La familia que, por primera vez, tiene un árbol de Navidad
Tres mujeres que viven en situación de calle cuentan sus testimonios a LA NACION y narran cómo celebrarán las fiestas
Algunos chicos van a dejar su carta para Papá Noel en el "arbolito" que armaron en su casa para la Navidad; otros, van a un shopping a dejársela a algún hombre que posa, vestido de rojo y blanco, a los pies de un árbol gigante; y hay otros que ya no escriben, inmersos en la disyuntiva de si mantienen o no esa ilusión. Ese es el caso de Rue Morena, una niña de 4 años que pasa sus días sentada en un cartón, junto a su mamá y alguno de sus hermanos, a los pies del Farmacity de Avenida Cabildo, entre Sucre y La Pampa.
Es vísperas de Navidad y la avenida se llena de personas que caminan entre promociones y bolsas en busca de los regalos para dar cuando llegue la Nochebuena. Morena los mira ir y venir. No sabe si, este año, recibirá algún regalo, si ese Papá Noel que tanto mencionan se acordará de ella. Quizás ese sea el motivo por el que, admite, que no le gusta esa festividad aunque, pese al dolor, ríe y cuenta que le gusta tirar "cohetes" cuando alguien le da esa oportunidad.
Un árbol escondido que solo se enciende de noche
Su mamá, Sandra Vargas, tiene 40 años y dice que su recuerdo es que nació en la calle. Cada noche se acuesta en ese rincón de Cabildo, en medio de cartones, o a los pies de la iglesia La Redonda con sus hijos y Mario -su pareja- a quien conoció cuando tenía 13 años en Retiro. Cuando habla de él, sonríe y se le iluminan los ojos: "¿Qué hombre me va a cuidar así? ¿Cómo no voy a estar enamorada de él?".
"Mi marido -así lo llama ella aunque no están casados- sale a cartonear", cuenta y agrega que sus hijos más grandes lo acompañan a él y los más pequeños se quedan con ella. Están juntos desde que Sandra tenía 14 años y tienen 12 hijos, tres de los cuales murieron durante un embarazo en el que esperaban trillizos. "Lo más lindo que me pasó en la vida son mis hijos y lo que más disfruto es cuidarlos", dice. A ella la crió su mamá: "El mismo cariño que ella me daba, yo se los doy hoy a mis hijos".
Como cada año, para celebrar la Nochebuena van a comprar un asado hecho y una ensalada rusa y a las 00:00 va a pedir -como desde hace décadas- una casa. "Algún día voy a agradecer por tener un techo". Ese es su gran anhelo pero hoy sonríe porque, por primera vez, va a tener un árbol de Navidad. "Lo prendo a la noche porque lo tengo escondido para que no me lo roben". Ahora, espera poder conseguir algo para regalarles a sus hijos ese día y cuidar su ilusión.
Un sueño: recuperar su familia
Amalia María Martinez tiene 48 años y, después de vivir un tiempo en la calle, hace tres años consiguió mudarse a un hotel en Colegiales. Pero no tiene trabajo y, todos los días, sale a la calle a buscar un espacio con sombra para quedarse a pedir plata con dos carteles. "Señores con su ayuda puedo comer hoy, mañana Dios dirá", dice uno de los mensajes. En diálogo con LA NACION cuenta: "Me pasó eso de tener una casa y tenerme que ir por un puntero político. Vivía en 3 de Febrero y, en ese lugar, hay problemas de drogas y alcohol. Un puntero le ofreció a mi marido vender drogas y él le dijo que no".
"Mi esposo -Tomás Francisco- tiene antecedentes penales porque cuando era muy joven robaba. Se fue de su casa en Río Cuarto cuando tenía 14 años y estuvo, entrando y saliendo, de la cárcel por veinte años". Según señala, desde que están juntos -hace 17 años- él nunca más robó. "Es una persona extraordinaria, es mi compañero y me cuida mucho. Nunca lo tuve que ver preso o ir a buscarlo a la comisaría". Hoy intentan dejar ese pasado atrás y construir su futuro.
El 24 de diciembre lo van a pasar en el Hospital Tobar García junto a su hijo Tomás Antonio, que tiene 13 años, padece un retraso madurativo y está internado. "Yo luché por mi hijo y sigo peleándola. Estoy enamorada si no no hubiera arriesgado mi vida para tener un hijo porque tengo embarazos de alto riesgo".
También sufrió complicaciones durante los embarazos de los dos hijos que tuvo con su ex pareja: Ana Belén Gonzalez, que ahora tiene 17 años, y Cristian Emanuel -"chanchón", como ella le dice- que tiene 16. Hace muchos años que no los ve y, en 2012, cuando se reencontró con su hija en Once no le salieron las palabras: "Me emocioné tanto que se me cerró la garganta. No la veía hace 10 años, fue muy fuerte. Las ganas que tengo de verlos y abrazarlos... Uno por los hijos lucha hasta el final y tiene una fuerza sobrenatural".
Lo mismo le sucedió con su hijo, a quien vio un día en la Casa de Mendoza junto a su abuela: "No le pude hablar, se me paralizó el cuerpo". Habla de ellos y se le empañan los ojos. "Los tíos me los arrebataron porque yo me tuve que separar del papá por violencia familiar, no les daba de comer... Me hizo muchas cosas feas de las que me cuesta hablar porque volver a recordar todo es volver al pasado y a mi me costó mucho recuperar todo. Dios te cura las heridas pero las cicatrices quedan en el alma".
Dice que se enamoró de Tomás porque él le devolvió la risa después de que se alejó de ellos y cuenta que si brinda a las 00:00 agradecerá por la vida, por sus hijos y su pareja. "Mi sueño para el 2018 es tener a mis hijos conmigo, en una mesa grande donde estemos los 5. Que tengamos una casa y pueda llevarlos a conocer el mar. La Justicia del hombre es 'así nomás', pero la de Dios siempre llega. Si no creyera en él y me aferrara a él, no estaría viva. Él me sostiene día a día pero sus tiempos no son los mismos que los nuestros".
Una Navidad en soledad
Susana Suárez solía tener su casa pero, según cuenta a LA NACION, fue desalojada cuando tenía 44 años por conflictos familiares y dejó de trabajar después de una operación de vesícula en la que, según denuncia, hubo mala praxis. Su mirada es reflejo de los dolores que atravesó en la vida y periódicamente, como con un tic, gira su cabeza hacia la derecha y cierra los ojos.
Recuerda que en el pasado era muy enérgica y deportista y que se dedicó al canto. Pero ya no canta. Tampoco quiere que le tomen fotografías. "Lo que haga, lo quiero hacer bien", dice y agrega que el viento que corre por la noche en la calle afectó sus cuerdas vocales. "Hoy está en juego mi carrera porque soy joven todavía".
Cuando tenía 23 años interrumpió, con su ex pareja, un embarazo de casi dos meses. Y explica: "Conmigo está todo bien y todo tranquilo. Las cosas no venían bien y los médicos decían que no se podía continuar, tenía muchas hemorragias. Podría haber seguido pero ¡andá a saber!. Yo por mi lado hubiera seguido tranquilamente pero él no me acompañó".
Mientras se rasca porque sufrió una infección, dice que su familia está en el interior así que pasará esta Navidad sola y, tal como predice, no esperará la llegada de las 00:00 sino que se dormirá antes. "La voy a pasar con Dios porque su misericordia fue grande conmigo".
Susana saca un botella de Coca-Coca Light -a la que previamente, le agregó vino- y toma un poco. Dice que, cuando supere esta etapa y salga adelante, quiere retomar la música pero que hoy elije no hacerlo. Entonces se para dejarle el cartón a una mujer a quien describe, entre risas, como "la Valeria Lynch 2". Le deja el cartón y le pide un cigarrillo. Esa es su moneda de cambio.
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