Un niño se acerca a saludar con un abrazo y le devuelven un codo tímido. Una bisabuela de 98 años le hace upa a un bebé y cunde el pánico en una reunión familiar. Y en un asado de quince amigos al aire libre, sólo uno se siente incómodo y no se saca el barbijo. Piensa en no volver si vuelven a ser tantos.
La rutina de barbijo/alcohol en gel/distancia personal que impuso la pandemia-y que empezó a descongelarse desde noviembre con el pasaje al Distanciamiento Social, Preventivo y Obligatorio (DISPO)- reencontró a familiares, amigos y compañeros de trabajo que hoy mantienen diferentes ideas de la necesidad del cuidado contra el coronavirus. Algunos bajaron la guardia y apenas usan el barbijo donde se les exige y para lo mínimo indispensable. Los más responsables mantienen inalterada la buena conducta, no asisten a reuniones sociales y si lo hacen, mantienen todos los cuidados. Las fiestas y el regreso escalonado al trabajo presencial fueron escenario de conflictos e incomodidades. A diez meses de desatada la pandemia, dos cosmovisiones se enfrentan: ¿estamos ante la grieta del barbijo?
"La familia de mi marido casi no cree en el coronavirus", se lamenta Marina Fernández, madre de un niño de un año. "Al principio de la pandemia tenían pánico y estaban super encerrados como nosotros. Pero el miedo les duró un mes", explica. Pronto comenzaron las reuniones familiares a escondidas y los roces entre hermanos.
El conflicto más grande se dio en Navidad: unos días antes de que toda la familia viajara al campo, la suegra de Marina presentó síntomas de coronavirus. No llegó a hisoparse antes de viajar. "Nosotros nos íbamos a quedar a dormir allá. Dadas las circunstancias no lo hicimos, fuimos al campo pero nunca entramos a la casa", cuenta. Pasada la Navidad y en cuanto su suegra tuvo su test positivo de coronavirus, Mariana tuvo que insistir para que todo el resto de la familia que se había alojado en la casa de campo -unos 20- se realizaran el hisopado.
"Mis cuñadas dicen que todos nos vamos a contagiar, que es inevitable y no les importa realmente. De nuestro lado, tenemos conciencia de que no hay que saturar el sistema de salud y nos da miedo no saber cómo nos podría pegar a cada uno la enfermedad", explica Mariana. Su miedo más grande: que la internen y estar lejos de su hijo.
El festejo de Navidad también generó incomodidades en la familia Zucarella. "Habíamos acordado entre todos los hermanos que íbamos a hacer una cuarentena estricta de quince días antes del 24 de diciembre. Pero a último momento empezaron a preguntar si no se podían sumar algunos tíos y primos. Nos consultaban a nosotros que somos los que más nos cuidamos", explica Florencia, madre de tres. "Fue horrible que nos pongan en esa situación y quedar como un desalmado diciendo que no", se lamenta. Ella ve las historias de Instagram de sus familiares en todo tipo de reuniones con amigos y lo único que quiere es que la segunda ola no complique el regreso a clases de sus hijos.
"Yo no voy a acatar el toque de queda ni ninguna nueva medida del gobierno: van más de diez meses de pandemia y para lo único que sirvió el encierro fue para que se derrumbe aún más la economía", dice Pedro, que tiene 33 años, vive en Pacheco y prefiere no decir su apellido. Según explica, no se trata de estar a favor o en contra de las prohibiciones. "Me parece que en todo caso se necesita un plan más serio. ¿O el toque de queda lo ponen porque el virus contagia sólo de noche? Con recaudos y distanciamiento voy a continuar haciendo mi vida normal". Eso para él incluye ir a trabajar al centro, hacer asados con amigos y juntadas familiares en torno a la pileta.
Para Martín Wainstein, sociólogo, doctor en psicología y titular de la cátedra de Psicología Social de la UBA, frente a cualquier situación de exigencia las personas responden de acuerdo a sus rasgos de personalidad. "Podemos decir que hay dos grandes grupos: por un lado las personalidades más normativas, que son más respetuosas del otro, del orden y de las autoridades y por el otro las más anómicas, que tienden a rebelarse contra el orden social y tienen una tendencia a la transgresión", explica. "Por supuesto que todo esto depende mucho del contexto y de la cultura en la cual una persona participa. Hay sociedades como Israel o Alemania que probablemente sean más normativas que la nuestra", apunta.
Algo similar remarca Juan Eduardo Tesone, psiquiatra, psicoanalista y miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) "Acá toda medida precautoria es tomada como una medida represiva en vez de una de cuidado". Desde su punto de vista, es lógico que haya cierto desgaste de las medidas de precaución en un pueblo en donde el término no pasa nada está anclado en la cultura. "Luego ya depende de la personalidad previa de cada uno: están los que tienen más pulsión de vida y se cuidan y quienes tienen actitudes más destructivas consigo mismos y los demás". Para el especialista, es natural que surjan confrontaciones entre ambos paradigmas.
En el trabajo
Roxana -prefiere no revelar su apellido- trabaja en una multinacional de productos de cosmética. Cuando hace dos semanas volvió a trabajar presencialmente a la oficina se sorprendió de ver a colegas sin barbijo sentados en lugares comunes. "Les pedí que por favor se lo colocaran y se rieron y lo hicieron de mala gana. A los cinco minutos volví a pasar y ya no lo tenían puesto. Me terminé quejando en Recursos Humanos, donde me dijeron que ellos no podían obligar a la gente a usarlo y que en todo caso eso correspondía al personal de mantenimiento", cuenta. Su resolución: seguir trabajando desde casa hasta que las reglas de convivencia estén más claras.
Josefina Gascón vivió un momento tenso cuando entró a una reunión laboral en la productora en la que trabaja. Había tres personas sentadas: dos tenían barbijo y una no. "Me alejé de esa persona y me trató de exagerada cuando le expliqué que prefería mantener la distancia. Me dijo que no pasaba nada. Le conté que yo era persona de riesgo porque tengo diabetes y que no me parecía bien su actitud. Me replicó que estaba la ventana abierta y continuó toda la reunión así: éramos tres con barbijo y uno sin. Fue superincómodo", relata.
Desde el Departamento de Seguridad & Higiene de Adecco Argentina explican que es importante reforzar la concientización sobre las medidas preventivas en el ámbito laboral ante la opinión variada que tiene la población sobre el COVID-19. Y que, en líneas generales, se debe contemplar como principal medida preventiva el distanciamiento social, desde los dos metros hasta el máximo posible entre cada puesto de trabajo.
"Si a lo anterior se le suma un espacio cerrado pero con buena renovación de aire y se respeta una capacidad máxima de personas reducida durante el contexto actual, puede analizarse que el uso de tapabocas no sea obligatorio mientras se permanezca en el puesto de trabajo", detallan. El barbijo no debería dejar de usarse nunca en lugares que no se den esas condiciones o se atienda al público.
Lucila Nagel ya no sabe cómo decirle a una compañera de trabajo que en las áreas comunes también debe usar barbijo. "Le pareció adecuado comentar que no lo usa en ningún lado porque ya le molesta. Yo le dije que si estaba viniendo presencialmente nos podía exponer a todos los demás. Y ella me contestó que no podía contagiar a nadie porque ya había tenido coronavirus. ¡No entendió nada!", se queja. (Existe una muy baja posibilidad de reinfección).
Un problema similar tiene Romina Mazolla con sus padres, que acaban de recuperarse de una infección de coronavirus. "Ayer vino papá a buscar a mis hijas sin barbijo y le dije que si no se lo ponía no podían ir con él. Me trató de loca exagerada pero me tuvo que hacer caso. Él asume que tiene anticuerpos porque ya tuvo COVID y se cree inmortal, pero se tiene que cuidar igual", explica.
Al mismo tiempo, Romina discute con su hijo de veinte años para que reduzca sus juntadas con amigos. "Fue muy difícil hacerle entender que si iba a visitar a sus abuelos el 1 de enero, el 31 no podía ir a una fiesta con un montón de gente. A los chicos les cuesta un montón entender eso. Es un problema familiar grande, porque terminás discutiendo con los chicos y los adultos", explica.
Para Sergio Sinay, podemos tener opiniones y argumentos diferentes respecto del barbijo -él mismo tiene sus reparos pero lo usa como está indicado-, pero si queremos vivir en sociedad como seres racionales debemos entender que la vida en comunidad significa la aceptación de reglas, normas y leyes que nos limitan a todos.
"El historiador y economista italiano Carlo Cipolla escribió un libro breve y fundamental llamado Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Allí define al estúpido como alguien que no solo perjudica a los demás, sino que se daña a sí mismo (a diferencia del canalla, por ejemplo). No usar barbijo en nombre de la libertad, o porque yo estoy sano y no contagio, o porque no pasa nada o porque me arruga la cara y no me deja respirar, es siempre un ejemplo de estupidez. Muchos de quienes no lo usan se creen muy vivos o muy libres, pero solo son los mejores ejemplos de una sociedad con muy altos estándares de anomia y muy bajos estándares de responsabilidad. Así nos va, con o sin barbijo, con o sin pandemia, antes y después del coronavirus".
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