La historia de este paraje, para muchos el más aislado del país, se remonta a 1933 cuando el español José Fernández llegó con su esposa ranquelina, Aurora Cerna
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OCTAVIO PICO.– “No tenemos nada que ver con el Presidente ni con la vice”, advierte Silvana Fernández, presidente de la Comisión de Fomento del pueblo Octavio Pico, en el vértice noreste de Neuquén, donde el 70% de los 300 habitantes llevan con orgullo el mismo apellido. “Somos el pueblo de los Fernández”, dice. Calles, plaza, bulevares y monolitos también lo llevan. Una particularidad vuelve a este pueblo aún más original: en una parte de su trazado se unen las provincias de La Pampa, Río Negro, Mendoza y Neuquén. “Solo tres pueblos en el mundo son cuatripartitos”, cuenta Fernández.
“Lo que pasa es que los Fernández tienen muchos hijos y casi todos varones”, explica Silvana. Casi toda la formación del club de fútbol del pueblo son Fernández. De los 24 empleados de la Comisión de Fomento, gran parte de ellos comparten el mismo origen y, cuando un vecino llama a un Fernández, todos los que están en ese momento en la vereda, se dan vuelta, sintiéndose señalados. “Todos hemos tenido por lo menos diez hijos”, afirma Antonio Fernández, hijo del fundador del pueblo, don José Fernández, un español que vino a nuestro país buscando un nuevo horizonte donde crear su destino.
La historia de este pueblo, para muchos el más aislado del país, se remonta a 1933 cuando aquel llegó con su esposa Aurora Cerna, una ranquelina a la que había conocido en Malargüe. Desde allí comenzaron a buscar un lugar para poder asentarse y, caminando por el sur, se ganaron la vida haciendo jagüeles. José era rabdomante y en esa época su arte era un recurso muy buscado en estas irredentas y baldías tierras. Llegaron hasta la colonia Catriel, en Río Negro, y el juez de Paz le dijo al español –que durante el viaje ya había tenido cuatro hijos (todos varones)– que podría asentarse en las tierras donde hoy se encuentra el pueblo. José Fernández hizo una epopeya.
“Cuando llegó no había nada”, sentencia Silvana. El río Colorado, que pasa a un kilómetro del pueblo, fue una buena señal. Con una pala, una carretilla, un arado y un burro, don Fernández hizo un sistema de riego que aún perdura. “Había prometido a su esposa que haría un vergel en esta tierra”, agrega. Y lo logró. La ranquelina se hacía cargo de los animales: domaba caballos, y mantenía a raya a las chivas y ovejas. Llegaron a tener mucha hacienda, pero la aparición del petróleo cambió la realidad. El subsuelo de Octavio Pico forma parte de Vaca Muerta; en los comienzos de la exploración, YPF dejaba piletones con crudo donde se caían las ovejas. “Llegaban a perder hasta 200 ovejas empetroladas”, recuerda Cecilia Miano en su libro sobre la historia del lugar.
Recién en 1973 el pueblo se fundó oficialmente. Hasta esa fecha fue territorio de los Fernández, la familia creció y todos los hijos varones tuvieron a su vez una prolífica descendencia; en cada uno de ellos se repitió la secuencia genética que favoreció a este sexo sobre el femenino. “Además, no perdemos tiempo los Fernández”, bromea Antonio. Sobre el pueblo pasa el llamado Meridiano X, que fue motivo de una disputa territorial entre Neuquén y Río Negro. Esta línea se trazó en 1883 y, con las mejoras en equipos de mediciones, la segunda reclamó que debía moverse 12 kilómetros al oeste, incluyendo a Octavio Pico. En 1969, bajo el gobierno del general Onganía, se falló a favor de Neuquén, aunque Río Negro entiende que esta decisión se tomó en un gobierno de facto y no tiene vigencia.
Rápido de reflejos, el entonces gobernador Felipe Sapag fundó el pueblo el 15 de diciembre de 1973, a pesar que desde 1933 ya existía.
Octavio Pico fue el agrimensor que determinó los límites del pueblo y quien instaló el monolito indicando el mojón que indica el punto en el que se unen las cuatro provincias. “Para nosotros el fundador fue José Fernandez”, dice su hijo Antonio, el único vivo en la actualidad. “Es una zona fría y aislada”, reconoce Silvana. En diciembre próximo, le cederá su espacio a su madre, quien no tiene el apellido, marcando un acontecimiento importante en la historia de la localidad: que un presidente de la comisión no tenga el apellido Fernández.
Pertenecer a cuatro provincias es un hito mundial, pero también tiene sus contras. Los habitantes tienen mucha vinculación con Catriel, localidad rionegrina; también con 25 de Mayo, de La Pampa, y con la vecina Rincón de los Sauces, de Neuquén. “Muchas compras las hacemos en Río Negro, aunque todo lo administrativo en Neuquén”, comenta Silvana. El estado del camino de acceso por Neuquén no es bueno; grandes baches y agua acumulada vuelven una tarea a veces imposible transitarlo. “Esa ruta figura como si la asfaltaron dos veces”, expresa Mabel Barros, dueña del almacén de ramos generales que también es comedor.
Desde ungüentos caseros que curan todos los males, frutas y verduras, ropa, hasta whiskies importados, vino de mesa y de alta gama, toda clase de artículos escolares y regalería, el almacén es además el único comedor del pueblo. Los camioneros son los principales clientes. “Ellos buscan un buen guiso, juntar fuerzas y seguir viaje”, aclara Barros. Tiene una de las pocas conexiones estables de internet. Una mesa detrás del mostrador es el improvisado comedor que, a los ojos del viajero, es una bendición. Una estufa acompaña.
En Octavio Pico nace la ruta 6, llamada la ruta de la energía o bioceánica; conecta todo el norte de Neuquén con el paso Pichachén, que conduce a Chile. A un lado y al otro del camino se ven campamentos petroleros y de extracción de gas; en el norte, los mendocinos, y en el sur, los neuquinos; en medio, el río Colorado, caudaloso y ocre. La ruta en su mayor parte es de ripio y en tramos de asfalto tiene baches muy profundos que obligan a circular por la banquina, esquivando las cruces de los fallecidos en reiterados accidentes. Por la noche es una trampa mortal.
“Deberíamos tener más posibilidades de progreso”, lamenta Silvana. En el horizonte se ven las torres de extracción no convencional, y los campamentos petroleros brillan en la noche como estrellas terrestres. El pueblo de los Fernández se debate entre el olvido y la resignación de estar rodeado de riqueza y no tener los beneficios de ella. Mientras la cercana Rincón de los Sauces tiene todos los servicios, estaciones de combustible, bancos, comercios y hoteles, en Octavio Pico la realidad es opuesta. “Deberíamos ser como Las Vegas, brillar en el desierto”, considera Barros.
El pueblo no tiene red de gas, ni depósito comunal de agua, tampoco llegan las señales de ninguna red de telefonía ni de datos; ni siquiera se esfuerza en alcanzar al pequeño caserío la señal de alguna radio AM, ni mucho menos FM. No hay estación de servicio, ni farmacia. Los que pueden pagan un servicio oscilante de internet que llega desde una antena instalada en la cima del volcán Auca Mahuida, a 80 kilómetros de distancia en el centro de la estepa, con 2258 metros de altura. Una peculiaridad: no hay capilla de la fe católica en Octavio Pico. Sí, en cambio, hay una iglesia evangélica. Algo positivo: no se registran hechos de inseguridad. “¿Quién va a robar si nos conocemos todos?”, se pregunta Silvana.
La salud es un tema que preocupa, no hay ambulancia en el pueblo. Una sala sanitaria atiende las patologías básicas. “A veces es mejor ir a ver a un médico de un campamento petrolero”, revela Barros. Algunos de ellos son pequeñas ciudades en medio de la estepa, totalmente equipados. Otra problemática es la educación: las maestras de primaria no son del pueblo y deben quedarse toda la semana en la escuela; los docentes de nivel medio son de Rincón de los Sauces y llegan y regresan a dedo. Si nadie los levanta en la ruta, las clases se suspenden.
“Quiero motivarlos”, señala Silvana en referencia a los jóvenes del pueblo. Muchos de ellos se encargan de hacer tareas de mantenimiento de los espacios verdes públicos. “La única alternativa laboral es entrar a la Sociedad de Fomento”, añade. Muchos tienen animales y producen pastura. “Vivimos muy tranquilos, nos gusta”, afirma Jonathan Fernández, de 27 años. Está casado y tiene un hijo. Es empleado comunal. Luego de cumplir su horario, pasa su tiempo libre cuidando sus animales y jugando al fútbol en el equipo del pueblo. “Somos todos primos”, afirma en relación al apellido de sus compañeros.
“Queremos ser más que el pueblo de los Fernández”, sueña Silvana. En el escritorio de su despacho tiene el render de un monumento al hito del límite cuatripartito que estará ubicado en lo alto de una barda; en cada vértice, el visitante podrá pararse en una de las provincias que tienen un pedazo de Octavio Pico en su geografía. “Quiero hacerlo antes de fin de año”, se esperanza. Y recuerda al primer Fernández que, con nada, hizo un pueblo.
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