La Feria Masticar sedujo a más de 150.000 personas que se acercaron a disfrutar de la comida
Hubo platos gourmet, alimentos asados y postres para todos los gustos; los chefs y los bartenders brindaron clases abiertas al público
"¿Por dónde empezamos? Hay muchas cosas para elegir", le preguntaba una niña a su abuelo ayer al mediodía, en Colegiales. Frente a ella, se desplegaban decenas de opciones culinarias. Desde el centro del predio donde se instaló la Feria Masticar salía humo de las parrillas. También había platos gourmet, bebidas y un sinfín de variedades de alimentos. Más de 150.000 personas asistieron a esta nueva edición, pero hubo una protagonista que se llevó todas las miradas: la comida.
Lautaro, Rodrigo y Pablo fueron de los primeros en ingresar en el predio. Los amigos recorrían cada vericueto del espacio El Dorrego y del terreno de la Universidad Católica Argentina (UCA). "Uf... no sabemos qué probar de todo lo que hay", dijeron entre risas a LA NACION. El objetivo era pasar el día degustando "de todo un poco". Ya habían almorzado porotos al escabeche y choripanes de molleja.
Como ocurriera en las cinco ediciones previas, el evento, organizado por la Asociación de Cocineros y Empresarios Argentinos Ligados a la Gastronomía Argentina (Acelga), convocó a una multitud. Se habían contabilizado 150.000 visitantes a las 17 y todavía faltaban algunas horas para terminar el día. Algunos, repetían el paseo; otros, se acercaron al lugar, intrigados.
Lucila Destéfani quería saber de qué se trataba la feria. Asistió con su pareja y sus dos hijos, aunque el mayor de los niños tenía algo muy en claro en su mente. La mujer se sonrió: "Tendré que buscar alguna hamburguesa para él".
Apoyados en un banco de madera, de esos extensos que se comparten con varias personas, los tres integrantes de la familia Maglié almorzaban entusiasmados. La única que podía hablar con LA NACION era Laura, la hija. Sus padres opinaban esporádicamente, cuando dejaban de masticar. "Es muy fresco todo y está muy bien organizado", alcanzó a decir el hombre, muy satisfecho.
De fondo, se escuchaba a una mujer que recomendaba qué hacer con las semillas al momento de cocinar. Se trataba de la chef Narda Lepes que, parada frente a un centenar de personas, daba una clase desde un escenario montado en un extremo de la feria. Durante los cuatros días que duró Masticar, los cocineros y bartenders más reconocidos de la Argentina dieron clases abiertas.
Marcia Cabani caminaba tranquila por la calle Zapiola, cerrada al tránsito para la ocasión. Disfrutaba del paseo y, al mismo tiempo, saboreaba una hamburguesa de hongos. "Me encanta. Puedo comer lo que no hago en mi casa", dijo sonriente. Había viajado junto con su familia desde la ciudad de Lincoln para probar otros sabores.
Cada uno de los más de 40 puestos gastronómicos ofrecía tres platos que costaban $ 60, $ 80 y $ 100, respectivamente. Dentro de la feria, las transacciones se abonaban con los "billetes Masticar" que se cambiaban en boleterías.
A diferencia de otros años, esta sexta edición contó con talleres de oficio más específicos, en el que los productores daban clase sobre su especialidad en un espacio que se asemejaba a un aula. Ayer al mediodía, por ejemplo, unas 50 personas, sentadas en pupitres, prestaban atención al representante de la cervecería Patagonia que explicaba cómo es el proceso para elaborar cerveza. Los adeptos a las bebidas alcohólicas también tuvieron su espacio. No faltaron las colas para obtener un chopp de cerveza fría, para catar algún vino o beber un trago.
El Ice Roll, un proyecto para preparar helados en rollos en el momento y sin conservantes, ganó el premio Potenciate Gastronómico, un concurso promovido por el gobierno porteño del que participaron 150 ideas de jóvenes de entre 15 y 29 años de todo el país.
Mercado
Pero la feria fue más que comida elaborada. Bajo el espacio techado del Dorrego se desarrolló el mercado con productos regionales provenientes de casi todo el país. Una mujer se detuvo unos instantes frente al stand de salames cordobeses. Mientras con una mano sostenía un plato de arroz con mariscos, con la otra picoteaba un fiambre que le daba para probar la vendedora. En cada puesto, los productores se explayaban sobre sus materias primas.
Juan Carlos opinó: "Es una buena idea para tener contacto con aquellos productos propios del interior". El hombre tomó su teléfono celular y se sacó una selfie...con el pote de dulce de leche salteño que acababa de comprar.
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