La historia de un chileno apasionado que es ingeniero, maratonista y escritor
Jorge Orellana Lavanderos, de 64 años, describe sus viajes por diversas ciudades y expresa su manera de percibir el mundo: la fuerza de la naturaleza, la fragilidad de la condición humana y sus constantes desafíos
Suenan las bocinas del bajo porteño sobre la avenida Alem y en el lobby del hotel, entre turistas que entran y salen, las palabras se pierden entre los ruidos de la ciudad que se desagota. Jorge Orellana Lavanderos, un ingeniero chileno de 64 años, viste una chomba de tela deportiva con un saco de lino, un pantalón de jean y zapatillas de running. Hace más de 20 años que lidera una empresa constructora y en su tiempo libre es maratonista. Este año festejó su carrera 40° - en la última maratón de Buenos Aires-, y esta actividad lo ha llevado a conocer ciudades como Tokio, Praga y Nueva York, entre otras. Además, recientemente publicó Crónicas de Trotes, un libro que compila relatos personales del autor con una prosa profusa. Sin embargo, Orellana sorprende, porque en sus textos de lo que menos habla es de correr.
Su trabajo como ingeniero y su rol en la empresa lo han convertido en un hombre exigente y meticuloso, que debe sacar lo mejor de las personas que trabajan a su cargo. Pero, al igual que se ve en su ropa, Orellana combina la rigidez que le impone su profesión con dos actividades que le apasionan y lo humanizan: el trote y la escritura. “La actitud de hombre empresa es muy distinta a la de hombre escritor”, dice.
Desde hace unos años, su incursión en el ámbito empresarial, lo posicionó en un lugar de poder con cierto respaldo económico, lo que constituye para él “una forma de libertad” para hacer lo que desee. Sin embargo, aunque durante mucho tiempo disfrutó de la toma de decisiones, el ingeniero comenzó a sentir que había perdido la motivación y que necesitaba apuntar hacia otras direcciones.
Así comenzó a escribir. Su formación como ingeniero no lo detuvo e indirectamente se preparó para ser escritor, como un proceso natural que se fue dando con el tiempo. “Siempre estuvo el germen ahí”, cuenta. Hoy Orellana tiene una columna semanal en el diario chileno Cambio21 y está trabajando en proyectos literarios. Además quiere hacer una película y filmarla en el pueblo donde se crió: Puerto Montt, una ciudad al sur de Chile.
En el hotel de Buenos Aires, Orellana se toma rápido el último sorbo de té y lanza efusivo: “El desafío siempre es mayor”. Lo dice con un inconformismo ambicioso porque está seguro de que la vida no le va a alcanzar para escribir todo lo que quiere escribir. “Ayer escuche la sinfonía trágica de Schubert. Cuando saco la cuenta de que el murió a los 28 años, pienso: ‘no he hecho nada’. Yo estoy en los 64 y todavía no logro hacer nada interesante”.
Esa exigencia, según recuerda, la tuvo desde niño, cuando todavía vivía en Puerto Montt. “Siempre andaba buscando desafíos”, rememora y recuerda cómo a los 14 años se mudó a Santiago para adentrarse en un mundo de estudio y conocimiento. Cuando Orellana habla de su pueblo se emociona y sus ojos achinados, que casi no se dejan ver, parpadean un brillo diferente. “El recuerdo más fiel es cuando salía de mi casa para perderme y luego me recostaba en el pasto, sin poder entender porqué giraba el mundo”.
Según describe, la ciudad de Puerto Montt está rodeada de volcanes, tiene muchos lagos y árboles de 2000 años de antigüedad; sus bosques milenarios son muy frondosos y uno puede perderse dentro. “La potencialidad tremenda de la naturaleza, es de mucha cercanía y eso me ha marcado: el hecho de que uno sea tan vulnerable. El mar, que se recoge y vuelve, y los terremotos son imágenes muy fuertes para cualquier niño de siete años”, cuenta.
Crónicas de trote, su primera novela de distribución masiva, no es un libro de técnica pensado para los amantes del running, sino que por el contrario, la actividad deportiva es el subterfugio de lo que Orellana buscaba contar: relatos autobiográficos que conmueven porque son universales.
En cada uno de los relatos, sin importar en qué ciudad este, Orellana describe los escenarios naturales con los que se topa. Los árboles de la Plaza San Martín en Buenos Aires, que se agitan con el viento; los avasallantes amaneceres en la ciudad de Quito, Ecuador; la humedad en Lima, Perú, que ha desarrollado sin límites las plantas que llenan las calles de flores amarillas, rojas y naranjas; y los jardines del Palacio Imperial en Tokio con los incipientes brotes del cerezo. Continuamente en su libro, la naturaleza aparece como un gran engranaje que funciona a la perfección, al igual que sucede en la ingeniería.
En el trote Orellana encontró otros circuitos por fuera de su profesión en los cuales pudo pensarse “más humano”, lo que no quiere decir más perfecto. En sus relatos, el ingeniero describe también momentos de tristeza inesperados de una vida marcada por soplos del destino.
El trote como vehículo para la reflexión
Hace 20 años atrás, todos los pronósticos médicos le indicaban a Orellana que no iba a poder correr una maratón. Piensa que quizás por eso insistió tanto. En su largo historial, participó de la maratón de la ciudad de Nueva York y corrió en La Antártida. En el momento en que comenzó a incursionar en este pasatiempo, recuerda que el trote empezó a gustarle cuando sintió que llegaba a un cierto nivel de cansancio porque de inmediato su mente comenzaba a reflexionar sobre cuestiones de su vida cotidiana, que la vorágine de la rutina no le dejaban ver.
Orellana cree que su trote tiene razón de ser en la búsqueda reflexiva: cuando sale a correr piensa en el paso del tiempo y se hace preguntas de corte filosófico como cuál es el destino de un hombre; cómo debe obrar y gobernar; qué es la felicidad; qué es el ser y dónde está el alma. “No se si el trote me ayuda a tomar mejores decisiones pero sin dudarlo me convierte en un mejor ser humano”, dice.
Piensa que su temperamento siempre ha sido distinto al de un maratonista, que empieza trotando suave y no consume todas sus energías de golpe. “Yo soy un apasionado”, lanza con convicción.
Sus constantes cuestionamientos sobre la sociedad y la vida lo han llevado a “recluirse” en el trote para intentar salvarse. “Lanzar mensajes” como hacía Ernesto Sábato, desde Santos Lugares -una influencia en la vida de este emprendedor-. En su mundo la ingeniería y el trote se fusionan, la literatura y la empresa se nutren una de la otra y el hombre es uno solo entre la racionalidad y la emocionalidad.
Crónicas de trote
Autor: Jorge Orellana Lavanderos
El libro fue editado en Chile y en Argentina por Prosa Editores.
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