La crisis del Covid-19 nos habla del desafío climático que nos espera
La política, la desigualdad y la desinformación que estuvieron presentes en el manejo mundial de la pandemia dificultan cualquier acción concertada, que es un pilar fundamental en la lucha contra el calentamiento global
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Crecí en Singapur en la década de 1970, y recuerdo que por entonces llegar a la escuela bajo la lluvia era todo un desafío. Las precipitaciones tropicales hacían desbordar los desagües y parte de la isla se volvía intransitable. Los alumnos enfrentaban la lluvia y la inundación y llegaban a clase embarrados y empapados, si es que lograban arribar.
Afortunadamente, a fines de la década de 1980 eso ya era parte del pasado. Las grandes obras de infraestructura aliviaron la crecida de las aguas a medida que emergía una moderna ciudad-Estado.
Y sin embargo, décadas después, parece que estamos volviendo al futuro.
Las tormentas severas son cada vez más frecuentes.
Resultado: el mes pasado, las imágenes y videos del distrito central de Singapur bajo las aguas volvieron a ocupar los titulares y causaron gran consternación.
Y aunque la preocupación de la opinión pública hizo que, de inmediato, las autoridades anunciaran planes de mejoras, un ministro advirtió que a medida que las lluvias intensas se hagan más frecuentes debido al calentamiento global, la gente tendrá que acostumbrarse a que cada tanto se produzcan lo que se conoce como “inundaciones relámpago”.
Para una isla de baja altura como Singapur –aproximadamente un tercio del territorio está a menos de cinco metros sobre el nivel promedio del mar– el aumento del nivel de las aguas es un problema que amenaza su existencia. El primer ministro del país, Lee Hsien Loong, estimó que en las próximas décadas pueden llegar a hacer falta más de 100.000 millones dólares de Singapur para hacer frente a las crecientes mareas causadas por el calentamiento de los mares y el derretimiento de los casquetes polares.
Pero Singapur no es el único. Hace unas semanas, la ciudad de Nueva York tuvo que emitir por primera vez una “alerta de inundación relámpago” por los niveles récord de precipitaciones que trajo el huracán Ida.
En la provincia china de Henan, durante tres días seguidos de agosto cayó más lluvia que en todo un año. Las precipitaciones se cobraron la vida de más de 300 personas, muchas de ellas atrapadas en vagones de trenes subterráneos o en sus autos, en túneles de carreteras, sin poder salir ante la imparable creciente del agua.
Inundaciones devastadoras en Alemania y Bélgica; sequías en Brasil; olas de calor en India, Australia y el noroeste del Pacífico de los Estados Unidos; incendios forestales en California y Canadá, así como en las regiones del Mediterráneo y el Amazonas: todos esos eventos climáticos extremos, que antes solo ocurrían en las películas, este año se han repetido en todo el mundo.
Más vale acostumbrarse, dicen los climatólogos, porque son una anticipo de lo que está por venir.
El presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, Hoesung Lee, resumió ese sombrío panorama de esta manera: “Es indiscutible que el causante del cambio climático es la actividad humana, que hace que los fenómenos meteorológicos extremos sean más frecuentes y severos”.
“También vemos que el cambio climático está afectando a todas las regiones de nuestro planeta”, dijo Lee el mes pasado, después de dar a conocer un informe de la ONU, al que llamaron Código Rojo, como una urgente advertencia para la humanidad.
¿Pero quién puede culpar al mundo por estar distraído, con tantos países exhaustos y todavía encerrados por un virus devastador que no da tregua?
Obstáculos
Sin embargo, y como bien señala el doctor Lee, la pandemia de Covid-19 es “un anticipo de los efectos que podría tener el cambio climático en la naturaleza, en nuestra sociedad y en nuestras vidas.”
“Tanto el cambio climático como el Covid-19 nos han mostrado los riesgos de un enfoque irreflexivo y rapaz de la naturaleza y sus recursos”.
Lamentablemente, aunque los científicos del mundo enfrentaron de inmediato el desafío de Covid-19 y nos entregaron vacunas eficaces, los esfuerzos para frenar el avance del virus se han visto obstaculizados por políticos populistas, desigualdades globales y una pandemia de noticias falsas.
Las divisiones y los retrasos agravaron el problema: el virus se siguió esparciendo, mutando y desatando nuevas olas de contagios.
Si hay algo que ha dejado en claro la experiencia del Covid-19 es lo difícil que será forjar un consenso global para abordar la crisis climática.
Las señales de esa crisis en ciernes y los datos científicos que la acompañan con cada vez más patentes con el correr de los días. Pero también en este caso la política, la desigualdad y la desinformación dificultan cualquier acción concertada.
Rol
Y es en este punto donde las redacciones profesionales de noticias tienen un papel crucial que desempeñar.
Por eso el Día Mundial de las Noticias de este año, que se celebra hoy, estará dedicado a la crisis climática. Así, unas 300 redacciones de todo el mundo se han puesto de acuerdo para reflejar los efectos que ya está teniendo el cambio climático en las vidas y los medios de subsistencia de sus comunidades, y cómo lidian con ese impacto.
Por sus recursos y su experiencia, las redacciones profesionales están en posición inmejorable para contar estas historias de manera clara, convincente y creíble.
En mi opinión, uno de los mejores ejemplos es el reciente documental de la BBC, The Truth about Climate Change. Allí, con su estilo de científico ameno y confiable, el ambientalista David Attenborough resume los datos duros y hace un llamado a pasar a la acción.
“En sus 4500 millones de años, nuestro mundo ha atravesado muchos cambios naturales. Ahora está cambiando una vez más”, advierte Attenborough.
“Pero esta vez, somos nosotros mismos los que estamos contribuyendo a esos cambios, al hacer que el mundo se caliente.”
“Si seguimos haciendo lo mismo, nuestros hijos y nietos probablemente enfrenten cambios catastróficos.”
“La vasta selva amazónica podía secarse y quemarse. Los océanos podrían volverse ácidos, matando gran parte de la vida que contienen actualmente.”
“El Ártico podría transformarse. Podría derretirse el hielo, y sus famosos animales desaparecerían para siempre.”
“El aumento de las mareas podría empujar al mar a millones de personas. Muchas de nuestras ciudades costeras podrían inundarse o hundirse en las aguas.”
Attenborough agrega que el mundo todavía puede mitigar esos cambios. Pero el tiempo, que de todos los recursos es el menos renovable, se está agotando.
Sir David ya tiene 95 años y viene haciendo ese llamado desde hace mucho.
Ya es hora de escucharlo y de pasar a la acción.
*El autor es el presidente del World Editors Forum
(Traducción de Jaime Arrambide)
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