La heroica conquista del último confín
El noruego Amundsen alcanzó, hace hoy 100 años, el Polo Sur; adelantó por 34 días al británico Scott, que murió en su dramático regreso
Eso que parecía la nada misma, una meseta helada, azotada por vientos infernales y de un blanco cegador, era para ellos todo, el fin supremo. Uno ganó la carrera, quizá la más dramática de la que tenga registro el género humano en los tiempos modernos; el otro perdió y dejó incluso la vida en el intento. Pero ambos pasaron a la inmortalidad como los primeros en llegar al Polo Sur. Su epopeya los transformó en héroes, hasta el fin de los tiempos.
Hace hoy exactamente 100 años, el noruego Roald Engebrecht Amundsen, al frente de un equipo de cinco hombres, logró la hazaña: llegó a los 90° de latitud Sur, el punto austral del eje geográfico de la Tierra. La presencia, hoy mismo, del primer ministro de Noruega, Jens Stoltenberg, y de una amplia comitiva de gobierno en el preciso lugar del hito situado a 9301 pies sobre el nivel del mar (unos 3000 metros), revela el significado de este triunfo histórico para la nación escandinava.
Pero habrá, a partir de ahora y hasta bien entrado el año próximo, conmemoraciones también en el Reino Unido. Es que el rival de Amundsen, Robert Falcon Scott, alcanzó el Polo, junto con cuatro expedicionarios, 34 días después, el 17 de enero de 1912.
La historia atesora ese momento: como un espectro, apareció ante los ojos del capitán de la marina británica una pequeña carpa en cuyo pináculo flameaba una pequeña bandera noruega: dentro, encontró dos cartas; una le anunciaba de la peor forma que había perdido: "Querido comandante Scott: como usted será probablemente el primero en llegar aquí después de nosotros, ¿puedo pedirle que envíe la carta adjunta al Rey Haakon VII de Noruega? Si los equipos que hemos dejado en la tienda pueden serle de alguna utilidad, no dude en llevárselos. Con mis mejores votos. Le deseo un feliz regreso. Sinceramente suyo. Roald Amundsen".
La derrota devastó a Scott, que escribió en su diario el más desgarrador registro de la infernal travesía de casi 1500 kilómetros a través del hielo: "Ha sucedido lo peor... se han esfumado todos nuestros sueños. ¡Dios Santo, éste es un lugar espantoso! Y ahora, volver a casa, haciendo un esfuerzo desesperado... me pregunto si lo conseguiremos".
Sólo un año después, una expedición de rescate liberaría los cuatro cadáveres de su prisión de hielo: el frío extremo, la extenuación fueron demasiado: les cobraron el más alto precio. Scott y los tres compañeros que le quedaban (su lugarteniente, Edgard Evans, cayó a una grieta y murió al inicio del fallido regreso) estaban dentro de sus bolsas de dormir, en una mísera carpa.
Aquélla fue una carrera por la gloria personal, en la época de las grandes conquistas, en un contexto en el que, con la fuerza del motor de vapor y la industrialización a ritmo de vértigo, las naciones competían por la conquista del mundo. Una carrera que, tras el paréntesis de las dos grandes guerras, tendría su correlato en la carrera entre Estados Unidos y la Unión Soviética por conquistar el espacio.
Fue, también, un desafío entre dos estilos: a Amundsen le interesaba la gloria del éxito. Su guía fue llegar, hollar ese punto nunca antes tocado por el hombre y regresar para contarlo. A Scott, además de la gloria personal, lo movilizaba un afán de conocimiento científico, según cuentan las crónicas de la época.
Por eso, y quizá por la forma en que atesoran la fatalidad de sus compatriotas, en la memoria colectiva del pueblo británico la de Scott fue, aun en su final trágico, una gesta triunfal, la demostración cabal del carácter humano. La lucha contra las formidables fuerzas de la naturaleza, los máximos desafíos y la incerteza de la propia fortaleza. Su sacrificio, el haber dado la vida por el ideal, elevó a este capitán de la Royal Navy y a sus cuatro acompañantes al sitial de héroes.
En aquellos primeros años del siglo XX, se daba por sentado que el Polo Sur "era" de los británicos. Los países nórdicos se afanaban en la exploración del círculo polar ártico. De hecho, Amundsen aspiraba a ser el primer hombre en llegar a la máxima latitud septentrional.
Pero el hecho de que los norteamericanos Robert Peary y Frederick Cook se atribuyeran, cada uno, semejante conquista, hicieron que Amundsen, en secreto, alterara radicalmente sus planes: usó el Fram, el barco que le había cedido el expedicionario Fridtjot Nansen, y el dinero que le había dado el gobierno noruego para llegar al Polo Norte, para, en secreto, poner rumbo al Sur.
Dos estilos
Así como a Amundsen y a Scott se les reconocían dos espíritus divergentes, igualmente diversas fueron sus estrategias para lograr el objetivo. Partiendo desde la isla de Ross, en la base de la península antártica, Scott esperaba repetir el camino del irlandés Ernest Shackleton, que en 1908 alcanzó los 88°, a sólo 160 kilómetros del Polo Sur. Amundsen también cruzaría la plataforma de hielo de Ross, pero desde la Bahía de las Ballenas.
Esa primera diferencia fue fundamental: Scott no lo sabía entonces, pero los expertos concuerdan hoy que la ruta elegida por el británico tiene una meteorología más desfavorable que la otra. Así, mientras, como refiere el noruego en su bitácora, gran parte de su travesía blanca "fue casi un paseo", la del capitán inglés se convirtió en una pesadilla, que, poco a poco, minó la resistencia de sus hombres y, finalmente, los abatió.
La segunda y vital diferencia fue metodológica. Amundsen, curtido expedicionario boreal, había capitalizado las dos temporadas que pasó con los esquimales inuit en el gélido norte canadiense. Eso, sumado a su consumado uso de los esquíes y a la ciega confianza en la fortaleza de los perros para tirar de los trineos le garantizaron una rápida travesía por los hielos, en la que llegó a hacer 50 kilómetros por jornada. Le tomó 99 días ir al Polo Sur y regresar a su base junto al mar de Ross.
Scott, en cambio, repitió el error de Schakleton y se valió de ponis manchurianos -que no paraban de resbalar en el hielo- y de trineos de motor que, avanzados en el terreno, se hundían en la nieve blanda y obligaban a los hombres a hacer esfuerzos ciclópeos para arrastrarlos.
"Moriremos como caballeros. Espero que esto demostrará que la capacidad de sacar fuerzas de flaqueza y de sufrir no ha desaparecido de nuestra raza. Si hubiésemos vivido, podría contar una historia de penalidades, resistencia y valor de mis compañeros, que habría conmovido el corazón de todos los ingleses. Estas apresuradas notas y nuestros cadáveres lo harán por mí", escribió, en su final.