La cordobesa encargada de un campamento en Kabul, una sucursal del infierno
CORDOBA. Es ingeniera agrónoma egresada de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) desde hace más de 30 años y laica consagrada desde hace todavía más. Analía Ramos hoy vive en el campamento de Naciones Unidas en Kabul ( Afganistán ), donde se ocupa de la logística de la emergencia que es permanente. Antes pasó por Sudán, Angola, Namibia, Palestina, Nicaragua, Guatemala y otros países que se asemejan a sucursales del infierno.
"A los seis años dije quería ser ingeniera agrónoma en una casa donde no había ni medio metro de tierra; mi papá era bioquímico y mi mamá bibliotecaria –cuenta a LA NACION- y a las 12 les aseguré que me iría al África; mi mamá me pedía que primero terminara la secundaria". Después fue la Congregación Sociedad Misionera Africana la que le pidió que antes de irse completara la universidad.
"A veces es difícil de explicar por qué entré a esa congregación; es como en la vocación matrimonial, no cualquier persona es el candidato perfecto; fue un proceso en el que incluso algunos me decían que ser laica consagrada era un híbrido. Como ingeniera agrónoma ese concepto no me asusta; se trata de exponenciar lo mejor de uno", dice Ramos, quien está por unos días en Córdoba.
Ya recibida, se fue con la congregación a Estados Unidos a terminar de capacitarse y, como necesitaban gente por la guerra en Liberia , la llevaron allí. A las dos semanas de llegar mataron a un grupo de monjas y fue evacuada a Costa de Marfil. "Se ve que Dios puso la semilla de la vocación en mí; nos llama a todos, a veces uno escucha y a veces no. Lo mío fue una bendición doble porque pude unir mi carrera y mi fe".
A lo largo de los años, admite que fue reaprendiendo su profesión: "Me rehíce varias veces porque tuve que trabajar con cultivos y plantas que nunca había visto, aprender lo que nunca había estudiado y vivir en la diversidad cultural. Incuso me formé como partera profesional; uno hace cosas que tal vez no hubiera imaginado".
En Ghana adoptó a Dabo Dabo, una beba a la que su mamá no quería criar. "Le dije que nos tenía que acompañar un tiempo para darle la teta; pero la nena murió a los 15 meses, apenas pesaba 1,450 kilos, estaba desnutrida y tenía HIV. Fue un mar de lágrimas".
Más tarde, adoptó a Gift, que ya tiene 27 años y vive en Ghana. "Más que una mamá soy una suerte de tutora, porque no era conveniente sacarla de su ambiente, así que busqué una familia, construimos una casa de cemento y me hice cargo de su educación", describe.
La mamá biológica de Gift murió a poco de llegar a un hospital móvil, después de caminar cuatro horas: "En esos casos la creencia es que el bebé o la beba son los responsables de la mala suerte, por lo que nadie los quiere. Yo era la única blanca y me dijeron que a mí la brujería no me ‘alcanzaría’".
Ramos admite que en Sudán del Sur vio "el diablo en los ojos de algunas personas" y que en los diferentes destinos que tiene se topa a menudo con "la miseria humana" pero también está convencida de que recibe más que lo que da y agradece la vida que lleva.
Define al campamento de Kabul como una "prisión cinco estrellas", un espacio de 800 metros por 600 metros donde trabajan 900 personas protegidas por cuatro barreras que marcan los distintos niveles de seguridad. "Como soy cabeza dura insisto en salir porque quiero ir a la iglesia; voy en auto blindado a la embajada italiana. Entre 2002 y 2004 conocí un Afganistán distinto; pese a que salíamos de los talibanes, se podía caminar en la calle".
Asegura que quiere regresar a esta ciudad porque es "made in Córdoba". "Quiero a mi familia, a mis amigos, tengo compromiso con mi sociedad. No todos pueden hacer lo que hago y es hasta un poco egoísta por lo que recibo. No dejo de tratar de hacer cosas en la Argentina, ayudo hace 32 años a Faidea que trabaja con ancianos en riesgo; pero fui elegida para estar también en otros lugares".
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