a entender que este era el psicólogo de toda la provincia Ibérica —una subdivisión administrativa de la congregación en España—, el que hacía los test de inteligencia y personalidad, escribía informes para los padres de los alumnos y se entrevistaba en privado con aquellos que él consideraba oportuno. “Pasaba temporadas recorriendo todos los colegios de esa provincia: Guadalajara, Toledo, Talavera de la Reina, Madrid, Buitrago... y no sé si también el noviciado que los maristas tenían en Sigüenza. Esto le daba acceso a un mayor número de niños”, dice este exalumno.
La fama de Marino también había llegado a este colegio de Guadalajara. “Todos los alumnos, 35 chicos en el curso de 1975, sabíamos que metía mano. Y cuando algún compañero era llamado a una reunión a solas en su despacho, al salir tenía que soportar las bromas de todos los demás afortunados que (como yo mismo) nos libramos del peligro [de ser abusados]”, dice.
Por Julio Núñez
©EL PAÍS, SL
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