Magalí sabía poco y nada sobre el virus de la inmunodeficiencia humana, pero siempre quiso ser madre y tenía ganas de adoptar. Cuando llegó el momento, no lo dudó ni un segundo y acogió a Sofía, una nena de 10 años con el virus. Sus vidas cambiaron para siempre.
En su página de Facebook “Adopción Positiva - niñxs HIV+”, Magalí relata el día a día con su hija con la idea de desterrar preconceptos y “facilitar la decisión de otras personas de adoptar a chicos” en esta situación. “¿Qué sucede si adoptás a una niña con VIH? Todo y nada”, dijo en uno de sus posteos.
“Toda la vida tuve la fantasía de adoptar, pero en la adolescencia se me empezó a plantear como algo posible”, contó a LA NACIÓN Magalí. Ella empezó los trámites a los 20 pero, con la actual legislación, una persona tiene que estar casada al menos hace 5 años o, si quiere adoptar siendo soltera, es necesario tener más de 30 años.
Cuando alcanzó la edad requerida, empezó la búsqueda. Después pasaron 8 meses de trámites, estudios clínicos y reuniones con psicólogos que iban a determinar si estaba “apta para ser madre”. “La instancia más fea que tuve que pasar en todas las entrevistas fue la pregunta sobre qué niño estaría dispuesta a adoptar. Fue incómodo”, recordó Magalí. Pero ella sabe que en esa entrevista el destino la acercó a Sofía.
Mientras ella sentía que elegía un “niño por catálogo”, el psicólogo le preguntó si estaba dispuesta a adoptar a un chico con VIH. “Me imagino que para mucha gente sería considerado como una enfermedad grave, pero para mí era un niño sano”, dijo Magalí en ese momento.
“[El psicólogo] me especificó que el formulario incluía los conceptos "sano", "enfermedades leves" y "enfermedades graves". Sin saber por qué lo dije por primera vez: claro... ¿y qué es una patología grave? Porque, por ejemplo, para mi el VIH no lo es. Hablé como si supiera. Lo dije sin dudar. Esa fue la primera vez que pronuncié esas letras hache, i, ve. Las letras que me acercaron cinco mil millones de pasos a MI hija”, escribió en uno de sus posteos.
Durante abril de 2015, le dieron el sí definitivo. Ahora quedaba esperar. Pero no fue tan larga: 9 días después del alta, recibió el llamado que pensó iba a tardar años. Era una trabajadora social que le preguntó lo que para ella seguía siendo obvio: “¿Todavía tenés el deseo de ser mamá?”. Magalí no tardó en responder. “¿Y si tiene VIH?”, preguntó de nuevo la trabajadora. “Le dije que no tenía problema, en ese momento creía saber qué era el VIH pero me di cuenta de que no sabía tanto”.
Tres días después, conoció a su hija. Ese día, una jueza y una trabajadora social le preguntaron sobre su vida. Ella no sabía lo que le esperaría. En sus requisitos de adopción, ella había aceptado acoger hasta dos niños entre 4 y 8 años. La hicieron esperar 5 minutos, que para Magalí se convirtieron en 10 horas. “Hay una nena que está buscando una familia”, le dijeron.
Le contaron la historia de Sofía y por qué estaba en condición de adoptabilidad. “Nosotras les decimos ‘sus padres primeros’. Ellos no murieron ni la abandonaron, pero no supieron cuidarla, su padre por maltrato y su madre, por omisión”, contó Magalí. La jueza la mandó a llevar un papel al hogar donde vivía Sofía pero le advirtió: “Hoy no la vas a conocer”.
Cuando llegó al hogar, la recibió la directora. “Los chicos ya están por venir del colegio, ¿la querés conocer?”, le preguntó y le mostró una foto. Ahí supo que Sofía era tímida, callada, perfil bajo, pero que le gustaba bailar y cantar. Cuando llegó, le preguntaron si quería conocer a la que sería su mamá.
El encuentro se hizo en la oficina de la directora en el hogar. Les sirvieron un pollo con arroz que ninguna pudo probar. Sofía casi no hablaba hasta que le contó que ese día tenía que leer por el acto del 9 de julio. “Se me puso a recitar como 5 veces lo que iba a decir”, se rio Magalí. Fue amor a primera visita. El día siguiente la volvió a ver y después todos los fines de semana le permitieron visitarla por 3 horas.
Después pasó lo que pasa en todo proceso de adopción. Durante tres meses, Magalí la fue a visitar. Los fines de semana pasaban doce horas juntas pero todavía no podía ir a su casa. “Fue feo porque una se siente madre desde el minuto 1, en el momento la pasé muy mal, no dejaban que viera a nadie de mi círculo de gente hasta que no tuviera la licencia de adopción”, contó la madre.
Pero en octubre, después de ese proceso cansador, todo cambió. “No recuerdo cómo era la vida antes de ella, está tan incorporado que somos una familia que no recuerdo cómo hacia las cosas”, contó Magalí.
Pasaron dos años desde el el día en que se encontraron y una de las primeras cuestiones que la nueva mamá tuvo que aprender fue cómo manejar el tratamiento del VIH. La experiencia de Magalí con el virus había sido escasa, a pesar de que no tenía prejuicios.
“Creeme: no pasa nada. Tenés que ir al médico, sí. Una vez cada tres o cuatro meses. ¿Medicación? Todos los días, pero si entendés que eso mantiene sano a tu hijo, hasta se las das con alegría. Lo demás, como cualquier niño: llevarlo a la escuela, jugar en la plaza, dormirlo con un cuento, reirte hasta las lágrimas, recibir el primer "te amo" en su voz, enojarte con sus travesuras, animarlo si no se anima, consolarlo si se apena. NO PASA NADA”, relató en uno de sus posteos.
“El tratamiento es mucho menos complejo de lo que imaginaba que requería”, contó la madre. Ellas van una vez cada tres meses al infectólogo, para un seguimiento. Al ser una condición crónica, Sofía toma una pastilla por la mañana y otra a la noche, y lo va a hacer por el resto de su vida, o hasta que la ciencia descubra nuevos tratamientos.
Ella estaba acostumbrada a tomar sus pastillas. Si bien sus padres “primeros” no lograban sostener el tratamiento, en los dos años que estuvo en el hogar, su carga viral se volvió indetectable, es decir, su virus no se podía transmitir. Magalí y Sofía siguieron las recomendaciones de su infectólogo al pie de la letra, pero la madre tuvo que aprender todo sobre el VIH durante la marcha.
Sofía no tenía contacto con otros chicos con VIH. Tampoco sabía tomar sus pastillas adelante de nadie: en el hogar la llevaban a un cuarto aparte para que las tomara. “Le quedó incorporada esa práctica, le daba vergüenza, pero hace poco tomó sus pastillas por primera vez en el aula”, contó Magalí.
Para Sofía, seguir su tratamiento era una obligación pesada, casi sin sentido. La primera vez que Magalí le habló de sus remedios, ella refunfuñó. “Le expliqué que eran pastillas ‘maravillosas’, que las tenía que tomar toda la vida para poder llevar una vida sana. Ahora antes de tomarlas les damos besitos a las pastillas y les decimos ‘gracias, pastillas milagrosas’”, dijo Magalí.
La única vez que una compañera del colegio le preguntó por sus remedios, Sofía fue muy concisa. “Tengo VIH”, le dijo y la conversación quedó ahí. Para su madre, “hay un estigma de que el virus lo tienen los adictos, los homosexuales, los trabajadores sexuales, pero los niños no tienen esa noción”.
Ella conoce el prejuicio. “Las primeras veces que pedí la medicación, me trataron con un nivel de desprecio y maltrato increíbles. Pasé de la mirada de mala madre a ser Teresa de Calcuta cuando se enteraban de que era adoptada”, dijo Magalí. Le pasa seguido con los médicos. Una vez fueron al oftalmólogo y, a la mitad de la consulta, la mamá le contó de la situación de Sofía y el hombre la retó. “Mi hija el día de mañana va a ser grande y nadie le va a preguntar cómo se contagió pero el prejuicio va a operar solo, el tema social es el más complejo de atacar a la hora de hablar de VIH”.
En un posteo de su página en septiembre de 2017, la mamá de Sofía relató una conversación que tuvo con su hija sobre los prejuicios que podría enfrentar más adelante. "Yo le digo que para mí lo más fácil es que todos sepan, que eso evita comentarios a sus espaldas, tener que dar explicaciones, o preguntas incómodas. Le digo que de todos modos cuando crezca podrá decidir ella a quién decirle y a quién no, cómo, cuándo. Ella sonríe y dice: no sé qué pensaré de más grande, ahora creo que tenés razón, mejor que sepan todo, si no pasa nada".
* Los nombres de Magalí y Sofía fueron cambiados para preservar su identidad.
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