La casa de La Lucila que nadie quería comprar: la soñó, la transformó en su hogar y cuenta por qué lo hizo
En 2016, y luego de un viaje de introspección por África, Alejandro descubrió el chalet que siempre había soñado; no tenía el dinero, pero el destino jugó a su favor
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Esta historia comenzó hace no tanto, con la publicación del recuerdo de la noticia sobre la tragedia ocurrida el 15 de setiembre de 2013, en el hogar de La Lucila de la astróloga Lily Süllos. Ese día, Luis, su hermano, le quitó la vida de un disparo y de inmediato se suicidó. Antes había redactado un e-mail de despedida donde explicaba los motivos por los que había tomado tan drástica decisión.
En síntesis, se trataba de un adiós y una sentencia de muerte para ambos. En el texto, Luis decía que Lily había sufrido un derrame cerebral en la bañera y no podía pararse ni hablar. “Estoy esperando que vuelva en sí. Caso contrario voy a cumplir con su deseo, que no sufra con un cerebro maltrecho, paralítica y con dolores, impotente... La solución es rápida y ruidosa. Llamé al médico; la sacaron de la bañera y la pusieron en la cama; dijo que había que llevarla a un geriátrico, adonde mantienen con vida y torturan. Nos despedimos. Les deseamos mucha suerte; Luis”, escribió, y luego ejecutó su decisión.
A partir de allí, ocurridas las muertes, todo fue caos y confusión, hasta que la justicia determinó que no habían intervenido terceros y la causa se caratuló como “homicidio seguido de suicidio”. El correo electrónico lo recibió la artista plástica Aniko Szabó, a quien Lily sentía como una verdadera hija, que de inmediato dio aviso a Defensa Civil. Luego de que interviniera Policía Científica y se retiraran los cuerpos, la casa quedó deshabitada y al tiempo fue usurpada. Aniko hizo las denuncias correspondientes y logró recuperarla. Después puso todo de sí para hallar a sus herederos y lo logró tras un viaje a Hungría junto a su esposo.
Allí la recibieron dos primas hermanas de Lily por parte de madre. Le contaron que habían sido acróbatas y trapecistas de circo cuyo número de atracción era una pirámide humana junto a sus hermanos. El padre de ellas (tío materno de Lily) era el dueño del circo donde trabajaban y vivieron como nómades durante muchos años, ya que el show era itinerante y se trasladaban por toda Europa.
Esas familiares de Süllos demostraron su parentesco a través del Ministerio de Relaciones Exteriores y se concretó la sucesión que determinó que eran sus legítimas herederas. Entonces, la venta de la casa fue publicada. Concurrieron muchos a verla, pero cuando se enteraban de lo que había pasado allí, con ciertas excusas, desistían de comprarla. Hasta que un día apareció Alejandro, un joven entusiasta, quien por entonces era soltero y buscaba una vivienda para adquirir y refaccionar a gusto. “Esa casa la soñé”, dijo a este periodista cuando se comunicó luego de leer aquella nota que dio inicio a esta saga de recuerdos, donde allegados a Süllos rememoraron su camino. Fue así como Alejandro decidió redactar esta carta para LA NACIÓN, en la que cuenta parte de su historia y los motivos que lo llevaron a comprar el chalet de La Lucila.
La casa, luego de la toma de los okupas
La carta de Alejandro: la casa hoy y el sueño de su vida
Compré la casa de Lenke (Lily) y Ludwig (Luis) Süllos en 2016, aunque la historia comienza bastante más atrás.
Era un pibe joven que rondaba los treinta. Soltero desde siempre, había renunciado a un empleo corporativo con lujos -viajes en business, buen sueldo, hoteles de lujo, libertades varias-. Algo difícil de entender para mis vínculos cercanos que no comprendían mi trabajo, pero sí se alegraban por mis viajes y vida suntuosa. En ese periodo me recibí de economista y me hice tiempo para vincularme con proyectos sociales que me permitían ver otra realidad de la que yo vivía. Hice una Maestría en negocios que concluyó en España y que fue el puntapié para recorrer África haciendo trabajo social durante varios meses.
Fue en una de esas noches, durmiendo en una cama de adobe de alguna tribu perdida al pie del Monte Kilimanjaro, que empecé a soñar cómo sería mi casa al regresar a Buenos Aires.
No conocía -ni conocí- en persona a Lily. Sí había escuchado algo de ella cierta vez por la parodia que hacían los Midachi; tampoco me vinculaba con la astrología ni me interesaban los horóscopos o cuestiones esotéricas.
Apenas vi la casa, a la que llegué por un aviso en el diario, me encontré con un espacio frío, antiguo y oscuro. Se notaba que la habitaba alguien (que luego me enteré de que era un custodio que estaba esporádicamente para evitar a los okupas) pero no era claramente un hogar.
En esa visita me contaron brevemente de quién había sido y qué había pasado, pero realmente no le di mucha importancia ya que estaba entusiasmado con el recorrido por la casa y enfocado en sacar fotos para recordarla.
Había algo más que me llamaba la atención y aún no lo sabía. Me sucedió al analizar las imágenes que había tomado en detalle: la casa de mi sueño empezó a aparecer. Todo concordaba con lo que yo imaginé aquellas noches en Tanzania. Se me iba acomodando en la cabeza de una manera espontánea y natural.
Dejé pasar unos días para enfriar el tema, pero la casa seguía apareciendo en mis sueños. Así fue que pasado un tiempo llamé a quien se ocupaba de la venta, Aniko Szabó, y le dije muy convencido: “Yo voy a comprar la casa, no cuento con el dinero ahora, pero voy a ser el comprador, estoy convencido”.
Fueron varias las veces y los meses en los que ella me llamaba para comentarme el avance de los interesados, pero yo sentía que ninguna gestión prosperaría. La casa era para mí, lo percibía.
Tras varias frustraciones por ofertas avanzadas y luego canceladas, Aniko se convenció, me llamó y me dijo: “Pagá lo que puedas que yo te doy la llave. Sé que pronto, cuando la tengas, me vas a llamar y vas a pagar lo que falte, confío en vos”.
El chalet de Lily estaba con todo lo que venían usando dos personas mayores de 80 y pico de años, por ejemplo, los baños estaban adaptados para personas con capacidad reducida. La instalación eléctrica era exterior. Todo confluía en un panel eléctrico propio de una industria de 1950.
Había un galpón, al que se entraba por el exterior, con botellas, frascos y aparatos propios de un laboratorio químico digno de una película.
Me adentré en la historia de la tragedia de Lily y Luis un poco más en detalle, no solo por las notas y referencias de Internet: tuve la posibilidad de hablar y preguntar bastante a quienes sí los conocían muy bien.
Todos concordaron con que Lily era una persona muy positiva, ayudaba a mucha gente y tenía un temperamento muy tranquilo, dulce y encantador. Transmitía cosas buenas, positivas. Su forma tan empática hacía que lo malo fuese mucho menos grave o incluso sonara bueno. Una mujer que siempre estaba dispuesta a ayudar a quien se lo pidiese.
La lectura sobre su historia es para mí mucho más simple y amorosa si la entendemos correctamente. Dos personas que siempre hicieron el bien, que superaron grandes obstáculos: emigrar a tierras lejanas desde pequeños, adaptarse a otra vida en plena adolescencia, adoptar un nuevo idioma y costumbres. El hermano menor de Lily, Luis, que vino a la Argentina con 15 años, ejercía para ella un rol más de hijo y asistente que de hermano fraternal. Encontró su vitalidad siendo funcional a su hermana-madre, quien durante toda la vida le dio un propósito de ser y hacer, llevando una vida feliz.
Así ambos llegaron a viejitos. Sin hijos ni apego familiar más allá de ser ellos dos. En un mundo en el que Internet y la tecnología avanzaba, pero donde la gente mayor aún conserva enciclopedias y libros de los años 40, 50 o 60 como fuente de consulta.
Lily se cayó en la bañera (esa que tenía todo preparado para personas con capacidad limitada). Le agarró un ACV que la dejó sin habla y escucha ni capacidad de movimiento. Su hermano también muy mayor llamó a los médicos de urgencia para asistirla (algo que no parece propio de un asesino).
Esos mismos médicos fueron los que le confirmaron que Lily ya no podría valerse por sí misma y que debía ser trasladada a un geriátrico especializado.
Luis sabía el firme deseo de su hermana. Le había repetido innumerables veces que no le gustaría ser una carga, incapacitada o dependiente. Se lo decía a su persona de confianza, quien vivía por y para ella, y a quien había ayudado dándole un propósito de vida. “El pacto suicida o asesinato a sangre fría” nada tienen que ver, para mí, con ésta historia.
Volviendo a cómo quedó la casa, Terminé de remodelarla a principios de 2018 y comencé un noviazgo con Juli apenas mudado. Nuestro hijo, Nino, llegó en 2020 en plena pandemia.
Siempre, mientras fue posible, recibimos amigos y familiares que constantemente hablan de la hermosa y gran energía que tiene el hogar.
Mi mujer, actriz de profesión, recientemente creó una comunidad en Instagram (@aymamucha), con mucho éxito, donde trabaja intentando visibilizar conscientemente temas de maternidad, puerperio y crianza.
Yo, sin embargo, sigo buscando mi camino. Tuve otro sueño hace poco, donde mi siguiente paso combinaba perfectamente un mundo de negocios con mi interés y cercanía a la necesidad y a lo social. No dejo de buscar maneras para hacer que eso suceda.
No quiero despedirme sin agradecer a Aniko, y a Víctor Palmas y Braian, los obreros que me ayudaron con la remodelación de la casa. Y por supuesto a Lily y Luis, por siempre.
Posiblemente la antigua casa de Lily Süllos no sea en la que nuestra familia viva para siempre, pero sí creo que continuará en nuestro poder y que será siempre un espacio que aunará actividades y acciones que intenten sumar al mundo. Algo así como una continuidad de lo que había cuando vivía ella, pero en una versión remodelada a la casa de mi sueño...
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