En las seis décadas que pasaron desde los fusilamientos en el basural de José León Suárez, que Rodolfo Walsh reconstruyó en Operación Masacre, la esquina fue testigo olvidado de la historia: primero como baldío y después como plaza descolorida que se sumaba al paisaje de fábricas cerradas.
Pero, desde hace unos meses, se transformó: hoy un césped verde, prolijo como una alfombra, cubre el predio y da paso a un edificio moderno, de grandes bloques de cemento y amplios ventanales. Sobre la entrada, un cartel lleva la imagen de una bailarina, que flota en el aire sosteniendo una tela y mira a lo alto. Se trata de Marianela Núñez, primera figura del Royal Ballet de Londres.
Su presencia no es casual. En ese edificio hoy funciona la primera escuela pública de danza del municipio y Marianela es uno de los referentes de la zona. Vivió en San Martín hasta los 14 años. Según cuentan, empezó a bailar en el garaje de la casa de una vecina. Luego pasó por el Colón y, finalmente, migró para seguir con su carrera en Europa. Su apego al barrio es fuerte. Desde hace cinco temporadas, hace galas solidarias benéficas: acerca un espectáculo de danza clásica de primer nivel a un público que no suele ser destinatario de este arte. Y que, sin embargo, respondió por encima de cualquier expectativa (o prejuicio). Hoy, la escuela cuenta con 1.228 alumnos.
"El arte cura mucho, uno puede aprender y ser contenido. Que todo el mundo tenga acceso a esto, es maravilloso. Espero poder volver año tras año y encontrarme con generaciones de niños que puedan seguir lo que aman", dijo Marianela el día de la inauguración en agosto pasado.
Paso a paso
Antes de que arranque la clase, algunos padres se amontonan en la entrada y esperan la señal para que los chicos suban la escalera rumbo al aula. Una mujer mayor y un adolescente se suman al grupo. "Tengo un nieto que hace clásico", dice ella y sonríe. Después se presenta como Lourdes Saracho, dice que vive en Barrio Libertador y sigue, de un tirón: "Estuvimos esperando mucho tiempo la escuela. Si hubiese podido arrancar de más chiquito lo hubiese hecho. Pero en ese momento teníamos problemas de vivienda. Tuvimos una vida muy sufrida. Él, desgraciadamente, ni siquiera conoció a su papá y como nunca encajó con el padrastro, se vino a vivir conmigo". De golpe dan la orden. El joven abraza a su abuela y camina detrás de la fila de alumnos. Ella lo ve alejarse, sostiene la mano en alto, sin dejar de saludarlo. "Uno trata de proyectarse en cosas para los chicos. Sacarlos de la calle. Yo trabajo en el Fleming, un hospitalito de acá cerca. Recibo a pibes con todas clases de problemas. Algunos hasta intentan suicidarse. Otros son adictos. Normalmente vienen pidiendo ayuda. A veces, el deseo de ellos está, pero no hay dónde canalizarlo. Por suerte –hace una pausa y se sienta en una de las banquetas de madera– a mi nieto le gusta la danza. Baila en cualquier lado. No interesa quién esté. Lo importante es que pueda sacar lo que tiene adentro".
La profesora da indicaciones. Chicos y chicas se paran frente al espejo, descalzos. Uno al lado del otro. Short de fútbol, calzas, pantalones norteños, medias de distintos colores. Respiran y levantan los brazos, los dejan abiertos de par en par. Las caras se concentran y los cuerpos se suspenden, un instante, antes de liberarse con el movimiento.
"¿Por qué de pronto hay tanta energía volcada a la danza clásica?", se pregunta de manera retórica Adriana Stork, la directora de la escuela, y ensaya una respuesta: "Creo que este auge se produce por un efecto contagio y la necesidad de poder expresar con el cuerpo un hecho artístico. El ballet te disciplina, te fija metas claras, te responsabiliza un montón y se convirtió en un espacio de contención muy grande: los padres se involucran y la danza se convierte en la excusa para una transformación social".
Para chicas, chicos y chiques
"Arrancamos bailando danza hebrea en la iglesia. Ahí nos enseñaron que cada paso tiene un significado y va dedicado a Dios. Después, participamos en varias competencias, donde conocimos el jazz y el contemporáneo", cuenta Brian, de 16 años, del barrio Martín Fierro. A su lado, su hermano Catriel, tres años menor, asiente con la cabeza. "Mi mejor amigo, que vive enfrente de mi casa, salió mejor bailarín juvenil-adulto. Íbamos juntos a una escuela de danza hasta que aumentaron mucho la cuota y nosotros ya no la pudimos pagar. Ahora surgió esta oportunidad y vine acá como un refuerzo, para complementar lo que ya vengo aprendiendo". Brian gesticula sin parar, moviendo su cuerpo robusto y macizo al compás de las palabras. Catriel permanece mudo. "Yo antes era rehomofóbico, pensaba que todos los bailarines eran trolos. Hasta que me empezó a gustar la danza. De hecho, te soy sincero, empecé para levantarme una piba. Por eso, no me importa que me bardeen. Me di cuenta de que es uno de los pocos lugares donde puedo largar toda la mierda y olvidarme del mundo. Acá hago más caso que en el colegio. Incluso cuando me corrigen, porque siento que me están prestando atención, para que las cosas me salgan mejor".
Brian se toma un respiro. El corredor se llena de niñas vestidas con tutú, de sus voces que se amplifican y tapan los sonidos. Después de un rato vuelve la calma. Entonces, por primera vez, Catriel se atreve a hablar: "La danza nos dio amigos. Y, a nosotros dos, nos hizo más hermanos que antes".
La música se va apagando. Los cuerpos dejan de dibujar figuras en el aire. Vuelven a su forma adolescente, a la estructura de cordón del conurbano. Afuera el día está pesado. Las nubes se amontonan anunciando la tormenta. Los chicos juntan sus bolsos. Se hacen bromas. La profe los saluda con un beso. Cruzan el parque y regresan a la vida. Al barrio y sus excesos, a la falta de laburo, al gris del asfalto.
Entonces Mariel Barba, la profesora, mira partir a sus alumnos desde la ventana y dice: "Todos traemos la necesidad de movimiento, es algo más fuerte que nosotros, no se razona". Y sigue, como si pensara en voz alta: "Este espacio quizás a muchos de los chicos los rescató de situaciones violentas, del maltrato, de la calle. Este es un momento, un horario o un lugar donde ellos pueden ser felices. Estoy contenta de poder aportarles valores, conocimientos en algo que están buscando. Porque, de cierta forma, también me remonto a mi infancia y los años de danza, y los recuerdo como los mejores".
CLASES GRATUITAS
Además de danza, en la escuela municipal también se dictan clases de música y de circo para todas las edades. Son gratuitas y la preinscripción online de alumnos nuevos será los días 6, 7 y 8 de marzo a través del sitio del municipio
Para más info:
Teléfono 4589-8835
Facebook: @escueladedanzas.sm
Mail: danzamusicaycirco@sanmartin.gov.ar