La bisabuela que después de 40 años se reencontró con su verdadera vocación
Cuando murió su marido se reencontró con su verdadera pasión; hoy Élida reparte sus días entre alumnos, clases y la meditación
El arte siempre estuvo presente en su vida. Desde chica adoraba dibujar y sumergirse en mundos de acuarelas, trazos y paisajes que ella misma creaba en su cabeza. Ese amor nunca cedió. Hoy, con 82 años Élida Ribo sigue pintando y dando clases a alumnos de distintas edades que quieren aprender sobre esta pasión. “Adoro los paisajes y las flores, siempre fueron mi inspiración”, cuenta Élida.
La directora de su colegio fue la primera en advertir sobre esta capacidad innata, esta sensibilidad que tenía a flor de piel y que la convertiría, a los nueve años, en la hacedora oficial de las carteleras de la escuela para los distintos actos.
De su abuelo catalán heredó su amor por la pintura. Una vez que terminó el colegio, entró al profesorado de Bellas Artes y se recibió con un promedio de 9. Tenía un futuro más que promisorio. Tal es así que la fábrica Sudamtex, una reconocida empresa dedicada a la elaboración de productos textiles, la había contratado para elaborar los estampados de las distintas telas que comercializaban. Pero un imprevisto cambió su destino: “A mis 18 años murió mi madre y tuve que decir que no a la propuesta laboral porque mi padre no quería que trabajara. Era hija única y, además, eran otros tiempos”, recuerda.
Durante los años siguientes para despuntar su vicio por el arte se dedicó a cubrir suplencias en diversos colegios. Luego, le llegó el amor, el casamiento, los hijos y finalmente optó por dejar atrás su verdadera vocación. “No me arrepiento de las decisiones que tomé. Con mi marido tuvimos tres hijos que nos dieron ocho nietos, y tengo un bisnieto”, dice y agrega “La vida fue muy generosa conmigo, no me puedo quejar, aún así la pintura siempre estuvo latente en mí”.
Por una segunda vuelta
Si bien siempre mantuvo contacto con la pintura, fue a partir de la muerte de su marido que esta mujer de 82 años volvió a ejercer y hasta se animó a adentrarse en nuevos conocimientos. “No podía quedarme en casa llorando por lo que ya no estaba. Asique decidí ponerme las pilas y aprender nuevas técnicas, recibí varios títulos y hasta me animé a tomar alumnos”, confiesa.
Con el tiempo llegaron nuevas pasiones: el yoga la ayudó a fortalecerse espiritualmente, sobre todo después de la muerte de su compañero de toda la vida. “Lo practico todas las mañanas desde hace 25 años”, revela. Hace tres años que el idioma italiano también se sumó a su lista de pasatiempos favoritos.
Para esta enérgica bisabuela la edad no es impedimento para sumergirse en nuevas aventuras. La proyección de un horizonte es lo que la mantiene llena de vida: “Sigo para adelante pase lo que pase. Hay tantas cosas para aprender, que no quiero perderme de nada”, finaliza.
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