La historia de los amigos que transformaron el colectivo que hizo delirar a los vecinos de zona norte en los festejos
El Mercedes Benz modelo 1114 funcionaba como vehículo de auxilio para una empresa de ómnibus de larga distancia
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Ayer, tras la victoria de la selección nacional de fútbol, una pequeña multitud se reunió frente a la Quinta Presidencial de Olivos para celebrar el pase a la final de la Copa del Mundo. Las banderas argentinas, muchas improvisadas, hechas con ramas como mástiles y remeras como banderas, flameaban sobre el cielo anaranjado del final de un día histórico. Los más chicos, sentados sobre los hombros de los adultos, hacían sonar las vuvuzelas mientras grupos de amigos saltaban abrazados a sus pies. De fondo, los cantos eran interminables: “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”.
Y en el medio de esa fiesta, a lo lejos, desde el norte, se abrió paso por la avenida Maipú un colectivo celeste. No era el 343 ni el 21. Era un colectivo que en el lugar donde habitualmente se indica la línea o el recorrido decía “Scaloneta”, el ya famoso apodo que recibió el equipo argentino que hace referencia a su director técnico, Lionel Scaloni. En la parte de atrás, que no tenía techo ni ventanas, un grupo de jóvenes cantaba con toda la fuerza de sus gargantas “muchachos ahora nos volvimo a ilusionar”. Y la gente se ilusionaba. Desde abajo se les unía al canto, los filmaba y algunos, divertidos, sentenciaban: “este país es hermoso”.
Ignacio González Wang, un joven de 22 años oriundo de Vicente López, y su papá, Christian González Wang, son los creadores de la “Scaloneta”, que, antes de convertirse en el símbolo de los festejos de zona norte, era un colectivo Mercedes Benz modelo 1114 que funcionaba como el vehículo de auxilio en la empresa familiar de micros de larga distancia de los González Wang.
“Lo compramos en un chatarrero y lo pintamos de celeste por pura casualidad porque era la pintura más barata. Lo remodelamos, mi abuelo nos ayudó con la mecánica y quedó prolijo, pero era un colectivo de auxilio, nunca habíamos pensado en la Scaloneta hasta ahora”, dijo el joven.
Hasta el viernes pasado, cuando la selección le ganó al conjunto de Países Bajos por penales y la alegría de Ignacio y sus amigos del Club Libertador, ubicado en la costa de Vicente López, fue tal que corrieron al galpón donde guardan los micros para salir a dar una vuelta en alguno, vieron el Mercedes Benz celeste y dijeron “listo, tenemos a la Scaloneta” y salieron a festejar por primera vez con unas pocas vueltas a la manzana.
Pero ayer, luego de ponerle el cartel y terminar de decorarla con banderas argentinas, la Scaloneta de los González Wang tuvo su recorrido consagratorio bajo la conducción de Christian. “La idea era salir a dar unas vueltas con mis compañeros de fútbol, pasarla bien y alentar, pero se vivió algo mucho más grande. El contacto con la gente fue algo muy lindo, había mucha alegría y nos agradecían”, dijo Ignacio.
Para Tomás Tiraboschi, uno de los amigos que formó parte del fenómeno de ayer, lo que se vivió fue “una locura”.
“Pasamos por la Quinta de Olivos, por Puente Saavedra, por la avenida Santa Fe y Alvear, en Martínez, y en todos lados había mucha buena onda. Los agentes de tránsito nos alentaban tocando el silbato, la gente nos pedía sacarse fotos y hasta nos preguntaba cuánto salía subirse”, dijo.
Tanto González Wang como Tiraboschi coinciden en que tuvieron que ponerse firmes en no dejar subir a desconocidos para que no se volviera una situación peligrosa, pero algunos pocos afortunados lograron subirse a la Scaloneta.
Uno de ellos fue Federico Sacullo, un joven de 25 años que ayer tuvo la oportunidad, casi por casualidad, de festejar la victoria arriba del particular vehículo. Cuando terminó el partido un amigo le dijo ‘Vamos acá a 10 cuadras que hay un tipo que tiene un micro que va a salir a dar vueltas por el barrio’. Fueron, se subieron y entonces vivieron una experiencia inolvidable.
“La locura era total. Primero llegamos a la Quinta de Olivos y estaba todo vallado, pero la gente nos vio, empezó a gritar y la Policía nos terminó abriendo. La gente nos gritaba y cantaba lo que cantábamos nosotros. Yo nunca viví algo así en toda mi vida. Nos sentíamos como si fuésemos la misma Scanoleta. Había un clima de unión que pocas veces viví, todos tirando para el mismo lado y abrazándonos aunque no nos conocíamos”, dijo.
Matías Rial Antelo y su hijo Lautaro, de 11 años, fueron otros de los pocos afortunados que viajaron en la Scaloneta.
“Subimos de casualidad, nos la cruzamos en la calle, mi hijo quería subir, tiré el auto y les pedí a los chicos si por favor podíamos acompañarlos. Fue pura alegría y emoción. Lo que más me gustó fue ver a chicos muy chiquitos pintados con los colores de la selección y gente de distintas edades y lugares todos en la misma. Vivir eso junto a mi hijo me emocionó mucho”, dijo.
Con la noche encima, los festejos, que se replicaron en todo el país, se fueron dispersando y los jóvenes estacionaron la Scaloneta bajo techo para resguardarla para un posible, soñado, máximo festejo el próximo domingo cuando Lionel Messi y compañía enfrenten al seleccionado francés.
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