La historia del semáforo con cuenta regresiva, un invento que volvió más fácil cruzar las avenidas porteñas
Llegar a una esquina y ver que el muñequito rojo del semáforo peatonal está titilando. ¿Cómo calcular si se puede cruzar o si la luz amarilla nos sorprenderá en la mitad de la avenida? Desde 2003 a esta parte, en la mayoría de las grandes avenidas, los semáforos tradicionales fueron reemplazados por los de cuenta regresiva, que permiten calcular a cada transeúnte si tiene tiempo para cruzar.
El primero se instaló en la Avenida 9 de Julio y hoy ya hay 5800 en funcionamiento en avenidas como Cabildo, Rivadavia, Corrientes, Nazca, Lacroze, entre otras. ¿Pero cómo nació este invento y quién está detrás?
Esteban Gastaldi aprendió a manejar a los 14 años y fue a esa edad que empezó a ver una escena en la calle que lo obsesionaba. Cuando una persona quedaba varada en el medio de una avenida doble mano porque el semáforo se modificaba y los autos le pasaban cerquísima sin que tuviera escapatoria, no podía entender que la vida dependiera de eso. Él llama a esa situación "mi manzana de Newton" porque lo llevó a inventar el semáforo con cuenta regresiva.
Esteban se entusiasma al contar la historia de su invento: primero fueron el Zorro y Batman que lo inspiraron en las ganas de contribuir al bien común con destreza y astucia; y luego su profesión de creativo publicitario, su pasión por de transmitir mensajes, manejar lenguajes que lo llevaron a meterse en el mundo del tránsito y, sobre todo, el de la seguridad vial. Desde que empezó a buscar información, los que conocían este ambiente le decían que los semáforos, al igual que los subtes, eran ámbitos muy cerrados. Y así fue, cuando empezó a investigar, desde los organismos públicos le decían que estaba loco, que ni siquiera era ingeniero.
Fue investigando hasta que estableció ciertos requisitos que el semáforo debía cumplir: el mensaje tenía que ser certero, que funcione de solo avistarlo y con un lenguaje accesible. La cuenta regresiva era de por sí una señal de alerta y la medición en tiempo real, es decir, en segundos no requiere hacer cálculos, la entiende un analfabeto.
Tanto para peatones como para conductores hay una regla de la mecánica en la que estamos atrapados al circular por las calles: el algoritmo tiempo-velocidad-distancia. Esto fue lo que le permitió un diseño eficiente. En un estado normal, la velocidad del auto la marca el velocímetro, la distancia de frenado puede medirse pero la variable tiempo quedaba vacante. Lo que había que prevenir a toda costa era lo imprevisible, desencadenante de la mayoría de los accidentes. "El foco amarillo es imprevisible y obliga a reaccionar en 2 segundos sin medir riesgo ni gravedad de esa decisión, es como echar leña al fuego, por eso en mi invento de semáforos vehiculares incluyó una cuenta regresiva en el espacio donde está el amarillo", dice Esteban.
Lo mismo para peatones, era necesario incluir la previsibilidad a la hora de cruzar. Con la incorporación de la cuenta en segundos, el invento cerraba semióticamente, la información se convierte en mensaje y eso en una reacción de si cruzar, esperar, arrancar o frenar según los tiempos de cada persona.
En la esquina de Cabildo y Lacroze, un grupo de adolescentes con uniforme escolar cruza corriendo cuando el segundero ya está por el número 7. Marta Lezica Gómez tiene 79 años y desde sus 35 vive en Colegiales, a pocas cuadras de esa esquina. Dice que recuerda cruzar Cabildo con terror: "Tenía un hijo en una mano y un perro en la otra y Cabildo siempre fue un descontrol, con muchas líneas de colectivo. Hoy, con el bastón ya sé que si quedan pocos segundos tengo que esperar el próximo porque ya no me da el cuerpo para acelerar el paso".
Desde la Secretaría de Transporte de la Ciudad de Buenos Aires no hay estudios hechos acerca de la reducción de accidentes a partir de la implementación de la cuenta regresiva. Sin embargo, estos semáforos forman parte del ordenamiento del tránsito en el que 80% de los semáforos porteños ya están centralizados, eso significa que están monitoreados desde el Centro de Gestión de la Movilidad, equipado para manejar y controlar los equipos controladores de tránsito (computadoras de los semáforos) de la Ciudad.
Desde 1990 hasta el 2000, Esteban buscó estadísticas que reflejaran los problemas que él veía desde chico, por ejemplo: que la Argentina ocupaba el segundo lugar en el mundo en muertes por accidentes de tránsito y que se violaban 57 millones de semáforos con luz roja por mes en la Ciudad de Buenos Aires. Hoy, los accidentes de tránsito en la Argentina son la primera causa de muerte en menores de 35 años, y la tercera sobre la totalidad de los argentinos, según una estadística de la ONG Fuente Luchemos del año 2017.
¿Cómo hizo para difundirlo?
Un buen invento sin implementación es solamente una fantasía. El camino para llegar a que el semáforo con cuenta regresiva se convirtiera en política de Estado fue arduo. "Los semáforos son obra pública, se licitan y sabemos cómo se manejan las cosas en nuestro país", dice Esteban.
Frente al rechazo de los organismos públicos, Esteban fue a las empresas más importantes de semáforos, Autotrol y Siemens. Cuando Esteban presentó su invento en Siemens, el semáforo de cuenta regresiva para peatones deslumbró al gerente. Le pidió que se llevara un semáforo y que hiciera un prototipo. En el asiento trasero de su pequeño Daihatsu, un semáforo compartió espacio con su hijo todas las mañanas cuando lo llevaba al jardín, por eso el hijo de Esteban le decía a sus compañeritos que su papá hacía semáforos.
Sin embargo, el inventor tenía muy claro que no quería hacer un prototipo para una empresa, quería que su semáforo trascendiera, llegara a la calle y salvara vidas. "Me daba cuenta de que el interés de las empresas venía por el lado de instalar el led y otros negocios", recuerda. Desde el primero hasta los 5800 semáforos de cuenta regresiva que hay en la ciudad son de luces de LED. El cambio de lámparas halógenas a lámparas LED en el resto de los semáforos se inició en 2012 y fue completado en 2015, lo que permite una mayor durabilidad y un menor consumo de energía.
¿Cómo llegó a implementarse?
Por el año 2000, Esteban vivía en el barrio de Saavedra y entre sus vecinos estaba el diputado socialista Alfredo Bravo (fallecido en 2003), se conocían de saludarse todas las mañanas y un día Esteban decidió abordarlo cuando lo vio llegar a su casa: "Tengo un invento que quiero mostrarle".
Bravo lo invitó a pasar, el inventor llevaba sus papeles y un discurso ensayado. A los 20 minutos de la argumentación, el diputado levantó el teléfono y se comunicó con Abel Fatala, Secretario de Obras Públicas de la Ciudad de Buenos Aires. No fue hasta ese momento, al ver la reacción de Bravo, que Esteban tuvo noción de lo importante de su invento.
Fatala decidió la implementación de la cuenta regresiva para peatones en la ciudad de Buenos Aires. La Dirección de Señalización Luminosa del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la empresa Dyna Group desarrollaron el primer prototipo que fue colocado en el año 2003 en las esquinas de la calle Sarmiento y Pellegrini, Sarmiento y la Avenida 9 de julio, y Sarmiento y Cerrito. Al constatar el buen funcionamiento, se extendió su uso. El semáforo con cuenta regresiva vehicular no convenció a los funcionarios, temían que fuera usado para picadas. Hoy, en CABA, la cuenta regresiva se implementa solamente para peatones, mientras que en otras ciudades del país como San Salvador de Jujuy o Mercedes funcionan ambos.
Durante este proceso, Esteban se ocupó de tramitar la patente de invención otorgada en por el Estado de la Nación Argentina, a través del Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI), eso significó que investigaran si existía en otro país y si era algo viable de implementar. Obtuvo el título en 2006.
Hoy, cuando Esteban viaja desde Martinez, donde trabaja en el área de dirección de programas en vivo de Telefé, hasta Belgrano, y pasa por algún semáforo de cuenta regresiva se pone contento, se le infla el pecho y se da cuenta de que las vidas salvadas no caben en ninguna estadística. Por eso, lamenta que hasta el momento no tuvo ningún reconocimiento, ni económico ni simbólico
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