La antigua polémica sobre cómo pensar el mundo
En la Argentina, la puja por la ideología detrás de los mapas se tradujo en un planisferio objetado por ser poco práctico
El mapa del mundo, como todos lo conocemos, es en realidad una distorsión. Un dibujo, apenas una aproximación, sin respeto por la verdadera dimensión de las naciones. Por lo menos, así lo sostienen los detractores del planisferio más conocido en nuestros tiempos.
Fue en 1569 cuando el cartógrafo flamenco Gerardus Mercator elaboró lo que él llamó el Mapa mundi. Desde entonces, la proyección que lleva su nombre se convirtió en la más difundida, impulsada por la necesidad de dar a los navegantes un mapa sencillo, donde los meridianos y los paralelos se cruzaran siempre en ángulo recto.
Pero por muy loables que fueran los motivos del buen Gerardus, a su mapa lo acusaron de ser la base para el "imperialismo cartográfico", en una polémica interminable. Probablemente, Mercator no imaginó que su mapa sería el más usado para enseñarles geografía a los chicos de todo el mundo.
Su proyección, que lleva los polos de un punto a una línea y pone a Europa en el centro, no refleja las proporciones de tamaño; así, "beneficia" (las representa más grandes) a las regiones cercanas a los polos.
En 1974, el alemán Arno Peters, harto del reinado de Mercator, diseñó un planisferio que restituía a los continentes su verdadero tamaño. Peters quería saldar la deuda de un mapa que equipara a Groenlandia con África, cuando ésta es 14 veces más grande, o a Alaska con Brasil, cuando la tierra de Vinicius y Toquinho es 5 veces maior.
Peters no fue el primero. En 1908, el estadounidense John B. Goode dio una conferencia titulada "Diabólico Mercator", y armó otra proyección. También lo hicieron Arthur H. Robinson en 1961, Buckminster Fuller en 1946 y Oswald Winkel en 1921, entre muchos otros. La versión modificada de esta última es la proyección de Winkel-Tripel ("triple" en alemán), en alusión a que logra uno de los equilibrios más aceptados entre tres distorsiones: área, dirección y distancia.
Esta proyección con nombre de golosina es la que adoptó la National Geography Society en 1998, y mientras que en Google el fallo fue dividido (Google Maps es Mercator, Google Earth, no), en la Argentina se apostó por otro camino.
En 2011, tras crear el mapa bicontinental, el Instituto Geográfico Nacional propuso un nuevo planisferio, que coloca a América del Sur en el centro, y a la Argentina exhibiendo toda su bicontinentalidad. El daño "colateral" es que zonas como Europa del Norte y el este de Asia no se aprecian bien.
Héctor José Pena, vicepresidente de la Academia Nacional de Geografía y una de las máximas eminencias nacionales, explica: "Todo mapa tiene imprecisiones. En los planisferios, surgen de pasar la superficie de una esfera a un plano. Lo importante es concebir un mapa que esté acorde con lo que se quiere mostrar".
Consultados sobre por qué el IGN y el Ministerio de Educación distribuyen esta versión en las escuelas, desde el ministerio respondieron en un mensaje electrónico que el mapa "destaca la Antártida Argentina, la presencia geográfica de la Unasur y las relaciones Sur-Sur en el nivel global, así como la nueva imagen del mundo que se viene construyendo desde la Región Suramericana (sic) en los últimos años". El texto luego agrega: "Se buscó mostrar la visión que los ciudadanos tienen de su territorio".
Sin embargo, si el mapa bicontinental sufrió problemas para adaptarse al aula, el nuevo planisferio directamente no tiene un banco donde sentarse, ya que ni los docentes lo ven con buenos ojos.
Eliana Hoyos es profesora de Geografía desde hace 23 años en Neuquén y reconoce que el planisferio propuesto "no gusta" y dice: "Casi no lo uso".
María Di Nápoli, jefa de producto de la editorial Estrada, dueña de las marcas Rivadavia y Laprida, entre otras, advierte que producen cinco millones de mapas planisferio al año, todos con la proyección Mercator porque "así lo pide la demanda".
Susana Ares es profesora y dice que enseña Mercator, ya que es "el único que se consigue", y agrega que, de todos modos, se ocupa de explicarles a sus alumnos las distorsiones del mapa.
Por su parte, si bien Yuri Rusnichenko, representante uruguayo en el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH), reconoce que la proyección más difundida en Uruguay es la Mercator, cree que es un problema de tiempos pasados. "Hoy existe tecnología para centrar un mapa donde se quiera. Si el papel ya viene predefinido, lo más lógico es adaptar la tecnología a lo que se quiera enseñar".
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