La bioquímica que comenzó a ver colores bajo el microscopio y decidió dedicarse al arte
Silvia Barbero descubrió su vocación oculta mientras trabajaba en el Hospital Fernández; tenía 33 años y 3 hijas; ahora pinta murales por toda América Latina
Silvia Barbero, microbióloga del Hospital Fernández, miraba a través del microscopio una y otra vez en busca de la partícula del bacilo de la tuberculosis. En vez de observar microorganismos, comenzó a ver una composición de formas y colores que se superponían. En ese momento, después de 15 años de formarse en el campo de la bioquímica, sintió que su vocación pasaba por el arte. Con 33 años y tres hijas pequeñas llegó a su casa, colgó el guarda polvo blanco y comenzó un camino artístico que la llevó a pintar murales por toda América Latina.
A los 17 años, Silvia Barbero no tenía dudas sobre qué iba a estudiar en la facultad. Le fascinaba la anatomía, tenía facilidad por la matemática y el test vocacional que le hicieron en el colegio dio un único resultado: ciencias naturales.
Hizo la carrera de bioquímica en la Universidad de Buenos Aires en tiempo récord. Recuerda que lo que más le gustaba era dibujar los tejidos o las células. Porque desde chica la pintura había sido su hobby preferido. Aún así, transformar ese hobby en una profesión nunca había sido una opción.
“Bellas Artes sonaba como un lugar raro. Nadie en mi familia se había dedicado a eso, y quería desarrollar esas aptitudes lógico-matemáticas que tenía”, recuerda.
Después de 6 años de facultad, continúo su formación en el Hospital Fernández durante otros 6 años. Primero ad honorem, después con una beca y finalmente con el cargo de microbióloga. “Era la creativa del laboratorio. Inventaba coloraciones con los bichos. Les ponía distintos colores a los tubos de ensayo. Armaba formas de corazones o flores con las bacterias sembrando en las placas de Petri”, recuerda de esa época de experimentos. Todos los días, a las 2 de la tarde, salía del trabajo, volvía a su casa a cuidar de sus tres hijas y por la noche le gustaba pintar como hobby.
Saltar a lo desconocido ¿y después?
Después de esa experiencia con el microscopio a la que se refiere como “reveladora”, volvió a su casa, colgó el delantal blanco, se desinfectó el cuerpo y mientras amamantaba a su hija Guadalupe, dibujó el perchero con el delantal colgado. Ese cuadro representaría el primero de una vida entregada al arte.
“Dejé algo seguro por algo que no sabía qué era. Tenía el cargo de microbióloga, lo mejor a lo que se puede aspirar y ganaba bien, pero quise irme de ese lugar cómodo. Todos me decían que era una locura, pero yo sentía que mi vida tenía que cambiar y una vez que lo sentí, ya no pude mirar para otro lado”, cuenta con brillos en los ojos.
Al otro día de la renuncia, se levantó a la misma hora que todos los días. Se había prometido que dedicaría las mismas horas de trabajo como bioquímica a formarse como pintora. “Lo único que tenía claro era que quería dedicarme a la pintura. Pero, ¿por dónde empezaba? ¿En qué ámbitos me iba a tener que mover? ¿En qué me iba a especializar? ¿Me tenía que formar?”, fueron algunos de sus miedos durante la transición entre las profesiones.
Averiguó para estudiar Bellas Artes, pero con 33 años y 3 hijas le era imposible acomodar los horarios. Decidió evitar la formación académica y aprendió el oficio con artistas. Participó durante seis años de un taller del reconocido pintor argentino Guillermo Roux.
En el momento en que terminó la formación, el artista eligió 7 “jóvenes talentos” de entre 200 estudiantes para realizar durante otros dos años un gran mural. Silvia lo cuenta y esboza una gran sonrisa: “Eran jóvenes talentos y yo de joven no tenía nada. Siempre era la más vieja”, dice entre risas.
El cambio fue bien recibido en su familia. Sus tres hijas eran chicas, por lo que lo único que entendían era que su mamá estaba más tiempo en su casa, porque ese era su nuevo lugar de trabajo. Además, recibió apoyo por quien era su marido en ese momento. Durante años pudo priorizar la formación artística sin preocuparse por la parte económica ya que su pareja tenía un trabajo estable.
Viajar para pintar
En 2005, Silvia se digiría a Villa Crespo para terminar el mural que hacía con el equipo de Guillermo Roux. Manejaba por avenida Lugones, a la altura de Aeroparque, cuando vio que un avión despegaba justo a la par suya. Su mente se fue en ese avión y deseó profundamente poder viajar para pintar. A partir de ahí, comenzó a enviar curriculums y presentar trabajos y desde allí comenzó una serie de viajes por toda América Latina.
Trabajó en murales en Santiago de Cuba y en la Paz, Bolivia. También pintó en la feria internacional del libro que se realizó en el 2011 en Arequipa, Perú y fue convocada para llevar sus obras a una bienal internacional en la capital de México. Además, en las Islas Galapágos pintó un mural de 160 metros en una escuela. En Buenos Aires, realizó un mural en el hospital Rivadavia y en la escuela número 6 de Vicente López.
Por las obras en los distintos rincones latinoamericanos, Silvia Barbero no cobra dinero. Dice que viaja por “casa y comida”, porque lo más valioso que obtiene es la experiencia de trabajar con otros artistas y con las comunidades para "dejar una huella".
En la casa de Silvia Barbero se respira arte. Literalmente. En el living se encuentran sus esculturas. En la cocina, los utensilios fueron todos hechos por ella. Y, en el mismo piso se encuentra una pequeña sala con pinceles, acrílicos, y la pared empapelada de dibujos. Es que allí, la artista da clases a 22 alumnos en su casa de Olivos. Si bien es su ingreso “más fijo”, lo disfruta porque le apasiona transmitir lo que a ella le enseñaron.
"Todo suma"
Silvia deja de hablar y mira un cuadro de dos metros en el que está trabajando hace meses. Allí se encuentran Adán y Eva. La noche anterior se levantó a las 4 de la mañana con la sensación de que Eva tenía que tener raíces en los pies, por lo que saltó de la cama y corrió a agregárselas.
“A esta edad me doy cuenta que todo suma. Toda esa formación científica me hizo ver el diseño maravilloso que tiene la naturaleza. La ciencia, al igual que el arte, es cosa de prueba y error”, reflexiona.
Sigue mirando el cuadro de Adán y Eva. No sabe si quiere que esté de día o de noche. No sabe si lo va a vender. No sabe siquiera si lo quiere terminar. Tampoco le preocupa. Porque su frase preferida es “La creación ignora el resultado final”.
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