Antes de zarpar, Pedro "Toto" Ferrero, de 80 años, se sentó en la proa de su velero y se probó una remera blanca con inscripciones, el uniforme de la tripulación de El Cangrejo, uno de los 21 barcos que ayer partieron desde el Yacht Club Argentino (YCA), en Puerto Madero, para participar en la Regata Oceánica Buenos Aires-Río de Janeiro. En la parte de atrás de la remera lleva impreso un poema de amor al mar que él mismo le pidió a su hija Nuria, que diseñó el uniforme. Esta, creen, será su última regata.
Además de manejar el barco más antiguo y el único de madera, Toto Ferrero es el tripulante de mayor edad de la competencia, la más larga y exigente de las regatas argentinas. Pero hay otra cosa que distingue a este velero del resto de los que participan, y es que está compuesto por una familia de navegantes: en esta ocasión, Toto está acompañado por dos de sus tres hijos, que viajaron desde el exterior para participar con él y correr en su velero de la infancia.
Esta regata se hace cada tres años desde 1943. En su edición número 36, todas las embarcaciones que participan son argentinas. A pesar de que se estima que la duración de la regata será de entre 8 y 10 días, aún es incierto: el tiempo de viaje dependerá de los vientos, la meteorología y las tácticas que decida usar cada capitán. Al llegar a destino, los espera una fiesta: la conmemoración por el centenario del club que los recibe, el Iate Clube do Río de Janeiro.
"Mi viejo y yo ya habíamos corrido algunas de estas regatas, pero este año también vino Nuria [su hermana] porque posiblemente sea la última de papá", contó Jorge Ferrero, de 42 años. Él vive en Alemania, en donde, al igual que su padre y su abuelo, tiene una fábrica de velas náuticas. Es por eso que los Ferrero producen sus propias velas. Nuria también vino de lejos. Ella, de 39 años, vive en Costa Rica. "Nunca estamos todos juntos en la Argentina, y menos navegando. Por eso esta experiencia es tan emocionante para nosotros. Además, papá propuso la idea", contó. El barco tiene también otros cuatro tripulantes externos a la familia, que son amigos suyos del YCA.
"Esta es nuestra fuente de alimento", dijo Jorge riendo y pasando su mano entre unas tiras de salame que cuelgan en una pared de la cocina. A pocos metros, Nuria y Julia, otra tripulante, guardaban sus pertenencias en bolsas de consorcio y las colocaban en unos cajones de madera. El celular de Julia también está dentro de una bolsa. Arriba del velero todo corre riesgo de mojarse.
Según Jorge, lo más difícil de la regata no es la carrera en sí misma sino la preparación previa: él llegó al país hace dos semanas y trabajó más de 12 horas por día arreglando el barco para que esté en condiciones de zarpar. "Cada vez que preparo una regata digo «esto no lo hago nunca más»; en estos últimos días casi no dormí. Pero una vez que largás amarras, todos tus problemas se te olvidan, quedan en tierra", dijo.
"La gente siempre pregunta si no me siento apretada al estar tantos días en un barco –dijo Nuria, antes de zarpar–, pero yo siento todo lo contrario: salgo afuera y tengo alrededor la inmensidad del río".
Cuando ella era adolescente, su familia vivió dos años en El Cangrejo. Recuerda que el día de su fiesta de 15 salió del velero y fue al vestuario del club en donde tenían amarra. Ahí se bañó, se pintó y se puso su vestido de fiesta blanco. Luego fue directo al salón del club, en donde hizo el festejo. "Esos años no los cambio por nada –dijo–. Yo sé que mañana me despierto acá y tengo el amanecer sobre el agua. Compartir eso con la familia es lo más lindo de todo".
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