La historia de Stella Maris Caballero, una mujer que hizo carrera bajo tierra y hoy es conductora del subte
El 21 de septiembre de 1972, Stella Maris Caballero, que por ese entonces tenía 12 años, se subió a la línea A del subte porteño con su mejor amiga. No iban a ningún lugar en particular. Viajaron desde Primera Junta hasta Plaza de Mayo como quien se sube a una montaña rusa para sentir la adrenalina del recorrido. En su mente empezaba a tomar forma el sueño que cumpliría 30 años después: convertirse en una de las primeras mujeres que pasó de vender pasajes en la boletería a poner en marcha los trenes de la línea E del Subte.
En la estación Bolívar, donde inicia el recorrido todos los días a las seis, se desenvuelve con soltura. Menuda, de pelo corto teñido de rubio y maquillaje prolijo, Caballero acompaña sus palabras con una sonrisa. Incluso cuando habla de los obstáculos que tuvo que atravesar al abrirse paso en un espacio donde históricamente predominaron los hombres. Durante la entrevista, saluda a cinco mujeres con el uniforme de Metrovías. Hoy ellas representan el 30% (unas 300 mujeres) del personal de "tráfico", conformado por guardas, conductores y supervisores. Aunque son la minoría –hay 4300 hombres y 850 mujeres–, Caballero resalta que hoy pueden aspirar a hacer carrera y alcanzar los rangos más altos.
"Al principio había gente que se quedaba abajo porque no se quería subir con una mujer", cuenta. "Aún hoy se siguen sorprendiendo. Los chicos les dicen a sus padres: ‘¡Mirá, papá, una mujer!’", dice. Según datos provistos por Metrovías, en 1999 comenzaron a incorporar mujeres al sector de tráfico. Para alcanzar ese puesto, los empleados hacen carrera: empiezan como peones de limpieza, siguen como auxiliares de estaciones, pasan por atención al público y, con cinco años de antigüedad en la empresa, cuentan con la posibilidad de aplicar para guardas (las personas que están en el último vagón y se encargan de abrir y cerrar las puertas en cada estación), que requiere de una capacitación teórico-práctica intensiva. Con tres años de experiencia ya pueden convertirse en conductores.
Cuando a Caballero la ascendieron hubo quienes la miraron con recelo. En esa época, que hubiese una mujer en tráfico era inusual. La boletería era el techo para ellas y, aunque muchas aspiraban a ponerse al frente de los trenes, muy pocas llegaban. "Al principio me costó muchísimo. Llegaba a mi casa llorando y llamaba a los supervisores para volver a la boletería", cuenta. "Después me acostumbré y me hice fuerte. Yo siempre digo que si la mujer puede tener hijos, puede con todo".
–¿Tuviste conflictos con tus compañeros de trabajo?
–Le he tenido que parar el carro a varios. Una vez había un conflicto gremial y yo era muy nuevita. Estaba caminando y uno me dice: "Señora, prepare la cartera que va a tener que ir a revolearla por ahí". Yo siempre estaba a la defensiva con eso porque éramos pocas. Le dije: "¿Me está hablando a mí?". Y él me dijo "no señora, disculpe". Le respondí: "No, disculpe nada, es una falta de respeto". Me dio una bronca... Yo enseguida me pongo colorada y me enojo.
–¿Cómo cambió de ese tiempo a esta parte?
–Las mujeres somos pocas y parece que fuéramos mayoría. Ahora me siento bárbara, ya no se siente ese machismo que había antes. Los pasajeros nos felicitan. Nos dicen: "Vengo más rápido con ustedes que con un hombre". Nosotras le ponemos más entusiasmo, más garra. Para el hombre es un trabajo más.
Caballero nació en Salta, en 1959, y llegó a Buenos Aires cuando tenía apenas un año. Su padre era encargado de edificios de oficina y murió cuando ella tenía 17 años. "Yo siempre vi que mi papá se levantaba a laburar y jamás faltaba. El respeto hacia los demás es lo que me enseñaron", comenta. Su madre, que hoy tiene 83 años y vive con ella en una casa en San Cristóbal, es española. De ahí el apodo que adoptó Caballero: "La gallega". Un tramo de su vida transcurrió en Mar del Plata, donde vuelve cada año para visitar a su hermana y su familia. Antes de dejar el currículum en el subte para cumplir la meta que se había puesto de joven, trabajó en varios supermercados.
Su marido es un capítulo aparte. Habla de él con el entusiasmo de una adolescente en una relación incipiente. "Es un amor. Sobre todo es muy buena persona. La cuida mucho a mi mamá y se adoran", dice con los ojos vidriosos. Están juntos desde hace 30 años. Se conocieron en uno de sus primeros trabajos en la cadena de supermercados Hawaii, y a los dos meses de noviazgo pasaron por el altar. Pese a que el deseo de tener hijos no se materializó, cuenta que sus sobrinas son como las hijas que no tuvo. Una de ellas está a punto de dar a luz y por eso Caballero está pendiente de su teléfono durante toda la entrevista.
La familia se amplió con Valentina, su perra, que su marido le regaló hace nueve años para San Valentín. "A veces me dice que la dejemos cuando nos vamos de vacaciones, pero yo busco hoteles o cabañas que la acepten. Ella siempre viene conmigo". Unos minutos después, el fondo de pantalla de su celular se enciende y respalda esa afirmación: la foto que se puede ver es de su perra.
Su jornada laboral empieza a las seis y se extiende hasta las 12. Cuando sale del trabajo, se encuentra con Ángela, su madre, y almuerzan juntas. En su tiempo libre juega "en los jueguitos" –se ríe y da a entender que es un placer culposo–, hace crucigramas, teje y limpia la casa. Se considera "una obsesiva de la limpieza". Al definirse, también dice "soy muy bruta" y "no me banco las injusticias".
–¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
–Viajar y ayudar siempre. Que te feliciten, que te digan buenos días, muchas gracias. Eso me llena de satisfacción. También hay problemas. Cuando se queda el subte hay que poner la cara. Trato de poner la mejor onda posible, porque así como me gustarían que me traten a mí, yo trato a las personas. Espero poder ayudar a capacitar cuando se termine mi tiempo acá.
–¿Tenés alguna referente mujer?
–La Madre Teresa de Calcuta es la mujer más grande que existió. Para mí es una ídola, un ejemplo a seguir. Una mujer que no le tuvo miedo a las enfermedades ni a nada. Ella es mi referente.
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