Cerca de Chascomús, en el paraje Gándara donde casi todo está deshabitado, la propiedad se impone entre una espesa arboleda que lo mantiene oculto, a la espera de un proyecto que pueda rescatar su valor patrimonial
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GÁNDARA.— El paquete de pan lactal pasa de mano en mano entre los tres chicos que están sentados en unos escalones, al calor de los últimos rayos de sol de la tarde que se va yendo. Los sándwiches se arman con el pan que trajeron de una despensa de Altamirano, un pueblo cercano a Chascomús, junto a una gaseosa de pomelo y algún espirituoso para hacerle frente a frío de la noche. “Yo no quería quedarme a dormir, pero estos dos me insistieron”, dice uno de ellos, algo temeroso, señalando a sus amigos más desprejuiciados. Esos dos sí estaban convencidos de pasar la noche a la intemperie, en las ruinas de una capilla y convento abandonado que les permite fantasear con historias de apariciones y espíritus, como a muchos chicos de la zona.
El lugar parece un pueblo arrasado, evacuado en medio de una guerra. Durante décadas, niños huérfanos e internados ocuparon las habitaciones que aún mantienen los catres apilados y oxidándose. Son las ruinas la Capilla Nuestra Señora del Rosario y del edificio que albergó el Colegio Apostólico San José, ubicados en el paraje Gándara, donde también están las ruinas de la ex fábrica láctea que tuvo su época de esplendor en los años 90.
Como casi todo lo que se encuentra en Gándara, la capilla y el colegio están deshabitados, sin uso, abandonados en distintas épocas. El edificio tiene una magnitud que asombra en el medio de un predio rodeado de árboles con una vegetación frondosa, con mucho campo abierto alrededor. Las paredes se mantienen firmes, aunque la humedad las va pintando de musgo verde. El frío del interior se siente desde las ventanas abiertas.
Según los registros del Instituto Historiográfico Casa de Casco, de Chascomús, la capilla fue encargada por la familia de Francisco José Monasterio, nieto de Leonardo Domingo de la Gándara, al arquitecto Alejandro Bustillo, el creador del complejo Bristol de Mar del Plata que incluye el casino central y el Hotel Provincial. Gándara combatió como oficial en las invasiones inglesas, debió exiliarse en Uruguay y, al regresar en 1844, se dedicó a tareas rurales en las tierras que había adquirido cerca de Chascomús. Nació así el paraje Gándara.
El templo fue inaugurado el 26 de septiembre de 1938 y posteriormente se construyó el seminario anexo, bendecido en abril de 1940 como Colegio Apostólico San José a cargo de los Padres Agustinos Recoletos. En la ceremonia, que contó con la presencia del entonces Vicario General del Arzobispado de Buenos Aires, Monseñor Fortunato Devoto, se hizo entrega de las llaves.
“Los Padres Agustinos, seguidores de las enseñanzas de San Agustín, instalaron un Seminario Menor, filosofado, noviciado y teologado. También atendieron a huérfanos que comenzaron a arribar antes de la inauguración, en marzo de 1939, manteniéndose allí hasta 1954. El lugar quedó totalmente deshabitado en 1960″, se describe en documentos de la época.
La casa de líneas sobrias contaba con aulas, dormitorios, salas de lectura, cocina, patio de recreo, jardín y baños, todos espacios distribuidos en dos plantas. La capilla aún conserva gran parte de su ornamentación tradicional. En el altar hay imágenes de Cristo, dos filas de bancos de maderas se encuentran a ambos lados de un pasillo central, la pila bautismal está intacta y también los confesionarios.
Aunque el lugar está abandonado, aún conserva buena parte de los elementos que eran utilizados por los niños huérfanos o las personas que realizaban seminarios o retiros espirituales, y también los alumnos del colegio. Hay camas de elásticos en las habitaciones, sillas, muebles y baños intactos con imágenes de Cristo que aparecen en las paredes. “Gloria a Dios en el Cielo” se lee en un harapo tirado en el piso de uno de los dormitorios.
Las ruinas también se observan en los sectores del colegio que mantienen parte del mobiliario, los pizarrones pintados en las paredes y hasta un auditorio pequeño con escenario donde el techo de chapa se va desgajando, al igual que los pisos de madera podridos. El vandalismo parece haber acelerado la descomposición del lugar. Entre pasillos oscuros, solo iluminados por la poca luz del sol que ingresa, se ven restos de rituales, banderines de cumpleaños y mensajes como “las almas serán purgadas”.
Cierto hermetismo rodea la historia de la capilla y el colegio que fueron transferidos a la Diócesis de La Plata en 1974 hasta que se creó el Obispado de Chascomús. LA NACION se comunicó con el Obispado de Chascomús, pero al cierre de esta nota no había tenido respuestas.
“El gran costo que implicaba su mantención, sumado al estado ruinoso, pues su uso era temporario para la celebración de retiros y reuniones religiosas, hizo que se retiraran los ornamentos y elementos de la capilla”, cuentan en Chascomús personas ligadas a la historia del lugar. También dejan trascender que el Obispado “está siempre preocupado u ocupado en el uso del edificio y si bien hubo algunas propuestas, ninguna de ellas se pudo concretar; aunque se espera que pueda surgir un proyecto para rescatar el valor patrimonial del edificio”.
Abandono progresivo
El complejo religioso está ubicado cerca de la estación ferroviaria Gándara por donde pasan los trenes que unen Mar del Plata con Constitución y Alejandro Korn con Chascomús y a pocos metros de un almacén de ramos generales y repuestos de vehículos también abandonado. En el paraje casi todo está así, salvo una unidad de la Patrulla Rural y pocas casas donde habitan un puñado de personas que aún resisten en el lugar.
En Gándara se encuentra la fábrica láctea del mismo nombre que fue una de las más poderosas de la Argentina en los años 90, con una producción diaria de 136.000 litros de yogur y 42 toneladas de dulce de leche, entre otros productos. De esos años gloriosos solo queda la chatarra ruinosa de la fábrica que está cerrada, desguazándose poco a poco, y la fila de casitas frente al predio, donde vivían algunos de los empleados. Solo una está ocupada, habitada por Oscar Sueldía y su esposa, Stella Maris Gravano, un extrabajador de Gándara que es una suerte de custodio del lugar.
Las tierras donde se encuentra el paraje pertenecían al mencionado De la Gándara que, en 1823, compró varias hectáreas en las cercanías de la laguna Vitel donde comenzó a crecer el paraje. El terrateniente, antes de morir, traspasó las tierras a sus hijos que fueron cediéndolas para distintos usos y nació así la estación de tren, una escuela colonia, el monasterio, la fábrica láctea, almacenes de ramos generales, clubes y pulperías. El ocaso del paraje fue lento y agónico, al mismo ritmo que se aproximaba el tormentoso final de la fábrica, en noviembre de 2007.
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