Desde que a su hijo menor le diagnosticaron TEA, su mirada sobre la enseñanza y su relación con sus estudiantes cambió por completo; fue seleccionado como uno de los 24 semifinalistas del premio “Docentes que Inspiran”
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El miércoles fue un día de paro docente en la Escuela Primaria N°64 “Crisólogo Larralde”, en Villa Domínico, Avellaneda, pero los alumnos del cuarto grado “B” de esta institución fueron unos de los pocos afortunados que tuvieron clases. Su maestro, Martín Vera, no se adhirió a la medida de fuerza porque la considera injusta para los chicos.
“Necesitamos mejores sueldos, pero como papá no me gusta, me da bronca y me parece injusto que ellos se queden sin clases”, dijo, con la empatía que lo caracteriza y que todos los días rige su tarea docente.
Nacido y criado en Avellaneda, Vera vive actualmente en el sur de Florencio Varela y viaja dos horas de ida y otras dos de vuelta —en dos colectivos o un colectivo y un tren— para dar clases en su barrio de siempre: por la mañana en la Escuela N° 51 “Profesor Juan Mantovani”, en Wilde; y por la tarde en la N° 64. Esa determinación no es nueva. Hoy tiene 51 años, pero dice que desde los 12 sabía que quería dedicarse a la docencia. “A esa edad ya sabía muy claramente que quería ser maestro. ¿Por qué? Supongo que la figura de mi papá fue muy importante. Él no era docente, pero era un tipo que sabía un montón, un gran lector y daba clases de apoyo a la gente del barrio”, recordó.
Así fue como en 1999, ya recibido, comenzó a trabajar en todo tipo de escuelas: de gestión pública, de gestión privada, en la ciudad de Buenos Aires y en la provincia, donde pudo conocer distintos ámbitos educativos y nutrirse de cada uno de ellos. Sin embargo, el verdadero punto de quiebre en su carrera sucedió hace diez años, cuando a su hijo menor, Donato, que tenía casi dos años, le diagnosticaron TEA (Trastorno del Espectro Autista). Desde entonces su mirada como maestro cambió profundamente. “Antes de Donato era un tipo de docente, ahora soy otro”, aseguró.
“Cuando él terminó segundo grado lo querían hacer repetir. Fuimos a hablar a la escuela y nos sugirieron que lo medicáramos y lleváramos a una institución terapéutica, que no pertenece al sistema educativo ni enseña contenidos pedagógicos. Ese año le habían cambiado tres veces a su acompañante terapéutica y su cuaderno estaba lleno de carteles que decían “no hizo”, “no completó”, “no logró”. Todo no”, dijo.
De acuerdo con Vera, ese enfoque pertenece a un paradigma viejo del aprendizaje, conocido como paradigma médico de la discapacidad, con el cual estudió la mayoría de los docentes y que considera que hay que “normalizar” al alumno con discapacidad para que todos los estudiantes sean iguales. “Hoy el paradigma cambió porque los alumnos cambiaron y la realidad es otra. El foco ya no se pone en el alumno sino en el entorno”, explicó el docente.
A partir de este cambio de mirada, Vera se convirtió en un docente más empático e inclusivo, lo que lo condujo a convertirse en un referente tanto para las familias con chicos bajo el espectro autista y para los educadores que buscan capacitarse para ser más inclusivos. Por un lado, junto a su pareja y un matrimonio amigo, creó la organización “Familias TEA Avellaneda”, una red federal que tiene cerca de 7000 miembros y que organiza distintos eventos para concientizar sobre TEA. Y por otro, la organización “Educadores por la Inclusión”, que reúne a personas que trabajan en educación para concientizar y reflexionar sobre la tarea docente desde una perspectiva de inclusión.
Por todo esto, Vera fue distinguido el año pasado como semifinalista del premio Docentes que Inspiran, un reconocimiento de hasta 3 millones de pesos que otorga Zurich a los docentes más destacados del país. ¿Qué se valora? Su trabajo excepcional, que moviliza a toda una comunidad en favor de una mejor educación y deja una huella decisiva en sus estudiantes.
“Trabajar la empatía”
De acuerdo con la última información disponible en el Sistema de Consulta de Datos Educativos del Ministerio de Educación de la Nación, la cantidad de alumnos integrados a la educación común con algún trastorno del espectro autista es de 11.754. La Ley de Educación Nacional, les garantiza a estos chicos el derecho a estar integrados a escuelas comunes. Sin embargo, Vera dice que la inclusión todavía está lejos de ser real.
A lo largo de estos años, ha escuchado muchas veces a colegas que dicen “Uy, ahí viene este pibe”, “Yo no se para qué lo traen” o “Ese chico debería estar empastillado”.
“Todavía hay docentes, directoras e inspectoras que siguen segregando y discriminando. Y eso duele un montón”, dijo.
Por eso, el máximo sueño que tiene Vera como docente es ver que el día en que se jubile, en la provincia de Buenos Aires suceda lo mismo que sucedió en La Pampa. “Allí tienen un modelo de inclusión impresionante. Las maestras de las escuelas especiales no trabajan en un lugar físico diferenciado con los chicos con discapacidad, sino que trabajan a la par del maestro común, en la misma aula y con todos los pibes. Es un equipo. Están todos juntos y la maestra especial adapta la clase a las necesidades del alumno”, dijo.
Ante eso, para Vera la solución nace de trabajar la empatía en el aula desde muy temprana edad. “Yo todos los años hablo de autismo y otras discapacidades en el aula, les explico, hacemos ejercicios en clase que fomentan el ponerse en el lugar de otro, vemos videos, hacemos talleres para chicos y para docentes, pero es muy importante la familia en esto, lo que la familia enseñó a sus hijos. La idea es no solamente generar empatía sino también enseñar. Lamentablemente todavía no existen las escuelas inclusivas, lo que hay es docentes que tratamos de ser inclusivos”, sostuvo.
Una de las grandes excusas que suelen usar los docentes que no trabajan con esta visión es que faltan recursos. Sin embargo, Vera cree que no se necesita demasiado para intentar ser un maestro inclusivo porque tiene que ver con las ganas, la empatía y la voluntad de querer aprender. “Yo no soy millonario, pero cuando me pasó lo que me pasó fui y me asesoré, empecé a averiguar, a informarme. No necesitás ni comprarte libros porque hoy por internet tenés un montón de información”, dijo.
“Ser maestro es lo que más me gusta hacer. En este Día del Maestro me encantaría que la sociedad valore más a los maestros, pero también me gustaría que los primeros en cuidar nuestra profesión seamos nosotros, los primeros en dar el ejemplo, en ser inclusivos, en ser empáticos, buscar la excelencia y ser lo mejor para nuestros alumnos porque es lo que se merecen. Y además, para poder disfrutar de lo que hacemos. Si vas al aula a sufrir, no sirve. En cambio cuando vas al aula a enseñar pero también a pasar un momento lindo con los chicos te encontrás con que el alumno se acerca a vos, te ve de otra forma y el vínculo es otro. Les llegás con otra proximidad”, concluyó.
Sobre el Trastorno del Espectro Autista (TEA)
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que aproximadamente uno de cada 100 niños tiene TEA, un condición que afecta la habilidad para interactuar y comunicarse socialmente. “Es una afección del neurodesarrollo que presenta alteraciones en la comunicación y en las interacciones sociales, junto a otras características, como comportamientos repetitivos, restringidos y estereotipados. Las manifestaciones pueden ser muy variables entre las distintas personas de acuerdo a su crecimiento y maduración, y generalmente con impacto de por vida”, explica el portal oficial Argentina.gob.ar.
No se conocen las casusa y no existe cura, pero se sospecha que hay una predisposición genética y tratamientos de estimulación temprana ayudan a desarrollar las habilidades afectadas. Como señales de alerta se mencionan:
- Falta de respuesta cuando al niño o niña lo llaman por su nombre (a partir del año de edad).
- No señala objetos mostrando su interés (a partir de los 14 meses de edad).
- No juega con situaciones imaginarias (a partir de los 18 meses de edad).
- Evita el contacto visual y prefiere estar en soledad.
- Retraso en el desarrollo del habla y del lenguaje.
- Falta de reciprocidad ante la demostración de los sentimientos de otras personas.
- Irritabilidad frente a cambios mínimos.
- Repetición de palabras o frases.
- Movimientos incontrolados del cuerpo, sobre todo de las manos.
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