"La escuela necesita un espacio para que los alumnos puedan dejar a sus bebés"
Allá por 1991, Vanesa Cavaliere arribaba a la escuela porteña de Comercio Nº 25 Santiago de Liniers, turno vespertino, como profesora del taller de estética plástica. Sería suplente durante algún tiempo hasta quedar a cargo. Le entusiasmaba involucrar a los alumnos en las actividades manuales, pero la realidad le mostró otra cara. En el curso solía encontrarse con bebés, chicos pequeños y mamaderas: eran los hijos de sus alumnos que no tenían otro lugar donde dejarlos mientras estudiaban. La docente comenzó entonces una extensa cruzada que hoy sigue adelante pese a que ya está cumpliendo funciones en otro ámbito.
El objetivo de Cavaliere, hoy de 49 años, fue claro desde un principio: "Tenemos que proteger a estos alumnos, muchos en condiciones de vulnerabilidad y adolescentes, para que no abandonen la escuela". A medida que transcurren los años la escena suele ser la misma: entre 25 y 40 estudiantes madres y padres, la mayoría menores de 20 años, se acercan a cursar con sus hijos. Por eso el pedido sigue más vigente que nunca, sobre todo cuando las cifras de salud pública son contundentes: cada año, nacen más de 100.000 bebes de madres de entre 15 y 19 años.
De su carpeta verde de plástico, Cavaliere saca toda clase de notas dirigidas a distintos funcionarios de la ciudad y entidades para pedir por ese lugar especial. La primera de ellas data de 2005, cuando parte de la matrícula de las tres instituciones que funcionan en el mismo inmueble de la avenida Corrientes 4261 fue mudada, de manera provisoria, a otro edificio para avanzar con una refacción. "Llamamos a un escribano para que constatara las malas condiciones del nuevo inmueble y ese informe lo presenté ante el asesor Gustavo Moreno. Le mencioné también que ese lugar no estaba preparado para alojar a los bebés", recuerda la docente.
Cavaliere no perdía las esperanzas de que el tradicional inmueble de la avenida Corrientes contara con una sala maternal para cuando fuera entregado con sus remodelaciones, sin embargo no fue como lo esperaba. "A fines de enero de 2011 nos dieron el edificio que no solo tenía algunas falencias, sino que tampoco contaba con un aula maternal asignada para los alumnos del turno vespertino". No lo dudó y volvió a insistir, esta vez con un escrito presentado ante la Asesoría Tutelar N°1. Ese año, y según el texto que lee en voz alta, el Comercial N° 25 tenía 36 alumnas madres.
En el inmueble de la avenida Corrientes comenzó a funcionar un jardín por la mañana (luego se sumaría uno para el turno tarde) para la escuela Normal N° 7, pero no así para el Comercial en el que, para ese entonces, Cavaliere ejercía el cargo de secretaria suplente.
Pedidos reiterados
Una vez más, la mujer, que quiere "estar en la lista de quiénes sí hacen cosas", se dirigió a las autoridades. "Contamos en el edificio con un hermoso jardín maternal. ¿Se podrá habilitar en nuestro turno? [...] para que nuestras alumnas madres puedan permanecer tranquilas mientras estudian y no deban abandonar porque no tienen un lugar digno donde dejar a sus hijos mientras están en la escuela", escribió en una carta dirigida a quien era en ese momento el ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich.
"No es tan difícil. No hay que construir un aula porque ya está ese espacio. Solo hay que abrirlo en el horario vespertino", reflexiona la docente mientras busca incansablemente más cartas entre decenas de trámites iniciados. Algunas fueron enviadas por correo electrónico a la actual titular del ministerio de Educación, Soledad Acuña; otras son copias de textos entregados en mano al propio jefe de gobierno porteño.
Aunque el Comercial N° 25 está en el barrio de Almagro, Cavaliere se acercó a reuniones vecinales organizadas por Horacio Rodríguez Larreta tanto en Belgrano como en Caballito para insistir con el jardín maternal para su secundario. "Llevo más de 20 años intentando que se cree ese espacio", se lee en un mail dirigido a Acuña hace dos años. Aunque la docente está cumpliendo funciones administrativas en otra dependencia, no pierde de vista el objetivo. "No me quiero jubilar sin ver esa salita activa", dice, convencida.
Cavaliere era niña y ya sabía que quería dedicarse a la docencia. "Apilaba muñecas y jugaba a enseñarles". Una maestra de manualidades fue quien le transmitió la vocación por ese área en particular. Pero su amor por la profesión la llevó aún más lejos, aunque tuviera que ocuparse de temas que no eran afines a su función. "Esta salita reduciría un posible factor de abandono entre los adolescentes que son madres y padres", resalta la entusiasta maestra.
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