Coronavirus en la Argentina. Otra grieta: el enojo de los que cumplen la cuarentena frente a los que no
Esta semana, Rosario cumplió dos meses, igual que la cuarentena. Nació el 18 de marzo, dos días antes del inicio del aislamiento obligatorio, cuando ya muchos hospitales tenían protocolos por el coronavirus. "No pudo venir nadie, estuvimos mi marido y yo solos", lamenta Verónica, su mamá. Y aunque los abuelos viven a pocas cuadras, todavía no pudieron abrazar a su nieta. Para cuidarlos y cuidar al resto, explica Verónica, que tiene 36 años y trabaja en ventas: "Es difícil estar cerca y no verse, nosotros somos muy unidos. Al principio hablábamos por teléfono, ahora hacemos tres horas de Zoom, como si estuviéramos en una reunión familiar. Se está haciendo largo y pesado".
Por eso, la frustra notar que cada vez son más los que infringen la cuarentena."Hay gente que está organizando asados. Tengo una amiga que hace catering y la llaman para hacer comida para 15 personas. Uno trata de cumplir con la esperanza de que en algún momento la salud nos permita encontrarnos de vuelta. Si los otros no se cuidan, ¿con qué tranquilidad puedo salir con mis hijos a la calle?", se queja.
Frustración, impotencia, bronca. Son sentimientos que se repiten entre quienes siguen con el aislamiento mientras ven que otros –a veces familiares o amigos– ya tiraron la toalla. Los especialistas coinciden en que la cuarentena larga es antipática y advierten que se rompió el espíritu de unidad del principio. Entonces, prevalecen las respuestas individuales: hay quien se queda en casa por convicción o miedo y quien sale porque ya no siente que la amenaza sea tan grande. Los infectólogos insisten, sin embargo, en la importancia de sostener las restricciones, especialmente ahora, cuando la cifra de infectados crece más rápido.
"Nos cuesta la cuarentena porque pasó mucho tiempo y naturalmente se va despejando la sensación de peligro que nos indujo a aceptarla. El desgaste y la necesidad económica, vital, emocional y física de salir se van acrecentando", dice el psicólogo especialista en vínculos Miguel Espeche. "Un detalle importante es que no vemos al virus, no hay una percepción física de la amenaza. Entonces es entendible que se vaya haciendo más laxa la actitud, a lo cual contribuyen también algunos indicadores como la merma de controles", agrega.
"Cuando se siente cierto grado de seguridad y uno se empieza cansar, se tiende a incumplir–reconoce Eduardo López, infectólogo del comité que asesora al Gobierno–. Sabemos del enorme esfuerzo psicoafectivo y económico, pero la cuarentena y los testeos son los mecanismos que a nivel mundial sirvieron para parar esta pandemia. En la Argentina, la cuarentena prolongada logró disminuir la transmisión: hoy el número de casos es bajo y hay provincias que no tienen ninguno".
En cambio, en la Capital y el conurbano, especialmente en los barrios más vulnerables, la curva comienza a empinarse. Y López advierte: "No hay que hacer reuniones, el riesgo es muy alto: hay gente que transmite el virus y no se da cuenta porque tiene pocos o ningún síntoma. El ‘a mí no me va a pasar’ es un error de concepto y el resultado es el aumento de casos. El coronavirus es muy democrático, afecta a todas las edades, sexo y clases sociales por igual, pero cuando impacta en un adulto mayor siempre es grave".
Largo plazo
Tatiana tiene 21 años y es administrativa en un centro de salud en Morón, municipio bonaerense con una de las tasas más altas de contagiados: 34,5 por cada 100.000 habitantes. Vive con su hermano y sus padres, y por su trabajo sabe bien de qué se trata el virus. "Veo el caso de cerca, la gente está mal", dice. Aunque le cuesta, todos los días se esfuerza para cumplir las normas de seguridad: evita el transporte público, sale solo para compras esenciales, dejó de ver a su novio y a sus abuelos que solía visitar a diario.
Sabe que no todos hacen lo mismo: "Tengo una amiga que vive en la Capital y su novio, en Merlo. Ya se encontraron dos veces y suben historias a Instagram. Yo estoy en pareja hace ocho años y no veo a mi novio desde que empezó la cuarentena. Para cuidarnos a nosotros y cuidar a los demás". Hace un mes, Tatiana pasó su cumpleaños encerrada, mientras que una persona cercana festejó el suyo "como si fuera un cumpleaños normal", invitando a la casa a los amigos y a toda la familia. "Es feo ver cómo uno se sacrifica y los demás hacen lo que quieren –dice–. Al final, sigue pasando lo mismo: se sigue contagiando y falleciendo gente y a ellos no les importa".
A Juan, un joven artista de 32 años le pasa algo parecido, sobre todo cuando piensa en su trabajo. "Soy músico y actor, dos de las cosas que más van a tardar en reactivarse. Tengo colegas que están en la lona, es toda una actividad que se cae y es muy difícil de recomponer", cuenta. Por eso, vive como una afrenta personal que otros eludan las normas: "Yo respeto la cuarentena pensando en que cuanto mejor la hagamos, antes se va a terminar. Cuando veo gente que la quiebra, siento que su irresponsabilidad me está perjudicando. Entiendo que es importante la salud mental, visitar a la familia, pero hay una regulación de conciencia y hay gente que lo hace sistemáticamente".
Los especialistas reconocen que el aislamiento obligatorio trajo beneficios como contener al virus y preparar el sistema de salud. Pero es difícil de sostener a largo plazo. "Lo que se ve ahora no necesariamente es mala voluntad –reflexiona María Cecilia Bodon, coordinadora del Equipo de Psicoterapia y Asistencia en la Crisis y docente de la UBA–. Al principio estaba muy claro el sentido del esfuerzo y surgió una suerte de comunidad: todos contra Covid. Con el tiempo, aparecen sentimientos naturales como el cansancio y la irritabilidad y la gente empieza a romper los límites. Lo que antes era una comunidad sin fisuras, ahora es una especie de complicidad grupal".
Además, como la cuarentena funcionó, muchos dejaron de temer al virus y enfrentan otras amenazas, más individuales. Aunque paradójicamente sea el momento de mayor circulación viral. "Si lo que me causa mayor ansiedad es la desesperación de no ver a mis seres queridos, eso es lo que voy a intentar hacer; si la amenaza es el quiebre económico, entonces trabajo a escondidas. Para algunos cambiaron los focos del miedo: ambas son respuestas adaptativas que ante situaciones de intenso estrés utilizan para equilibrarse", explica la psicóloga.
Las redes sociales son una vidriera de la vida cotidiana. Hace dos meses, todos mostraban cómo organizaban el trabajo, aplaudían a los médicos desde el balcón o aplicaban los protocolos de limpieza. Hoy, cada vez más usuarios se animan a publicar, en privado o en público, fotos y videos de reuniones, asados o festejos. "Estoy reindignada. Yo acá, sola con mi perra, trato de salir lo menos posible y el otro día vi en el estado de WhatsApp de una compañera del gimnasio que se había reunido con toda la familia –cuenta Sabrina, una empleada administrativa de 35 años–. Me siento tonta cumpliendo con todo".
Espeche aporta una clave que puede ayudar frente a la angustia y la impotencia: recordar por qué respetamos las normas. "Muchas veces creemos que estamos en casa porque lo dice el Gobierno, cuando en realidad lo hacemos porque queremos cuidarnos o contribuir a la salud pública. Si uno lo ve así, no siente tanta envidia o enojo por el que circula, siendo que está expuesto al contagio. Creo que es la mejor manera de pensar la situación para no entrar en lo de ‘soy el único que cumple’", aconseja.
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