La Fragata Libertad exhibe su belleza en un puerto de Francia
BREST, Francia.– Cada vez que llega a un puerto provoca la misma emoción. "¡Es sublime! Parece un pájaro posado en el agua", exclama una ciudadana de Brest, que la observa desde el puente sobre el río Penfeld, a orillas del cual está amarrada desde la noche anterior.
Es como ella si lo supiera. Hierática e impasible, consciente de ser uno de los veleros más bellos del mundo, la Fragata Libertad se deja admirar, mecida por las aguas de esa desembocadura fluvial, a escasos metros de la rada del gran puerto francés, donde pasó la primera noche.
Ahora está inmóvil a los pies del imponente castillo de Brest, heredero de un castellum romano y testigo de 17 siglos de historia europea. En perfecta armonía, fragata y fortaleza consiguen transportar al visitante a un universo remoto, pletórico de aventuras épicas y glorias militares.
Acostumbrada a pasear su soberbia silueta por los mares del mundo, el célebre buque-escuela argentino está este año en tierra conocida. Esta no es, en efecto, la primera vez que provoca la admiración de los habitantes de Brest. Desde 1992 ha venido cinco veces a esta ciudad portuaria de 140.000 habitantes, recostada en el océano Atlántico. La última fue en 2016, para participar en las Fiestas Marítimas, cuando sus tres palos, sus 103 metros de eslora y sus 2.700m² de velamen hicieron morir de envidia —una vez más— al resto de los veleros de su categoría.
Viaje diferente
Este año, sin embargo, su estadía de seis días será diferente. Excepcionalmente, para este 48° viaje de instrucción la fragata no puede recibir al público durante su escala francesa. La decisión fue tomada por las autoridades de este país para prevenir todo riesgo de atentado terrorista.
Comandada por el capitán de navío Juan Carlos Romay, la Libertad dejó Buenos Aires el 17 de agosto para un periplo de cinco meses, que ya la llevó a Brasil, Portugal y Francia, y continuará con una escala sin desembarco en Boulogne-sur-Mer —para depositar una ofrenda en el monumento del general San Martín—, Amberes, Londres, Dublín, Boston, Miami, Barbados, nuevamente Brasil, Montevideo y regreso a Mar del Plata el 25 de enero.
A bordo de la Libertad, después de cuatro años de escuela naval, 47 futuros oficiales —entre ellos 9 mujeres—, así como diez alumnos de las escuelas de la marina mercante y fluvial, completan su formación calificada de "fundamental" por el comandante Romay y pasan sus últimos exámenes antes de escoger sus respectivos destinos. También viaja un grupo de oficiales extranjeros invitados.
En pleno siglo XXI, con el avance vertiginoso de la tecnología, en la era de los sistemas de armas dignos de la Guerra de las Estrellas, la elección de una fragata, botada en 1956 para perfeccionar los conocimientos profesionales de los futuros oficiales de marina podría parecer un anacronismo.
-A escasos 200 kilómetros de aquí, el Estado francés acaba de botar el Suffren, un nuevo submarino nuclear de última generación. ¿Para qué le sirve a estos futuros oficiales aprender a navegar en una fragata del siglo pasado?
-Justamente para eso: para aprender a navegar. El mar, el viento y las corrientes son idénticas para cualquier buque. Un marino tiene que conocer los elementos básicos de su profesión para ser capaz después de sentirse cómodo con la tecnología.
Esta es la primera y la única vez que Romay estará al frente de la fragata: "Este puesto es desempeñado un solo año por cada comandante", explica.
Hace algunas décadas, cuando todavía era cadete, hizo el mismo viaje, claro, en otras condiciones.
-¿Cuál es la diferencia entre ambos viajes?
-No mucha. Excepto por lo que yo hago aquí. Solo que ahora los cadetes son mucho más sensibles a la tecnología. Pero la ambición de todos y el objetivo es el mismo. En todo caso, para mí, es un inmenso honor.
-¿O sea que usted terminará siendo el héroe de estos jóvenes?
-O el verdugo (risas). De cualquier modo, esta experiencia será inolvidable para todos ellos.
Aparte de las horas de navegación, los cadetes continúan a bordo con su programa de estudios. El viaje anual agrega, sin embargo, la ambición de ponerlos directamente en contacto con países y culturas diferentes, y contribuir a que comprendan mejor la realidad mundial.
-Poco antes de llegar a cada puerto, los futuros oficiales tienen la obligación de hacer un intenso trabajo de estudio sobre el país que visitarán. En el caso de Francia, no solo trabajaron sobre su realidad económica, política y social, también hicieron hincapié en los lazos que tienen nuestros dos países.
-¿También se los hace trabajar en el terreno diplomático? ¿Se les enseña lo que se puede decir y lo que no?
-No en este caso. Nuestro viaje actual nos llevará a países amigos, donde no hay peligro de cometer errores de esa naturaleza.
Juan Carlos Romay parece, por su parte, un fino conocedor de los gestos diplomáticos. Al mando durante mucho tiempo del Durance, buque francés de reabastecimiento comprado por Argentina en 1999 y rebautizado Patagonia, el comandante de la Libertad puso especial esmero en destacar los lazos que unen a las fuerzas navales de ambos países durante al tradicional cóctel ofrecido en la fragata:
"Esos lazos son tan profundos que la mayoría de los oficiales argentinos ha servido en algún momento de su carrera a bordo de un buque de origen francés", aseguró, provocando el beneplácito de los oficiales de la marina francesa presentes a bordo.
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