La falacia de pensar: “A mis hijos no les puede pasar”
“No entiendo cómo le pudo pasar a mi hija”. “Mi hijo no era así: no lo vimos venir”. Son las frases que repiten, casi al unísono, padres y madres aterrorizados, confundidos, asustados.
Emergieron distintos de la pandemia. Son otros chicos. Cuando luchábamos entre Zooms de trabajo, el cuidado de nuestros padres, la organización de nuestros hogares o simplemente intentábamos sobrevivir en medio del tsunami de contagios, no vimos lo que pasaba detrás de esas puertas cerradas. Sin contacto personal con sus amigos (su “tribu”), sin la estructura de las clases, conectados permanentemente a las redes sociales y con horarios y sueño trastocados, su mundo cambió.
Antonia, de 14 años, llama a su madre al trabajo para confesarle, entre llantos de angustia, que se tragó un blíster de ibuprofeno. Catalina, de 13, llora todos los días a la hora de subirse al auto para ir al colegio, presa de un ataque de pánico. Agustín, de 11, nunca pudo volver a clases desde el fin de la virtualidad: en el colegio le permiten seguir por Zoom. María, de 15, tiene vigilancia permanente a la hora de sentarse a la mesa. No es la única: en su clase, cinco compañeras desarrollaron trastornos alimentarios.
Los nombres son todos ficticios: los casos, trágicamente, reales. Son apenas algunos de los protagonistas de esta demoledora pandemia detrás de la pandemia, una que todavía sigue oculta bajo un manto de secretismo y, por qué no, estigma: la gran crisis de salud mental de los jóvenes.
A fines del año pasado, en un inusual mensaje, la máxima autoridad de salud de Estados Unidos alertó sobre la “devastadora crisis mental de los adolescentes”. Hospitales y asociaciones médicas reclaman declarar una emergencia nacional para atacar lo que creen es apenas la punta del iceberg, y una hipoteca para el futuro. Los números son desgarradores: el porcentaje de adolescentes que dice tener “sentimientos persistentes de tristeza o desesperanza” creció de 26% en 2009 a 44% en la actualidad. Y el suicido se ha convertido en la segunda causa de muerte entre los jóvenes en la última década: se disparó 40%, mientras que las visitas a urgencias por autolesiones se incrementaron más de 80%.
En Gran Bretaña, las autoridades sanitarias afirman que el Covid-19 fue la mayor amenaza a la salud mental desde la Segunda Guerra Mundial, y alertan que su impacto se sentirá durante varios años más.
En España, según una investigación del diario El País, en los últimos dos años se han recetado más del doble de psicofármacos que antes de la pandemia, fundamentalmente ansiolíticos, antidepresivos e inductores de sueño.
Estados Unidos, Gran Bretaña, España, Brasil, la Argentina. La situación es igual en todo el mundo, y cruza todos los estratos sociales.
“Embarazo adolescente, tabaquismo, accidentes por manejar bajo la influencia del alcohol. Hace algunas décadas, esos eran los mayores riesgos que enfrentaban los jóvenes”, afirmó en una nota reciente de tapa el diario The New York Times. “Esto se ha modificado: ahora, la ansiedad, la depresión, el suicidio y las autolesiones son las problemáticas que se han disparado”. Demasiado parecido a lo que relatan los especialistas en la Argentina.
Un flagelo silenciado
Marita Arrobas es pediatra desde hace más de 20 años. “Es tremendo. Nunca en toda mi carrera había atendido a tantos chicos con depresión, ataques de pánico o trastornos de alimentación”, describe. Y en los más chicos también hay una luz de alerta: “Son los adolescentes, pero también los más chicos. Llama mucho la atención la cantidad de pacientes que vemos con retraso de lenguaje y de control de esfínteres”, alerta.
Poner el foco en este gran flagelo, que en muchos casos sigue oculto, casi tabú, es el objetivo de esta nueva serie de LA NACION, “¿Sabés qué pasa por la cabeza de tu hijo?”.
Es un viaje al interior de las cabezas de estos chicos, de sus padres, de los profesionales que están lidiando como nunca antes con una crisis de salud mental.
Se trata de escuchar las voces de los protagonistas, entender la magnitud de la crisis y compartir guías de ayuda. Incluye desde un diagnóstico desgarrador de esta nueva epidemia, pasando por el aumento en la cantidad de chicos medicados hasta el aluvión de trabajo que desborda a los profesionales de la salud. Y abarca también a los otros actores y testigos de este fenómeno, que también están ante un desafío sin precedente: las autoridades educativas y los profesores. Porque el retraso educativo es, sin duda, una hipoteca para el futuro de un país. Pero los chicos deprimidos o angustiados no pueden aprender. La otra cara de la moneda.
Es verdad que los problemas de salud mental venían creciendo en las últimas décadas, pero la pandemia sirvió de catalizador, le echó nafta a esta realidad cambiante de los adolescentes.
Sacarlo a la luz es nuestro gran desafío. Lo saben los chicos, las familias, los especialistas y los colegios. Nuestros chicos no están bien. Y a todos nos puede pasar.
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