La historia del tampón: un recorrido lleno de prejuicios
La costumbre de colocarse dispositivos entre las piernas no es nueva, sino ancestral. Sin embargo, el tampón tal como hoy lo conocemos se inventó a principios del siglo XX
No es sólo un producto de gestión menstrual, sino un símbolo histórico vinculado con el tabú y el estigma que carga la menstruación desde hace siglos y que, recién hoy, pareciera comenzar a considerarse como un proceso natural que no tiene por qué esconderse y que no se relaciona con la debilidad, la higiene o con la salud. Las mujeres menstrúan y desde siempre han necesitado dispositivos para contener la sangre, no para estetizarla, ni para ocultarla o negarla como algo malo -tal como lo viene haciendo desde hace décadas el discurso publicitario de los productos de protección femenina- sino para manejar con eficiencia el flujo menstrual de la forma en que les resulte más cómoda.
Hablamos del tampón. De ese artefacto que se inserta en la vagina, que funciona como un tapón absorbente y que ha sido protagonista de intensos debates tanto respecto de la salud femenina y hasta incluso, y por sobre todo, de la moral y las buenas costumbres. Es que el tampón carga con un doble tabú: el de la menstruación en sí y el del sistema que propone para gestionarla. Eugenia Tarzibachi, psicóloga, doctora en ciencias sociales y autora del reciente libro Cosa de mujeres. Menstruación, género y poder, cuenta que “al ser una tecnología que requiere ser colocada internamente en la vagina y por parte de la misma mujer despertó muchas suspicacias vinculadas al control social sobre la sexualidad de las mujeres”.
De hecho, en la actualidad, las toallitas ocupan el primer lugar por lejos en la industria de la protección femenina. En su libro, Tarzibachi da cifras que fundamentan la afirmación: en 2015 las toallitas facturaron más de 22 mil millones de dólares, mientras que los tampones 2.800 millones de dólares.
Tampones y autoerotismo
Elaborado con una multitud de materiales diferentes, el tampón guarda siglos de historia en sus entrañas de algodón y polietileno. Lo curioso es que en la mayoría de los casos su función era doble: contención del sangrado menstrual y anticonceptivo. Al parecer las romanas los fabricaban con lana, las egipcias utilizaban papiro, las griegas los hacían con gasa enrollada en un trozo de madera, las japonesas con papel y las indias con sal de roca y aceite. Hoy un tampón convencional se compone de un núcleo absorbente de algodón y de rayón cubierto por una capa de polietileno. De acuerdo con los datos de la marca Kotex, la medida que más se consume es MEDIO.
Tan potente fue el rechazo de la menstruación como algo patológico durante la historia de la humanidad que hasta principios del siglo pasado no se registra ninguna clase de avance respecto de las tecnologías aplicadas a la gestión menstrual. “A fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el tabú de la menstruación no sólo era intensísimo, sino que la menstruación era considerada una patología debilitante”, explica la autora de Cosas de Mujeres.
En este marco, unos años después de la introducción oficial de las toallas femeninas en el mercado, un médico de Colorado, Earle Cleveland Haas, desarrolló el primer tampón comercial con aplicador hecho de algodón comprimido con el deseo de facilitarle a su esposa bailarina la gestión menstrual. Cuando en 1931 obtuvo la patente de su invento, una mujer, Gertrude Tendrich se la compró para comenzar a producir tampones en serie bajo el nombre de Tampax. La empresa creció gracias a la demanda extra de gasas y vendajes que hubo durante la segunda guerra mundial junto con el movimiento opuesto de una mayoría de mujeres trabajadoras que necesitaban invisibilizar la menstruación para poder mantener el hogar.
Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, la ginecóloga alemana Judith Esser-Mittag desarrolló un modelo de tampón similar pero sin aplicador al que denominó o.b. en referencia al significado de sin almohadilla en alemán: ohne binde. En vistas de lo acontecido con Tampax, Johnson & Johnson no tardó en comprarle el invento a la doctora.
Sin embargo, el tampón debió superar varios prejuicios para posicionarse en el mercado. Tarzibachi en su libro cuenta que en Estados Unidos, el primer país en adoptar esta tecnología, “se investigó ampliamente sobre su efectividad, seguridad y también se debatieron las implicancias sexuales del tampón en relación con la potencial rotura del himen por su uso y la incitación al autoerotismo y la promiscuidad que pudiera generar”.
El cuerpo normalizado
Junto con estos cuestionamientos, a lo largo del siglo XX, la industria autodenominada de cuidado personal femenino se impuso en el mercado a través de la publicidad trabajando con el saber bio-médico de la menstruación. Dice Tarzibuchi que “la significaron como un proceso natural y la valoraron como condición para un cuerpo materno. Desde esa naturalidad del ser mujer por la menstruación, la industria del femcare difundió una serie de prácticas de estilización de esos cuerpos para que sean considerados femeninos también durante esos días. Ocultar bien la sangre, tornarla algo perteneciente al territorio exclusivo de lo íntimo y de lo privado, fue una. No patologizarse por menstruar porque es normal, fue otra. Sin embargo, la industria no dejó de perpetuar sentidos negativos sobre esos cuerpos como naturalmente defectuosos, necesitados de protección, de higiene y de estrategias de liberación de las penurias que implicaba”.
En este sentido, vale aclarar que la industria del femcare no creó el tabú sino que lo usó y lo perpetuó de tal forma que los cuerpos menstruales quedaron absolutamente ocultos, tan ocultos que cuando alguien se atreve a hablar del tema en público el sentido común colectivo lo silencia para que vuelva al terreno de lo íntimo y lo considerado decente. “No se trata de que todas las personas que menstrúan vayan manchadas por la vida, sino de evidenciar las normas injustas e invisibles sobre esos cuerpos a quienes les hacen vivir con una tensión sutil y naturalizada regulada por la vergüenza que siente cuando imaginan que algún signo de la menstruación pueda develarse en público”, continúa Tarzibuchi.
La avanzada capitalista
Mientras que en Estados Unidos el tampón terminó de popularizarse a principios de los sesenta -siempre bajo el pseudo discurso de la liberación femenina abordada desde el punto de vista de esconder la menstruación como algo sucio y avergonzante-, a nuestro país llegó hacia fines de los setenta y, aunque en menor medida, también produjo debates y prejuicios acerca de su uso. Pero lo que realmente puso en duda su aceptación fue la escalada de casos del Síndrome de Shock Tóxico (SST) que se produjo a partir de 1978 en Estados Unidos que culminó con 890 registros de mujeres afectadas de las que el 90% había usado un tipo de tampón de ultra absorbencia llamado Rely. Fueron 35 las que murieron por el SST.
El Rely fue un desarrollo de P&G que apareció en el mercado bajo el slogan “absorbe la preocupación”. Al parecer, cuando se investigaron estos tampones se encontraron con que entre sus componentes había decarboximetilcelulosa, poliéster y rayón de poliacrilato, que fueron reconocidos como causantes del Síndrome. La tragedia provocó que las empresas americanas de distribución mundial -Kimberly Clarck, Johnson&Jhonson y P&G fueran supervisadas por la FDA -que es la Administración de alimentos y medicamentos de EEUU-. Recién en 1989, la FDA ordenó a los fabricantes de tampones la implementación de una clasificación estandarizada de tamaños de acuerdo a la absorbencia en una escala de seis a quince gramos: mini, medio y super.
La salida del clóset
El futuro parece inclinarse por tecnologías sustentables donde ni los tampones ni tampoco las toallitas tienen lugar en la gestión menstrual. Los dos dispositivos no sólo dejan una gran huella en el ambiente debido a que tardan demasiado en biodegradarse, sino que de alguna manera retroalimentan la idea de esconder el sangrado y, a su vez, proponen una relación esclavizante entre la mujer y el mercado de estos productos. Hoy, la copa menstrual viene ganando terreno gracias a su comodidad y a la capacidad de de reutilización con un simple lavado.
La tendencia llega de mano de liberar a la menstruación de ese lugar oscuro donde fue ocultado durante décadas por los discursos publicitarios de las empresas productoras. Se imponen los materiales naturales como los que se cosen con una tela absorbente como la lana, el bambú o el cáñamo, se colocan por capas y luego se enrollan para adquirir la forma de un tampón convencional con una cinta que permite su extracción. O también como los de crochet que se tejen sobre sí mismos con un hilo también absorbente y que se lavan luego de cada uso.En Youtube se pueden encontrar cientos de tutoriales para fabricarlos en casa.
Otra opción aún no disponible en Argentina, es la esponja marina, una especie de planta que crece en el fondo del mar Mediterráneo y del oceáno Atlántico. Luego de un proceso de limpieza y desinfección funcionan como absorbentes que pueden durar entre tres y ocho horas y son reutilizables.
La menstruación sobre la mesa
Cosa de Mujeres. Menstruación, género y poder es el libro de la doctora Eugenia Tarzibuchi fruto de una investigación que recorre la historia de los significados económicos, sociales y culturales que se fueron construyendo alrededor de la menstruación. El texto demuestra que el sangrado femenino de todos los meses no es un asunto privado sino también social.
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