Butch Cassidy, Sundance Kid y Etta Place, los bandidos norteamericanos más buscados de su época, vivieron en la Argentina entre 1901 y 1905
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CHOLILA, Chubut.– Un viejo camino, la olvidada ruta 71, desciende hacia el fértil valle, verdes praderas se presentan junto a manchones de bosques, cortinas de álamos protegen los campos del viento de la Cordillera de los Andes, lagos y ríos de aguas cristalinas fecundan las pasturas, todo está florecido. Cholila, en el noroeste de Chubut, es una tierra fértil y silenciosa, las vacas pastan en campos bondadosos y los gauchos se mueven a caballo. Galpones de madera muestran forraje, y al costado de la ruta un pequeño rancho vence al tiempo, aquí vivieron entre 1901 y 1905 tres de los bandidos norteamericanos más buscados: Butch Cassidy, Sundance Kid y Etta Place. “Los pistoleros forman parte de nuestra identidad”, dice Carolina Ruiz, a cargo junto a su madre del almacén museo “La Legal”.
“Somos el único bar temático del far west en la Argentina”, confiesa Nora Jalil. Abierto desde 1930, y a metros del rancho de los bandoleros, en la entrada se ve un cartel: “Buscado, vivo o muerto. Butch Cassidy $10.000″. Turistas de todo el mundo siguen la ruta de la “Wild Bunch” (“La Pandilla Salvaje”) que cometió los atracos más famosos en Estados Unidos, robando bancos, ganado y trenes. Hollywood les dedicó una película, Dos hombres y un destino, protagonizada por Robert Redford y Paul Newman. Sin embargo, con identidades cambiadas, llegaron a Cholila como ganaderos. “Todos los querían, eran buena gente y eran trabajadores”, dice Jalil.
“Algunos dicen que compraron 6000 hectáreas, otros 600, la cierto es que jamás levantaron sospechas”, cuenta Ruiz. Los dos bandoleros más la joven y bella Etta Place (su vida es un misterio, algunos dicen que fue maestra, otros prostituta), novia de Sundance, aunque también primero lo fue de Cassidy. “Muchos creen que era un triángulo amoroso”, dice Jalil.
Llegaron al puerto de Buenos Aires en 1901 en el vapor “Herminius”, ambos con identidades falsas, Cassidy como James Ryan y Sundance, Harry Place. Fueron recibidos por George y Ralph Newbery, sobrinos del famoso aviador, Jorge Newbery. Eran dentistas y vicecónsules de Estados Unidos en Buenos Aires.
Los bandoleros, meses antes, habían realizado dos importantes atracos, un banco en Idaho y el más grande, al correo de la Union Pacific en Wyoming. Los historiadores que siguen le siguen la pista estiman que llegaron al país con U$D 90.000, abrieron una cuenta en la ciudad de Buenos Aires en el Banco de Londres y Río de la Plata y recibieron de los Newbery un consejo que les abrió el camino para su aventura patagónica. Ya en Estados Unidos se corría el rumor que el Gobierno argentino otorgaba tierras en la lejana Patagonia, la condición era permanecer cuatro años y producirlas. “Butch había nacido en un pueblito rural de Utah y conocía el trabajo rural”, dice Jalil.
El trío se subió a un tren en Constitución con pasaje en primera clase a Bahía Blanca, y desde allí fueron a Neuquén y luego bajaron hasta Cholila, el paisaje les pareció amable y familiar. En 1901, todo estaba por hacerse en el territorio nacional del Chubut, era momentos para pioneros y a nadie le interesaba saber el pasado de aquel que se aquerenciaba en estas tierras. Años antes había llegado una inmigración norteamericana y sirio libanesa.
En Cholila, Cassidy volvió a cambiar de identidad, se llamó Santiago Ryan. Compraron tierras, y comenzaron a construir un rancho de madera con cuatro habitaciones. Hasta que estuvo hecho pararon en el legendario Hotel Touring en Trelew. Biógrafos de los bandoleros, como el escritor Marcelo Gavirati (autor de Buscados en la Patagonia) asegura que en 1902, Cassidy le reclamó al Gobierno nacional la escritura de la tierra ya que había colonizado más de 600 hectáreas. “Fueron vecinos muy queridos y amables, ellos querían cambiar de vida”, asegura Jalil.
“Nunca robaron en Cholila, tenían códigos”, dice Ruiz. Sin embargo, para el momento en que vivieron allí, eran los bandidos más buscados de todo Estados Unidos. La Agencia de Detectives Pinkerton (lo que después fue la CIA) no les perdía pisada e interceptó una carta de Cassidy que envió a un amigo en donde aseguraba que tenía una vida plena y que era dueño de una gran propiedad con 1500 ovinos, 30 caballos y alrededor de 500 vacas. La Agencia ató cabos y dedujo que estaba en la Argentina. Envió al sagaz detective Frank Dimaio, que llegó al país en 1903 con la única misión de detener al mentado trío. Hay versiones que aseguran que vinieron cazarrecompensas.
Reuniones en el rancho
Mientras, los miembros de la “Pandilla Salvaje” hacían reuniones en su rancho con invitados destacados de la política y la sociedad chubutense. Incluso el gobernador Julio Lezana los visitó. Tuvieron la oportunidad de expresarles su idea, teniendo en cuenta el número de coterráneos en la zona de cordillerana, querían hacer una colonia norteamericana. Su mejor amigo en Cholila fue precisamente un ex comisario de Texas, John “Comodoro” Perry. Muchos afirman que conocía la verdadera identidad de los tres, pero jamás los delató. Etta Place, que según registros de la Pinkerton se trataba de una mujer muy bella, se ganó el cariño de todos. Su gracia era montar a caballo llevando las riendas entre los dientes y con un revolver en cada mano.
Una anécdota que se cuenta en el pueblo confirma cierta protección a favor de los bandoleros. Cierta vez un vecino visita el rancho y es testigo de una escena estremecedora: sale a su encuentro un perro con un antebrazo humano en la boca. Se especula que podría haber sido algún detective de la Pinkerton o un cazarrecompensa que tuvo mala suerte. Sin embargo, la leyenda de los bandoleros ha creado rumores de todo tipo.
“Les avisaron que estaban buscándolos, muchos dicen que fue el propio Perry”, dice Ruiz. Etta Place fue la primera que se fue, volvió a Estados Unidos y su rastro se pierde para siempre, la acompañó Sundance, quien regresó a Cholila, pero con Cassidy supieron que sus días de ganaderos estaban contados. Volvieron a las andanzas, aunque no se puede confirmar dos bandidos norteamericanos robaron en 1905 un banco de Río Gallegos, llevándose –según historiadores– un botín cercano a los 100.000 dólares. Ya tenían en mente un plan de fuga. Cruzaron la Cordillera y hallaron refugio en Chile. Volvieron a Cholila, solo para organizar su último atraco en nuestro país, en un banco en Villa Mercedes, San Luis. “Se fugaron y, a partir de aquí, todo es misterio”, dice Jalil.
Algunos dicen que murieron en Bolivia en un tiroteo, cuando robaban dinero de una mina. Incluso enterraron en el pueblo San Vicente a dos angloparlantes, sin embargo el antropólogo Clyde Snow les hizo la prueba de ADN y no se corresponde con familiares actuales. Sobre Sundance, el rastro es más difuso, pero Cassidy dejó algunas huellas: su hermana escribió una biografía asegurando que vivió en Estados Unidos hasta su muerte, también otros investigadores dicen que viajó a París para someterse a una cirugía facial.
“La Legal” rescata el tramo de la vida de los tres pistoleros en Cholila. El bar es temático y está a pocos metros del rancho que estuvo habitado hasta 1971 por un descendiente del peón que les cuidaba los caballos a los bandoleros. “Los humanizamos”, dice Jalil. Se hicieron cargo del almacén en 2018 y comenzaron a recibir elementos que pertenecieron a ellos, también muchas anécdotas de vecinos de Cholila que recordaban historias de sus abuelos referidos a los bandidos.
Un rumor sobrevuela el pueblo y más específicamente el terreno donde está el rancho y el almacén: “Durante años se dijo que dejaron un tesoro enterrado”, cuenta Ruiz. Algunos han probado y han hallado monedas, y una cafetera.
El almacén se conserva en estado original, es uno típico de la Patagonia. Con pisos de madera, paredes blancas y altas estanterías, amables, generosas y luminosas ventanas dejan pasar el sol. Tragos, y comidas llevan el nombre de los bandidos más buscados. El menú es local: empanadas de cordero y omelette de morillas (hongo comestible). Un museo exhibe elementos de los pistoleros. Cuando vienen turistas, madre e hija los reciben con ropas vaqueras, también los invitan a disfrazarse y empuñar revólveres.
El rancho se puede visitar. La cara de Butch Cassidy se ve en un cartel en la entrada al pueblo. “Forma parte de nuestra historia. A veces la puerta se abre sola. Para nosotros es su fantasma que vuelve al lugar donde fue feliz”, confiesa Ruiz.
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