La historia de Villa Epecuén, el pueblo de oro que encontró su trágico final en una noche de lluvia
A 36 años de la catástrofe que terminó con su época dorada, una vecina contó a LA NACIÓN cómo fueron las últimas horas del mágico lugar que llegó a tener más turistas que habitantes
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Fundado en 1821, en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, Villa Epecuén supo ser uno de los principales centros turísticos del país durante muchos años y hasta compitió con emblemáticos destinos de la costa argentina. Sin embargo, sus años dorados, cuando era elegido por las familias más adineradas para vacacionar, devinieron en ruinas en cuestión de meses a causa de una gran inundación. Sus inmensas piletas de agua dulce, el gran punto de atracción, fueron a su vez su maldición: el terraplén de contención cedió y, el 10 de noviembre de 1985, el agua tapó al pueblo. El sueño había llegado a su fin.
Arturo Vatteone había sido el encargado de inaugurar las preciadas costas del lugar durante 1821 y, en ese entonces, denominó al sitio como “Mar de Epecuén”. Desde aquel entonces, la popularidad fue creciendo notablemente con el correr de los años.
“Yo nací en Epecuén. Mi papá y mi abuelo eran los albañiles del pueblo y mi papá tenía un residencial que se llamaba La Rueda, que era nuestra casa. Además, mi abuela era dueña de Casa Castro que era uno de los hospedajes más grandes”, contó, a LA NACION, Viviana Castro, exvecina y, hoy en día, una de las guías turísticas que acompañan a curiosos y melancólicos en un recorrido por la historia.
En sus inicios fue el destino preferido de los habitantes de la zona, que solían disfrutar de un tiempo de relajación en un sitio destacado por su belleza. Pero el techo de la Villa aún estaba lejos. En 1899, la llegada del ferrocarril le dio un mayor afluente de turistas. En aquel año, junto a la localidad vecina de Carhué, fueron desbordadas por una gran oleada de visitantes. Era el paraíso.
Además de sus bellos paisajes, otro de los aspectos fundamentales de su crecimiento fue el rumor de que las aguas supuestamente tenían poderes sanadores. Quienes lo visitaron, atestiguaban que la laguna de Epecuén aliviaba los dolores de quienes se sumergían. Esta característica fue tomando fuerza entre los turistas, hasta que en 1909 la Provincia de Buenos Aires envió un equipo de expertos para investigar sus propiedades.
El estudio científico llevado a cabo por los especialistas detalló que las aguas poseían una alta concentración de minerales. La laguna contenía hipermarina y, según los investigadores, solo era comparable con la del Mar Muerto. El informe detalló que tenía la capacidad de sanar enfermedades reumáticas y de la piel. Así, otro punto turístico se sumaba al pueblo.
Y estas características curativas del agua fueron las que iniciaron la historia de la familia de Viviana Castro en el lugar. ”Mi bisabuela vino de España a Buenos Aires y se mudó de Capital Federal a Epecuén por su problema de reuma. Llegó como turista y se instaló a vivir como hizo mucha gente en su momento”, dijo y agregó: “Las propiedades de la laguna le hicieron muy bien a su reuma y decidió comprar un terreno para hacerse un hotel. Así fundó La Española, que fue uno de los hoteles más grandes, con capacidad para 150 personas”.
De esta manera, lo que hasta el momento era un sitio turístico asistido por los aledaños se convirtió en un refugio de las familias más adineradas de Capital Federal y de distintos puntos del país. Según los registros de la época, Epecuén pasó a competir como el destino más visitado de Argentina junto a Mar del Plata. Además de los turistas, cientos de personas que padecían artrosis, artritis u otras enfermedades similares viajaban al lugar para realizar sus tratamientos en la poderosa laguna.
En enero de 1921 se fundó el Balneario de Epecuén que generó un nuevo espacio para cobijar a los visitantes.
“Epecuén vivía por y para el turista; tenías todo lo que se te ocurra a cualquier hora. Todo funcionaba el día entero. Todo el que nacía en Epecuén sabía lo que significaba y lo que quería el turista”, comentó Viviana. Así, el lugar se convirtió en un exclusivo destino que recibía a la aristocracia del país.
Año tras año la cantidad de turistas creció notablemente y, entre la década de 1950 y 1970, los registros indican que Villa Epecuén recibió alrededor de 25.000 visitantes. Un verdadero hito si se tiene en cuenta que tenía una población estable de 1200 habitantes y contaba con 6000 plazas hoteleras y alrededor de 300 locales comerciales.
De la gloria a la catástrofe
Pero aquellos tiempos dorados que colocaron a Villa Epecuén como uno de los destinos turísticos más atractivos de Argentina se desvanecieron bajo el agua, aquella misma que los puso en el mapa.
Al inicio de la década del 70′ se habían comenzado a restructurar las obras hidráulicas del pueblo. Sin embargo, debido a una serie de problemas económicos, el proceso demoró más de lo planificado y la construcción fue detenida por completo en 1976 con el golpe militar. Las obras quedaron estancadas y nunca más se reactivaron. “Después de mucho tiempo, en el 82′ o 83′, empezaron a levantar el terraplén para resguardar a la ciudad del agua y de ahí en adelante fue una agonía”, reconoció la guía turística de Epecuén.
Con el sistema en un deteriorado estado de mantenimiento y con un exceso de construcciones para el turismo, durante 1985 Epecuén sufrió en seis meses la misma cantidad de lluvia que solía caer en un año. Fue un desastre total. El 10 de noviembre una sudestada comenzó a castigar la ciudad.
Con su recuerdo imborrable de aquella triste madrugada, Viviana Castro detalló a LA NACIÓN cómo fueron esas últimas horas en que el agua desbordó el terraplén y la otra historia del pueblo empezó a escribirse.
“Yo tenía 20 años en ese momento y nadie sabía que iba a entrar tanta agua, nadie se lo imaginaba. Todo estaba preparado para el inicio de la temporada, pero por la fuerte sudestada, esa mañana estábamos todos arriba del terraplén en el momento que cedió. Eran las 6 de la mañana”, subrayó.
“El agua se empezó a filtrar, la gente intentó taparla con bolsas de arena, cemento y tierra, pero avanzó y empezó a llegar a los primeros hoteles que estaban sobre el complejo turístico. A las pocas horas, esos hoteles tenían 80 centímetros de agua”, siguió.
El agua invadió la ciudad sin contemplación y el terraplén que se había construido para detener la marea y proteger a la Villa cedió ante la fuerza imparable del agua. En un contexto catastrófico para los habitantes de Epecuén, las casas y los complejos fueron desalojados en una evacuación desesperada. En ese momento de diluvio, la laguna creció a razón de un centímetro por hora durante semanas.
Con el paso de los días, algunos vecinos habían tenido un destino más fortuito y, por un efímero momento, pudieron mantener sus hogares. Por este motivo, se solidarizaron en medio de la evacuación y alojaron y asistieron a sus vecinos. Sin embargo, al poco tiempo, la luz se cortó en toda la zona y también el suministro de agua potable.
“Nosotros teníamos mucho potencial y gran poder adquisitivo. Pero de un día para el otro nos quedamos sin nada”, expresó Castro. En menos de un mes, Epecuén, que años atrás había alojado a 25.000 habitantes, quedó devastado. Era un pueblo fantasma. Durante los años siguientes, el agua siguió ganando terreno y destruyendo las ruinas de la ciudad. Para el invierno de 1993, el pueblo quedó sumergido bajo siete metros de agua y así se mantuvo durante casi 20 años.
“Es importante aclarar que la naturaleza acá no tuvo nada que ver. Fue la mano del hombre como lo que estamos haciendo hoy en día con nuestro planeta. Esto tiene que servir como ejemplo para que no vuelva a ocurrir nunca más algo así”, sentenció Viviana Castro. En medio de una catástrofe devastadora, afortunadamente, la tragedia no se cobró vidas y los ciudadanos pudieron se evacuados. Gran parte de los 1500 residentes de Villa Epecuén encontraron refugio en la localidad de Carhué, ciudad de cabera del partido.
“Avanzar y mirar para adelante”
A partir de ese momento, Viviana y su familia, al igual que todos los habitantes de Epecuén, debieron reconstruir su vida por completo. “Resiliencia es la palabra que describe todo. Venimos de una cultura del trabajo y de generar cosas, es lo que me enseñaron mis padres. A salir adelante ante cualquier circunstancia. Teníamos que cocinar arriba de un calentador y hacíamos arroz y de vez en cuando le agregábamos alguna salchicha o un pedazo de carne”, narró a LA NACIÓN.
Los años gloriosos de Villa Epecuén habían quedado sumergidos en siete metros de agua que destruyó todo lo que encontró a su paso. Casi dos décadas después del trágico 1985, el agua comenzó a bajar y los exvecinos se encontraron con un paisaje devastador y los vestigios de recuerdos y proyectos que no pudieron ser.
Luego de la catástrofe que terminó con los días dorados de la Villa, Viviana Castro explicó lo que sintió en aquellos años: “En un principio me generaba mucha desolación pero no por haber perdido la casa, no pasa por las paredes. Pasa por nuestra identidad, nuestras raíces, era nuestro lugar en el mundo. Yo por suerte sigo en mi casa y estoy feliz de poder cuidar el lugar en el que nací más allá de todo lo que pasamos, eso me da una satisfacción inmensa”.
Sin embargo, más allá del duro golpe que sufrió el pueblo, Castro no dudó al aclarar que “el pueblo siempre tuvo vida, van a hacer 36 años de que se inundó y al día de hoy sigue llevando turistas, dando trabajo, alegrías y muchos sensaciones. Es un lugar mágico”. Y en este sentido, Viviana aseguró: “Epecuén tiene su fuente de recursos intacta, tiene sus aguas, sus propiedades de la tierra, y lo decimos con conocimiento de causa porque constantemente estamos haciendo análisis y estudios con científicos”.
Como Viviana destacó en reiteradas oportunidades, “es un avanzar mirar para adelante”, por este motivo, los restos del lugar siguen atrayendo turistas cada fin de semana para conocer su increíble historia: “Tenemos superpoblación de turistas que lo mantienen con vida. Queremos mostrarle al mundo que estamos vivos y que esto se puede disfrutar. Incluso tuvimos recitales, música, grabaciones de distintas producciones. La gente de Epecuén sufrió mucho la inundación pero resurgimos como el ave fénix”.
Viviana Castro destacó una y otra vez con orgullo y gratitud su rol de protectora de Villa Epecuén: “Hay mucha bronca, porque se podría haber evitado pero la gente ya no quiere hablar de tristeza. Hoy me toca cuidarlo y puedo sentir sus olores, escucho sus ruidos, veo sus colores y conozco cada lugar”, aseveró
Finalmente, entusiasmada con el turismo diario que mantiene con vida las calles del sitio desde hace muchos años, Viviana concluyó: “Soy un poco fanática de mi lugar en el mundo. Mientras el último habitante de Epecuén esté con vida, Epecuén va a seguir vivo. No hay que recordarlo con tristeza, ya sufrimos demasiado, hay que tomarlo como un ejemplo y como fortaleza”.
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