La entrevista jamás contada a Luz María Galup Lanús, la madre de María Marta García Belsunce
"Me gustaría que cuando pasen los años pudieras recordar a mi hija a través de mis palabras". Revolviendo apuntes de periodista que conservaba a raíz de la trascendencia que tuvo el crimen feroz de María Marta García Belsunce, hallé esta frase y otras tantas confesiones que no llegué a publicar en un viejo anotador. Me reencontré con el testimonio de su madre, Luz María Blanca Luisa Galup Lanús, con quien había dialogado a un año del homicidio.
Recordé aquella charla que mantuvimos -y que además ella nunca aceptó hablar con nadie más- apenas terminé de ver la serie Carmel, que volvió a generar un nuevo y previsible interés, despertando flamantes opiniones y especulaciones de todo tipo. Pensé que sería más que oportuno revivir ciertos detalles de mi conversación y sobre todo su opinión respecto al caso que tuvo en vilo al país durante años; también, sus sentimientos y su pedido de justicia ante el cruento homicidio de su hija.
Finalizaba 2003 y a sus 78 años me recibía en su departamento de Recoleta donde vivía junto a su esposo, Constantino Hurtig, padre de John e Irene, su hija menor, y por intermedio de quien pude acceder a ella. Sentada en el sillón de su living sonreía cordial y me mostraba la imagen que más adoraba, que ilustra esta nota, abrazada fuerte a María Marta. Terminó obsequiándomela al final de la charla: tenía varias copias en papel, como se usaba allá por 2003 cuando nos encontramos. Contaba guapísima que no hacía tanto había ido en persona a la casa Kodak de su barrio para hacer más copias.
Enseguida me decía que el día del crimen, 27 de octubre de 2002, acababa de regresar de Punta del Este con su marido. Y que apenas llegaron éste le dijo que debían ir a ver a María Marta a Carmel. ¿La explicación? "Porque nos necesita". A Luz le parecía extraña tanta urgencia y explicaba que Constantino durante el trayecto no le dijo que su hija estaba muerta, pero ella intuyó que algo malo sucedía.
En la escena del crimen
Al llegar y poder observarla sobre la cama creyó que se había dormido y le expresaba al resto de sus hijos: "Chicos, va a despertar, tranquilos, va a despertar". Pero luego llegaba la confirmación y su desesperación de madre. Desde ese día nunca más fue la misma señora feliz, divertida, locuaz, el centro vital de la familia, como me relataba ella misma y también sus hijos. "María Marta era muy parecida a mí en cuanto a la alegría, una campanita que iba de aquí para allá, siempre bromeando. ¿Será que estoy tan triste por qué me falta una parte mía, a la que llevé en mi vientre y acuné durante años? Me cuesta creer que quien la mató no haya pensando en mí que soy su mamá, ¿no tendrá una, o una hermana, o una hija? Cuánto dolor, querido, a veces pienso que nunca más se me va a ir semejante congoja, me oprime el pecho".
A partir de ese momento empezaba a apagarse lentamente por la tristeza que padecía desde hacía años, hasta morir en 2013 invadida de pena y melancolía por la partida de su Negrita, como ella también la llamaba. "Cada segundo que pasa en mi vida posterior a la muerte de mi Negrita es un martirio, creéme", insistía.
Decía hace diecisiete años mientras acariciaba el retrato de María Marta: "Para mí no está muerta, la siento acá, a mi lado, como que va a venir y me va a dar esos besos hermosos que me regalaba todo el tiempo". Y sus ojos se encendían cuando me confiaba los apodos que ella misma le había puesto bromeando. "Tenía tres años y jugando le repetía que yo era la mamá de una "arañita peludita". No paraba de reírse, me pedía que se lo repitiera. Y le quedó, igual que Negrita, bah, ‘Mi Negrita’".
¿Quién la mató?
Recuerdo que de la sonrisa pasaba a la seriedad más absoluta cuando hablábamos de culpables. Insistía hasta el cansancio con que era una barbaridad que señalaran a su propio marido, a sus hijos, Horacio, John e Irene como encubridores y a su yerno Carlos Carrascosa, nada menos que como autor del asesinato. Definía como "un disparate" que el fiscal Diego Molina Pico lo hubiera procesado por ese entonces como coautor del homicidio y haya terminado preso. "Hablé con Carlos, le dije que creía en su inocencia, me abrazó fuerte y lloró", aseguraba.
Me invitaba a conocerlos y destacaba que todos eran excelentes personas, de gran corazón. "Soy la madre, una mujer grande, a mí me van a decir que están involucrados, pero en qué cabeza cabe. Mi esposo es un señor honorable, y Carlos (el viudo) es puro corazón. ¿A vos te parece que si yo tuviera la mínima sospecha de él lo defendería? ¿A quién se le puede ocurrir semejante cosa? ¿Sabés cómo la quería a María Marta? Se la pasaba mimándola".
Le consulté por qué ella y Carrascosa no tuvieron hijos y no esquivó la pregunta. "No pudieron, pero eso no perjudicó la relación, al contrario, se amaban, eran muy compinches. Conversé con ella de adopción, pero no insistí para que no sintiera ninguna presión".
Confesaba que apenas supo que no había sido un accidente sino un homicidio, quedó inmovilizada, sin reacción, porque al horror de la muerte se sumaba nada menos que un asesino. "Para mí se encontró con alguien que entró a robar, me duele decirlo e imaginarla defendiéndose como lo hizo mi Negrita. Hablo mucho con ella en soledad y se lo pregunto todo el tiempo: ¿Qué canalla te hizo eso?".
Cuando se cumplió un año del crimen, Luz visitó la bóveda familiar en el cementerio de La Recoleta acompañada por su esposo y revivió situaciones extremas: "Sentí que tenía que ir pero también que no era el sitio donde ella se encontraba".
Durante la conversación apretaba su puño derecho y me explicaba que haciendo eso sentía que llevaba a María Marta de su mano, que estaba allí, sosteniéndola y acompañándola en su dolor de madre ante la ausencia. Decía que le daba fuerzas, cuando a menudo sentía una daga incrustada en su pecho que definía como angustia, y una verdad enorme: que los padres no están preparados para la partida de sus hijos. "Cuando se muere tu marido sos viuda, cuando un niño o niña pierde a sus padres es huérfano o huérfana, pero no hay término que nos defina a los padres cuando se va nuestra cría", reflexionaba.
Respetuosa al máximo, nunca señaló a nadie como autor del crimen, aunque como todos sus familiares también tenía sus sospechas. Me explicaba al respecto mirándome fijo a los ojos: "¿Sabés, querido? –usó muchas veces ese término afectuoso-. "Todas las noches hablo con María Marta y también con Dios y le ruego que encuentre al miserable que la mató. También le pido a la justicia que algún día lo condene por favor".
Cuando terminamos de conversar me agarró de las manos y dijo con suavidad: "Así le tomaba las de ella a Mi Negrita y ya no puedo". Y rompió en llanto. Nos despedimos con un beso y susurró: "No te olvides de llevarte el retrato de mi Negrita".
Por Miguel Braillard
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